Si hay una idea fuertemente instalada en la mentalidad de la sociedad occidental es aquella de que el catolicismo odia a los homosexuales, que los detesta, que si no fuera por los derechos humanos los metería a todos a la hoguera. Pues nada más falso. La Iglesia católica no solo no odia a los homosexuales, sino que condena gravemente cualquier expresión de discriminación u odio contra ellos.
Sí, aunque te sorprenda, dentro del sistema moral cristiano de la Iglesia católica es un pecado ofender a los homosexuales, y si algún católico agrede física o verbalmente o incluso si tan solo piensa (en el catolicismo existe el pecado de pensamiento) algo malo sobre algún homosexual, es su deber confesarse y hacer penitencia por esa falta contra el prójimo.
¿Pero y eso de cuando a acá? ¿Cuando cambiaron las reglas? No, nunca han cambiado, la Iglesia siempre ha enseñado que es contrario a la voluntad de Dios ofender de cualquier manera a su prójimo, pues la ley de Cristo es la ley del amor; amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
El Catecismo dice al respecto del trato hacia los homosexuales:
"Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta." (CIC, 2358).
¿Entonces la Iglesia ya acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¡NO! Y es aquí donde surgen todas las confusiones. La Iglesia mantiene inalterable su posición (que no es que la haya creado ella por su cuenta, sino que la recibió de Dios a través de la Revelación) de que el matrimonio es una institución establecida entre un hombre y una mujer.
¿Pero entonces cómo es eso de que la Iglesia condena hasta los pensamientos contra los homosexuales pero está en contra de que se casen? Bueno, la respuesta es: ¡Porque los ama!
Sí, sabemos que según la mentalidad del mundo, la "prueba de amor" que la Iglesia podría darle a las personas homosexuales sería exclusivamente la de aprobar sus uniones. Pero el amor no solo es consentir, amar es querer el mayor bien para la persona amada, y la Iglesia está convencida de que estas uniones ofenden gravemente a Dios, por lo que consentirlas sería hacerle un profundo daño a quienes buscan establecerlas. La Iglesia solo obedece lo que ha recibido en el Depósito de la Fe Revelada y actúa en consecuencia por el bien y la salvación de las almas.
¿Y por qué reprueba Dios estas uniones si están basadas en el amor?
Los católicos no negamos que puedan existir amor entre dos personas del mismo sexo, pero de ahí no se desprende que su amor tengan que llevar implícita la intimidad sexual, la cual creemos que Dios ha reservado para una relación específica, el matrimonio entre un hombre y una mujer. Un padre y un hijo se aman profundamente, y no podríamos justificar con eso que tuvieran intimidad sexual. El sentimiento de amor no es la única condición para entablar uniones sexuales.
Dios ha creado dos clases de cuerpos humanos para ser complementarios, y que al unirse físicamente, unen también la dimensión espiritual (dimensión unitiva de la sexualidad humana), y estableciendo una perfecta comunión quedan abiertos al don de la vida (la reproducción).
No existe la complementariedad física entre dos cuerpos del mismo sexo, por lo que sus relaciones no cumplen con el sentido unitivo, ni mucho menos con el reproductivo.
¿Qué puede hacer entonces una persona con esta inclinación fuertemente arraigada?
Citamos de nueva cuenta el Catecismo: "Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana." (CIC 2359).
Y la perfección cristiana es el amor. La persona homosexual está llamada a amar, esa es la vocación fundamental de todos los seres humanos, el amor. Pero la expresión del amor se cumple en las distintas facetas de la vida de maneras específicas y fuera del matrimonio entre hombre y mujer, la expresión del amor no incluye la sexualidad. Si una persona definitivamente no cree posible establecer una relación con alguien del sexo opuesto, bien puede, guardando la castidad, amar profundamente al prójimo por medio de las obras de misericordia al modelo del amor perfecto que es del Cristo.
Alfredo Rodríguez