A los pies de la nave del Evangelio podemos contemplar un pequeño Retablo presidido por una pintura de la Virgen del Perpetuo Socorro, copia de la original que se venera en la iglesia de san Alfonso, en Roma. Se trata de un icono bizantino, datado entre los siglos X y XIV (hay mucha controversia), procedente de la isla de Creta. Venerada desde antiguo en la iglesia de san Mateo, de Roma, con la llegada de Napoleón se le pierde la pista, hasta que, en 1.855, es descubierta durante unas obras en terrenos de la orden de los Redentoristas. Pío IX le concedió la advocación actual.
La imagen está pintada al temple sobre madera y contiene toda una iconografía, tanto en imágenes como en colores, solo comprensible para los iniciados. Se representa a la Virgen sosteniendo al Niño con el brazo izquierdo, el cual representa lo más cercano al corazón, la zona donde se sitúa el afecto y el cariño. El Niño Jesús tiene cuerpo de bebé, pero rostro de adolescente; es decir, es un niño pequeño, pero con uso de razón. Está mirando a dos ángeles situados a los lados, san Gabriel y san Rafael, que le muestran los instrumentos de Pasión. El Niño se asusta al ver estos instrumentos anunciantes de su futuro martirio y sufre un estremecimiento de miedo, que le hace perder una de sus sandalias. Finalmente, se agarra a su mano buscando consuelo, pues Ella es el Perpetuo Socorro ante las dificultades de la vida.
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