La Conferencia Episcopal ha elegido al mismo tándem para dirigir la Casa de la Iglesia. Un moderado, Ricardo Blázquez, como presidente por mayoría aplastante (más de dos tercios), mientras que el conservador Antonio Cañizares arrebata a Carlos Osoro la vicepresidencia y se convierte en el número dos. Cuando Blázquez y Cañizares fueron elegidos por primera vez, faltaba un mes para la muerte de Juan Pablo II, gobernaba Zapatero y el asociacionismo católico se imponía –con el aval del Episcopado– contra el matrimonio gay o contra Educación para la Ciudadanía. Doce años después, ya con Francisco en Roma y el PP en Moncloa, con las asociaciones ultracatólicas cada vez más alejadas de la jerarquía episcopal, se produce un resultado similar.
Hoy, los obispos españoles siguen siendo mayoritariamente timoratos, y no terminan de apostar decididamente por las reformas que auspicia, desde Roma, el Papa Francisco. Solo así puede entenderse el equilibrio de poder entre un moderado (Blázquez), elegido cardenal por Francisco, y un conservador (Cañizares), a quien el Papa sacó de Roma para enviarlo a Valencia. Es el mismo cardenal que declaró que hay un “imperio gay” y contra el que la Fiscalía abrió diligencias tras una denuncia. El mismo que se ha manifestado en numerosas ocasiones contra la “ideología de género”, y el mismo que el propio Papa llamó a capítulo a Roma por estos episodios.
Mientras tanto, una veintena de prelados, muy cercanos a los sectores ultraconservadores, vota en bloque, y logra incluir en el Comité Ejecutivo (el máximo órgano de decisión de la Iglesia entre asambleas plenarias) a uno de sus máximos representantes, Jesús Sanz. Se trata del arzobispo de Oviedo, uno de los prelados más conservadores, amén de tener que responder próximamente ante la Justicia por una supuesta venta irregular de los bienes de la Asociación Lumen Dei, por valor de unos 12,7 millones de euros, y que ha desahuciado a unas monjas
En el sector mayoritario se encuentran cuatro obispos señalados directamente por Francisco como hombres de su entera confianza: Blázquez (nombrado cardenal por Francisco), Osoro (también erigido purpurado por Bergoglio, y secretario general del Sínodo de Obispos), Omella (el arzobispo de Barcelona convertido en su voz, además de ejercer como mediador en los casos de abusos que llegan desde nuestro país) y Jiménez Zamora (el arzobispo de Zaragoza, hombre de la total confianza de Osoro, nombrado por Francisco para frenar varios escándalos en la diócesis del Pilar). Pero Blázquez y Cañizares siguen controlando a la Iglesia española. El primero desmiente una vuelta atrás de los obispos españoles. “Ninguno de nosotros –declara– tenemos el reloj parado. Estoy seguro que vuestros relojes, el de Cañizares y el mío, marcan la misma hora. El que los obispos hayan de nuevo confiado la responsabilidad a los que ya lo hicimos hace unos años, no significa vuelta atrás, sino una segunda vez”. Pero todo parece controlado por la derecha con Cañizares y Jesús Sanz, la gran sorpresa del Ejecutivo. El arzobispo de Oviedo es uno de los prelados más conservadores, y el único de todos los miembros del Comité en necesitar una segunda vuelta para ser elegido.