Desde este espacio hemos sido críticos con quienes denostaban sistemáticamente a los creyentes y a los sacerdotes por el mero hecho de serlo, y siempre defendimos el principio bíblico de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, no por ser más o menos religioso, sino por el sentido común que aconseja no mezclar churras con merinas. Ahora es la Iglesia la que entra sola en camisa de once varas, con la cuestión de defender el matrimonio y por ende, a la formación política que así lo haga. Uno, desde que en este país es legal divorciarse, como no puede ser de otro modo, no conoce formación política alguna que defienda la indisolubilidad de un sacramento, o que ose invadir el campo de la espiritualidad o de las creencias con la misma facilidad con la que, en este caso, la jerarquía eclesiástica pretende defender a cierta formación política.
No es cierto que las autoridades católicas defiendan a la derecha, o al partido popular; al contrario, existe una diversidad de filias y fobias políticas entre el clero verdaderamente sorprendente, desde quienes defienden el comunismo de Jesucristo, pasando por los sacerdotes que se alinearon siempre del lado de los etarras y separatistas vascos, hasta los obispos que se manifiestan como políticos cualesquiera, en defensa de la familia, junto a los populares. Uno cree que todo ese tipo de adhesiones resultan superfluas para algo tan elevado como el espíritu; la caridad que predicó Jesús, se aleja, desgraciadamente, de los intereses más o menos ocultos que se encierran detrás de las sotanas y de las siglas, con excesiva facilidad y demasiada hipocresía. Monseñor Martínez Camino estaría mejor calladito en este caso, y olvidarse de los partidos políticos y de las elecciones, para dedicar más sus esfuerzos a velar por las almas, según el encargo divino recibido, de su feligresía. Lo demás, le sobra, lo mismo que al periódico que publicó la noticia con la misma intención o el mismo interés del prelado. Una verdadera pena, que después de dos mil años sigamos discutiendo la siempre extraña relación entre la Iglesia y el Estado, y que los curas persistan en el error de alinearse públicamente en lo político, cuando deberían hacerlo exclusivamente en lo dogmático o litúrgico. Allá ellos.