Hay dos cosas a propósito del matrimonio homosexual que me sorprenden.
La primera es el afán de los homosexuales para adoptar una institución tan peculiar, cuyo mantenimiento en el tiempo suele comportar la ceguera voluntaria sobre las carencias de nuestra pareja (el primer paso hacia el divorcio es empezar a ver a tu cónyuge como realmente es y no como lo veías el día que os casasteis) y viceversa, la represión de un sin fin de deseos (y no me refiero sólo a los de índole sexual, aunque éstos también) y la aceptación de una serie de pequeñas miserias cotidianas (como la de visitar a tus suegros a los que no puedes ver y viceversa). No digo que todo en el matrimonio sea negativo, lo que afirmo es que no es esa cosa edulcorada que el cura te vende el día de tu boda. Precisamente el cura no tiene que casarse, así que lo puede idealizar todo lo que quiera. Tal vez por eso las bodas civiles sean menos bonitas. El encargado del registro que sí que se ha casado y sabe de lo que habla, está menos inclinado a pintarlo todo de rosa.
La otra cosa que me sorprende es la insistencia de la Iglesia en que no se autorice el matrimonio homosexual. Bueno, lo que me sorprende en general es la actitud de la Iglesia con respecto a la homosexualidad.
La Carta a los obispos del 1 de octubre de 1986 de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre atención pastoral a las personas homosexuales dice: “La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada.” Aquí da la sensación de que el redactor tuvo que refrenarse para no escribir lo que le pedía el cuerpo: que los homosexuales son unos pecadores y al final acabó escribiendo un galimatías que es lo que uno escribe cuando se la coge con papel de fumar.
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de la homosexualidad en sus puntos 2538 y 2539. Los rasgos con los que la califica son: 1) No es una condición que se elija; 2) Para la mayoría de los homosexuales, el serlo es una “auténtica prueba” (por cierto pregunta cabrona: ¿es una auténtica prueba debido a cómo les trata el resto de la sociedad? En tal caso, la Iglesia, como Madre amantísima, debería hacer algo para aliviar la prueba), 3) Deben vivir como un sacrificio las dificultades con las que se encuentren a causa de su condición; 4) Están llamados a la castidad. Es decir, que Dios te hace nacer homosexual, pero desea que no vivas esa orientación con la que te hizo nacer. Hay veces que la Iglesia tiene que hacer auténticos encajes de bolillos para explicar las cosas de manera que ni la misericordia ni la omnipotencia divinas salgan mal paradas.
Los argumentos esenciales para rechazar el matrimonio homosexual se encuentran en la Carta a los obispos del 1 de octubre de 1986 de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Como el texto me parece muy interesante, lo transcribo in extenso:
“La teología de la creación, presente en el libro del Génesis, suministra el punto de vista fundamental para la comprensión adecuada de los problemas puestos por la homosexualidad. Dios, en su infinita sabiduría y en su amor omnipotente, llama a la existencia a toda la creación como reflejo de su bondad. Crea al hombre a su imagen y semejanza como varón y hembra. Los seres humanos, por consiguiente, son creaturas de Dios, llamadas a reflejar, en la complementariedad de los sexos, la unidad interna del Creador. Ellos cooperan con Él en la transmisión de la vida, mediante la recíproca donación esponsal.
La Iglesia, obediente al Señor que la ha fundado y la ha enriquecido con el don de la vida sacramental, celebra en el sacramento del matrimonio el designio divino de la unión del hombre y de la mujer, unión de amor y capaz de dar vida. Sólo en la relación conyugal puede ser moralmente recto el uso de la facultad sexual. Por consiguiente, una persona que se comporta de manera homosexual obra inmoralmente.
La actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Esto no significa que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia.
Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios. La Iglesia, cuando rechaza las doctrinas erróneas en relación con la homosexualidad, no limita sino que más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona, entendidas de modo realista y auténtico.”
En otras palabras, Dios, que no tiene forma física, crea al hombre a su imagen y semejanza como varón y hembra, aunque a veces tiene la humorada de engendrar un homosexual. Resulta que la complementariedad entre los sexos refleja la unidad interna del Creador. El que habla de esa complementariedad seguro que nunca discutió con su cónyuge sobre con cuál de las dos familias pasarían las Navidades este año o quién bajaría la basura. Dios hace al hombre copartícipe de la Creación y para eso le pide que folle dentro del matrimonio y tenga muchos hijitos. Me parece que aquí hay muchas peticiones de principio.
El pasado 14 de diciembre Benedicto XVI dio un mensaje con motivo de la 46ª Jornada Mundial de la Paz en el que dijo: “También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.”
De este mensaje me interesa sobre todo el adjetivo “natural”, porque uno de los argumentos más habituales para rechazar el matrimonio homosexual es que existe una forma “natural” de matrimonio que es la heterosexual. El resto serían artificiosidades y pajas mentales. Lo lamento, pero el matrimonio heterosexual y monógamo no deja de ser una construcción social y cultural. Si hoy en día es la forma predominante en el mundo es por lo mismo que los pantalones son la prenda masculina predominante: porque Occidente lo exportó y lo impuso en sus colonias, aunque hoy en día ha empezado a perder fe en el matrimonio, no así en los pantalones.
En todo caso resulta curioso que la Iglesia utilice el argumento de que el matrimonio heterosexual y monógamo es algo natural, mientras que la orientación sexual, que también es algo natural, debe de ser reprimida. O sea, que lo natural es bueno o malo según convenga.
Me llama la atención que se afirme que toda esta teología de la creación, que dice que el matrimonio homosexual es malo malísimo, está presente en el libro del Génesis. Veamos, ¿quiere decirme que prohibimos a los homosexuales que se casen sobre la base de un mito de la creación que tiene más de 3.000 años y que la ciencia ya ha demostrado que no describe el origen del universo tal y como fue? Ya puestos, el Génesis también dice que los varones deben estar circuncidados y que la carne debe comerse desangrada. ¿Eso no hay que cumplirlo?
Cuando se ha debatido sobre el matrimonio homosexual, tarde o temprano se ha argumentado que su legalización es un atentado contra la familia. Me gustaría preguntar: ¿contra la familia de quién? A mí, como familia, que los homosexuales se casen no me afecta. Me afecta mucho más que los horarios de trabajo sean demenciales y me impidan estar con mis hijos, que los sueldos sean tan bajos que no haya opción para que uno de los cónyuges, si así lo quiere, se dedique en exclusiva a cuidar de los niños, que las prácticas laborales sean tales que un segundo embarazo pueda poner en peligro la carrera profesional de la mujer, que las viviendas sean tan pequeñas que no haya sitio para un segundo hijo… Eso sí que me parece que ataca a la familia mucho más que el matrimonio homosexual.