Foto de Sophoco
Cuando era estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, un grupo de compañeros y yo decidimos organizar un debate monarquía/República en el salón de grados de la facultad. Organizábamos bastantes debates y conferencias a lo largo del año, y aquél parecía tan fácil de montar como cualquier otro. Normalmente los ponentes que escogíamos estaban encantados con la oportunidad de hablar en una Facultad que tenía fama por lo activa y lo movida que siempre estaba. Nadie jamás nos llegó a pedir cobrar dinero por venir, excepto un editor que, obviamente, se quedó en su casa.A la hora de escoger ponente que pudiera defender el bando republicano tuvimos que ser muy cuidadosos. No queríamos a alguien anclado en los conceptos de la II República, un guerracivilista más, que nos replicara los eternos –y necesarios- debates de vencidos y vencedores. Terminamos por contactar al ponente que consideramos más adecuado, quien aceptó sin ningún tipo de duda, y rechazando los múltiples ofrecimientos que recibimos cuando buscábamos nombres adecuados.
Pensábamos que el escoger a un ponente monárquico sería sencillo. Al fin y al cabo, el orden constitucional no hacía tanto que se había establecido, y muchos de los excompañeros de política de profesores nuestros habían estado metidos de lleno en la restauración borbónica del 78. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos que, uno a uno, los ponentes iban rechazando la invitación de debatir sobre el tema. Incluso rehusaban simplemente defender la monarquía borbónica sin necesidad de establecer un diálogo con el defensor de la república. Ni tan siquiera la que luego sería ministra y que venía de una de las familias más afectas al régimen osó situarse en esa posición. Llegamos, a la desesperada, a llamar por teléfono a la casa real, indicando nuestra solicitud de un ponente. La respuesta aún fue más esperpéntica: “Eso tendrá que hacerlo… un duque o un conde… pero aquí no podemos ayudar”.
Tal fue nuestro bochorno ante la situación que suspendimos el acto y declaramos el debate ganado por los republicanos por incomparecencia del rival. 3 a 0 y nuevo orden político, vamos.
La reflexión que tuvimos en aquellos días es que aunque la monarquía borbónica es nuestro régimen político actual, no existían verdaderos defensores de ella desde el punto de vista politológico moderno. Debe ser difícil defender un régimen donde lo importante es de dónde saliste, no de dónde viniste. Todo lo contrario que la República que, más allá del debate histórico y guerracivilista, encuentra defensores en las diversas áreas de la Ciencia Política o la Economía. Pero, si miramos al ámbito público, a la agenda del debate político de nuestro país, ¿está el régimen borbónico en entredicho?
El Caso Noos y otros casos judiciales de corrupción política han sacado a la luz los tejemanejes de la familia real para la obtención de prebendas económicas y la asignación sin concurso de contratos públicos. A raíz de este tipo de corruptelas se está poniendo en cuestión cualquier acción de Juan Carlos que hasta ahora pasaba desapercibida. Ya sea la caza de elefantes en Botsuana, la voluntad de llevarse consigo a una persona íntima a los viajes oficiales, o incluso se cuestiona su papel como embajador económico del país –curiosamente nunca hablaba de servicios públicos y Estado del Bienestar cuando iba de visita oficial, ni se llevaba a los gerentes de las empresas públicas españolas para que pudieran aprender y enseñar en otras empresas públicas de otros países.
El Caso Noos ha sido paradigma de la defensa de la restauración borbónica que han realizado todos los medios y personajes públicos de este país. Notable fue que todos los suplementos dominicales de un domingo de noviembre de 2011 –en el primer momento bajo del juancarlismo- llevaran monográficos de diversos tipos alabando la figura de Juan Carlos y, tangencialmente, de Sofía. Como notable está siendo ahora la nomenclatura que utilizan los diarios del régimen borbónico para referirse a las acusaciones o insinuaciones de Diego Torres en el tribunal. Mientras que los correos de Torres apuntan claramente a Juan Carlos, los titulares periodísticos le refugian en el nombre más genérico de casa real.
Con todo, a pesar de que el sentir general de la ciudadanía está en la indignación para con el régimen borbónico, el debate público comienza a girar en torno a la figura de la abdicación o la sucesión, y no en torno a la figura del cambio de régimen. Tal es así que cuanto menos lo esperemos Juan Carlos firmará la abdicación o fallecerá y el debate público –de inagotable luto- terminará coronando a su hijo Felipe, quien heredará un país y unas prebendas políticas y económicas como quien hereda un huerto.
Es momento, por tanto, de configurar un espacio público republicano en España. De que comiencen a surgir figuras públicas de –hasta ahora- privado republicanismo y que se posicionen públicamente a favor de un cambio de régimen. De que giremos el debate público monárquico, centrado en la figura del juancarlismo, y comencemos a realizar ese debate monarquía/República que nunca fuimos capaces de organizar. Los monárquicos están en los medios de comunicación de masas, y los republicanos estamos metidos en el armario.
En esta estrategia las redes sociales han de poder romper el medio de comunicación tradicional. Por eso, desde aquí, se ofrece una propuesta centralizada y otra descentralizada para realizar una acción que, suficientemente grande, incida en los medios tradicionales. Ambas consisten en la realización de vídeos de menos de 1 minuto, colgados en YouTube y difundidos en las redes sociales (#YoSoyRepublicano) donde la persona en cuestión afirme “Yo soy republicano”. Por el lado descentralizado, consiste en que todos los ciudadanos que se quieran sumar cuelguen su vídeo y lo difundan por sus redes sociales, utilizando el hashtag antes mencionado. Sería bueno establecer un día concreto de subida de estos vídeos, para aumentar el impacto. Por el lado centralizado, necesitamos a alguien que sea capaz de recoger las grabaciones de diversos personajes públicos, gente del mundo de la política, la cultura, el deporte, el periodismo, etc. que se sienta republicano y quiera salir del armario.
Con esta acción se podría iniciar a romper el muro del debate público que se ha creado en torno al republicanismo. A partir de aquí surge la necesidad de estructurar un argumentario republicano actual, dejando atrás el debate sobre la II República que ha capitalizado la derecha monárquica.