Un local de tapas en capital de provincia (entre las cinco mayores ciudades españolas) tiene unas croquetas de foie con boletus, de jamón con nuez o de gambas con calamares. A prioiri unas combinaciones alejadas de las acostumbradas croquetas de aire o bechamel, o simplemente de sobras del día anterior. A priori algo original, sabroso y también hay que decirlo no precisamente barato. Pero claro, si te sientan en una terraza con sillas de resina blancas (las verdes son 2€ más caras en el Carrefour), una mesa cojitranca, te traen los botellines de agua (de plástico) dentro de los vasos y te sirven las croquetas en una funtecilla sobre una servilleta para absorber la grasa, digamos que las sabrosas croquetas (que lo estaban, por otra parte) pierden su encanto y el esfuerzo de la/el cocinera/ro se difumina en un contexto cutre.
Es un ejemplo de un trabajo bien hecho y mal vendido, o mejor dicho con una imagen que no se corresponde con el contenido. En nuestras organizaciones la imagen es un algo vital, no podemos quejarnos de disponer de una débil base social si no podemos (o queremos) proyectar una correcta imagen de nuestro trabajo. Pero esto lo dejamos en un segundo plano por tres razones, la primera porque no lo consideramos importante, la segunda porque cualquiera puede diseñar un folleto y la tercera porque lo importante es el trabajo que se realiza, para que venderlo si lo tenemos subvencionado!!!
Moraleja: podemos cocinar exquisitas croquetas y no invertir en vestirlas, así probablemente sirvamos raciones que en un primer momento consideramos suficientes, hasta que se nos ponga a nuestro lado otro local que aunque no estén tan sabrosas ofrezca un mejor servicio. Si tenemos un buen producto, que sea bueno en todo.