La imagen del juez en la serie La Tremenda Corte

Por Jrnh
A la clasificación ahora clásica de Dworkin entre casos fáciles y casos difíciles, e incluso a otras categorías propuestas por juristas posteriores como casos dramáticos, habría que sumar los tremendos casos propuestos por la picardía latinoamericana ya desde 1941. Nos estamos refiriendo por supuesto al famoso programa de radio La Tremenda Corte, quizá el más exitoso de la radio en América Latina, escuchado por 3 generaciones y aún presente a través de grabaciones en algunas radiodifusoras del continente y obviamente en internet. Los programas conciernen a un juzgado donde indefectiblemente se ven confrontados un juez y un acusado de sobrenombre Trespatines (los demás personajes eran aleatorios dependiendo el guión de cada programa). La idea original fue del escritor cómico Cástor Vispo de origen español pero radicado en Cuba por muchos años, en donde aprendió y logró plasmar en sus escritos la forma pícara de hablar de los cubanos, lo que dio fama y éxito al programa. La estructura del programa era bastante sencilla utilizando clichés que el público identificaba rápidamente; el secretario iniciaba la sesión con la famosa frase: “¡Audiencia pública!, el Tremendo Juez de La Tremenda Corte va a resolver un tremendo caso.” Los casos se titulaban según el tema a discutir a través de neologismos como, por ejemplo, “lavandicidio” o “automovilicidio”, cuando se trataba de un problema surgido en una lavandería o cuando se demandó por los daños hechos a un automóvil, respectivamente. Al inicio de cada programa el juez y el secretario tenían una breve charla, normalmente el secretario preguntaba sobre el estado de salud del juez, después, abusando del sentido común, hacía algún comentario fuera de lugar, lo cual propiciaba que el juez le impusiera una multa, entonces el secretario respondía adulando al juez quien inmediatamente le retiraba la multa; las multas se sucedían a lo largo del juicio contra todo mundo casi siempre cuando se hacía una crítica o burla del juez y obviamente en mayor medida al acusado. El juez de la Tremenda Corte, interpretado por Aníbal de Mar, es unas veces compasivo, otras autoritario; no son pocas las ocasiones en que el juez menciona que toma tal o cual decisión porque es su voluntad, porque lo manda, porque es él la autoridad. Por la naturaleza del programa, el juez hace constantemente preguntas a los testigos, incluso sobre cosas que no tendrían que ver directamente con el caso, es así que en un determinado momento, ya sea cuestionado por el juez o buscando defenderse, el acusado Trespatines, interpretado por Leopoldo Fernández, interviene para tratar de tergiversar lo que se está diciendo, buscando darle otro sentido a las palabras o descontextualizando el argumento en su contra. Es peculiar cómo el imaginario colectivo de la administración de justicia en América Latina gira en torno al doble sentido de las palabras o, más técnicamente, a la porosidad del lenguaje; el ingenio latinoamericano que se refleja en el uso de un lenguaje irónico que llevaría a justificar delitos o en su caso a incriminar a alguien. Nos fascina entonces el poder del lenguaje, un poder que tiene consecuencias paradójicas entre el drama y la comedia, el lenguaje nos puede herir de muerte, nos puede impulsar a realizar grandes empresas, y en fin, puede cambiar la realidad irreversiblemente. El nombre de Trespatines es emblemático, es un sinsentido, pues la lógica llevaría a pensar en un par de patines, pero ¿tres? La idea es la del recurso fácil, la de buscarle “tres pies al gato”, “darle la vuelta”; frases todas, que representan parte de una cultura que se apoya en la simulación y la disimulación, contra la que supuestamente combaten reformas constitucionales, legislativas e institucionales que, en el fondo, están tan llenas de dicha cultura, y terminan simulando sobre la simulación. Obviamente la Tremenda Corte echa mano de recursos como los estereotipos y la caricaturización de sociedades como la nuestra; utilizando la reducción al absurdo plantea los tremendos casos como controversias jurídicas donde las palabras juegan un papel importantísimo: Cuando José Candelario Trespatines se excusó de prestar el servicio de darles clase de idiomas a unos alumnos que le pagaron por ello, él se justificó diciendo que el servicio que había ofrecido era “enseñarles un buen inglés” exactamente lo que hizo al mostrarles un retrato de Wiston Churchill, un buen inglés. O aquella ocasión en que se negó a rehacer unos retratos los cuales habían salido sin la cabeza, argumentando que los clientes le habían pedido que las fotos “no salieran caras”. Detrás de la comedia subyace un problema hermenéutico tremendo, el juez tiene delante diferentes argumentos que van integrando la litis, todo eso debe encajar en una premisa normativa, de la que derive la solución del caso. La Tremenda Corte, como el cine judicial y algunas otras manifestaciones culturales nos muestran la importancia de lo “dicho” sobre los hechos; a pesar de que el juez tiene un gran protagonismo, el caso va construyéndose en realidad a partir de los hechos, pero como es difícil que el juez tenga total inmediatez, se hacen necesarios los testimonios, la reconstrucción de los hechos, y todo esto se hace a través del lenguaje. En este contexto, la tarea del juez es descubrir la “verdad” e intentar dar la “razón” a quien la tiene, todo ello con ayuda de la prudencia, a efecto de valorar y contextualizar cada palabra. Tal vez programas como La Tremenda Corte, generaron la idea (que a su vez tomaron de la realidad), sobre una administración de justicia que caricaturizó el arbitrio judicial convirtiéndolo en arbitrariedad; ciertamente todos los programas terminaban con la condena del acusado, el drama era quizá el hecho de la gran inversión material y humana que supusieron las instituciones de impartición de justicia en nuestros países pero la falta de inversión sobre una cultura de la justicia, pareciera que a un tribunal se iba a simular, comenzando por el juez. Trespatines, de algún modo es un héroe popular, porque “se sale con la suya”, la justicia no es un parámetro universal, ni siquiera fruto de un consenso social como suponía Rawls, es el salirse con la suya, es el poder subsistir a pesar de las reglas, donde la reglas no escritas pesan más que las escritas aunque se sostenga lo contrario, no es un simple problema de anomia, de falta de consideración por el derecho, es simplemente que la cultura se basaba en la idea de separar el derecho en su forma legal, de toda otra consideración, ética, social o psicológica por lo que en el imaginario significó: buscar justicia igual a salirse con la suya. Es curioso, pero en un programa posterior realizado por el mismo actor (Leopoldo Fernández) llamado El Agente Trespatines, que se desarrollaba en una comisaría de policía y donde Trespatines estaba “del lado de la ley” siempre terminaba el agente de policía adaptando la ley a modo. Ya Umberto Eco ha demostrado como en la novela popular los delincuentes pueden convertirse en grandes héroes porque saben estar de un lado y del otro de la ley, una paradoja que puede perfectamente trasladarse a la administración de justicia en el Estado Moderno. Hay un hecho interesante en la relación entre el juez y Trespatines, el primero muchas veces corrige al acusado sobre el uso de una palabra, pero es una corrección formal, como si el juez fuera un purista del idioma, claro para la estructura del programa esto es muy simpático porque Trespatines se empeña en decir una palabra de manera incorrecta y el juez en corregirlo y terminan siempre en un juego de palabras, lo interesante es que el juez tiene una preocupación por “educar” al justiciable aunque por lo general el quedarse sólo con las palabras le impide pasar al fondo del asunto. Existe otro personaje de La Tremenda Corte que vale la pena mencionar, se trata dePatagonio Tucumán y Bondoneón, que en ocasiones aparece como un tinterillo con conocimientos sobre derecho, cuando entraba decía: “¡A la voz de aura!... Primera!...” y luego soltaba un verso en el que veladamente se burlaba del juez, una forma cómica de mostrar como el litigante tiene como trabajo el engañar al juez, e incluso ridiculizarlo. La Tremenda Corte es sin duda una pieza arqueológica en la historia de la radio latinoamericana, con 70 años de transmisiones y con un humor blanco que sigue fascinando a las generaciones actuales, pero sobre todo, manteniendo vivo un imaginario sobre la administración de justicia que no es nada despreciable.