Cuando quiero hacer algo, pienso la forma en que lo voy a llevar adelante y cuál es el resultado final que espero. Hay momentos en que no pienso y voy para adelante con la tarea como me va surgiendo en el momento, más o menos como me salga.
En los días donde el caos invade nuestras vidas, hay que intentar pedir ayuda. Pero este pedido de ayuda no es gratuito. No porque la otra parte nos haga sentir culpables por la ayuda, sino porque nosotras debemos ceder y entender que todo lo que hacemos de una forma se puede hacer de otra. Como si fuera poco, esta nueva forma hasta puede ser mejor. Que es diferente, no hay duda alguna.
No es fácil aceptar que las cosas se hagan de otra manera, aunque el que las haga distinto sea el mismo padre, aquella persona en el universo que ama a nuestros hijos tanto como nosotros y que siempre velará por su seguridad con todo el amor de su corazón. ¿Por qué será que nos cuesta tanto que ellos (y si son otros peor) vistan a los chicos como crean más conveniente?
Cuando mi marido está a cargo, yo ahora me relajo. Ya no intento decirle cómo hacer las cosas, a qué hora se cena, cómo tienen que sentarse en la mesa, a qué hora exacta se tienen que bañar, cuál es la frase correcta para decirles que deben hacer la tarea, cómo retarlos si no hacen caso (y en qué momento hacerlo), cuándo y qué felicitar y cómo hacerlo, qué ropa pueden usar y cuántos fideos pueden dejar en el plato.
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