La Importancia de Perseverar

Por Av3ntura

Cada vez que en los espacios informativos de los medios de comunicación se difunden los índices de desempleo, se pone el acento especialmente en la desocupación juvenil. Encontrar trabajo en España para alguien que esté buscando su primera oportunidad parece cada vez más difícil, dada la precariedad de nuestro mercado laboral.

Lo fácil en estos casos es culpar de todo a la reforma laboral que promovió y aprobó el partido popular cuando gobernaba en 2013. Aunque también lo es culpar al gobierno socialista actual del modo cómo está gestionando la pandemia del coronavirus.

Buscar culpables en lugar de soluciones nos brinda la oportunidad de justificar nuestra falta de esperanza en el sistema y nuestro desánimo para seguir intentando luchar por nuestros sueños y objetivos.

Que la situación es difícil lo sabemos todos, que un sistema en el que haya más personas mandando que trabajando está abocado al fracaso también lo intuimos. Pero, si repasamos la historia y estudiamos cómo fue el mercado laboral en el que tuvieron que lidiar nuestros padres o nuestros abuelos, nos daremos cuenta de que en ninguna época los jóvenes lo han tenido fácil para ingresar en el mercado laboral.

Nos gusta pensar que, antes de que el mundo se globalizara y de que internet llegase para quedarse y para revolucionar nuestra forma de comunicarnos y de trabajar, todo debió ser bastante más sencillo. Y a ello contribuyen los comentarios que algunos padres o abuelos les lanzan a sus hijos o a sus nietos cuando éstos les aseguran que no encuentran trabajo por más CV’s que echen. “Yo nunca he tenido que hacer un CV. A mí las empresas siempre me han venido a buscar”.

Ante tales confidencias de sus progenitores o de sus abuelos, estos chicos aún se sienten más desamparados e inseguros de sí mismos. Se comparan con sus padres y abuelos y se creen muy inferiores en cuanto a conocimientos y capacidades.

Cuando algunos de estos chicos deciden colgar sus estudiós porque entienden que, por mucho que se esfuercen no van a encontrar trabajo de lo que hayan estudiado, hay padres que, en lugar de hacerles ver que el esfuerzo siempre vale la pena y que la formación siempre les ayudará a abrirse camino en la vida, aunque el camino acabe siendo distinto del que imaginan, les animan a que abandonen y a que se queden con una visión del mundo tan pesimista que les costará avanzar en cualquier dirección que escojan.

La propia expresión de “echar CV’s” ya resulta premonitoria del fracaso a la hora de intentar encontrar trabajo. Porque un CV no es una carta que eches a un buzón de correos, ni tampoco un boleto de Primitiva que juegues cada semana buscando un golpe de suerte posible, pero muy improbable. Un CV es un documento que contiene información académica y laboral de una persona y ese documento es lo primero que una empresa ve de ese candidato que se ha postulado a alguna de sus vacantes de empleo. Si no cuidamos las formas y el contenido de ese CV antes de repartirlo como si de un panfleto publicitario se tratase, es muy probable que acabe en una papelera o incluso que, de esa papelera, alguien lo recoja y se valga de los datos personales que figuran en él para perjudicarnos. De ahí la importancia de aprender cómo hacer y cómo no hacer un CV. Lo que debe figurar en él y lo que no. Porque lo que a una empresa le interesa de un candidato no es su vida personal ni tampoco sus aficiones, sino únicamente su formación y su experiencia, si le ha dado tiempo a tenerla. Por lo que es absurdo hacer constar otros datos personales que no sean el nombre, el teléfono y la población de residencia. Les hemos de convencer por lo que sabemos hacer. Si lo logramos, ya nos llamarán, nos citarán para una entrevista y, en el curso de la misma, ya responderemos a todo lo que necesiten saber al margen de la información que ya conocen por el CV.

El mercado laboral es un terreno agreste, en el que veces parece imposible que podamos abrirnos camino cuando tratamos de plantar nuestra semilla. Pero la perseverancia, la continua disposición a aprender de los errores y el mantener una actitud abierta a lo que nos queda por descubrir, puede ayudarnos a florecer por muy desfavorables que nos parezcan las circunstancias. Imagen de Pixabay.

Conseguir un trabajo no es cuestión de suerte, sino de talento y de perseverancia. Buscar trabajo ya es un trabajo en sí mismo, que implica preocuparse de estar registrado en diferentes portales de empleo, tipo Infojobs, Job Today, Infofeina, CornerJob o las diferentes empresas de trabajo temporal. Implica también mantener esos registros actualizados, sobre todo cuando cambiamos de teléfono o de lugar de residencia. Y pasa también por aprovechar nuestra situación de desocupados para continuar formándonos.

Muchos de los puestos de trabajo que se ofertan actualmente en el mercado laboral no llegan a cubrirse por falta de candidatos que se ajusten a los perfiles que las empresas necesitan. Algunos de ellos son oficios como fresadores, torneros, electromecánicos, soldadores, recambistas o matriceros. Otros son empleos de más reciente aparición que están relacionados con la irrupción de las nuevas tecnologías, como redactores de contenido web, televendedores, community manager, expertos en Dynamic Adwords, etc.

Independientemente de la formación académica de la que partamos, vivimos la paradoja de que a medida que el mundo se ha ido globalizando, los empleos se han ido especializando cada vez más. Esta especialización, a su vez, resulta muy efímera, pues constantemente se está transformando a medida que se innova más en tecnología. El hecho de ser titulado superior en alguna disciplina concreta, no nos garantiza que encontremos un trabajo más rápidamente que otra persona que no parta del mismo nivel académico. Es más, se puede dar el caso de que otros candidatos, con un nivel inferior de formación, se hayan preocupado de seguir un curso especializado en uno de los conocimientos que la empresa considera imprescindibles y consigan el empleo antes que nosotros.

De todo esto se deduce que la necesidad de una formación continua a lo largo de toda nuestra vida se ha hecho imperativa y que, si lo que pretendemos es mantenernos en activo, no nos queda otro remedio que adaptarnos continuamente a circunstancias cambiantes y reciclarnos aprendiendo y desaprendiendo métodos para seguir dedicándonos a las mismas cosas.

El filósofo Yuval Harari pronostica que, en pocos años, muchas de las ocupaciones que hoy en día existen en el mercado laboral desaparecerán, porque esas labores serán realizadas por robots. Y él no sólo se refiere a empleos muy básicos que suelen estar ocupados por trabajadores con poca formación, sino que incluso ve peligrar la figura de los médicos de cabecera, que podrían ser substituidos por programas de inteligencia artificial, que harán un seguimiento de sus pacientes por teléfono, recetándoles lo que necesiten para paliar sus dolencias y citándoles para la realización de las pruebas pertinentes en un centro de salud o en un hospital. Este escenario que, hace sólo un año, nos habría parecido de lo más impensable y futurista, ya casi es una realidad porque los médicos de cabecera llevan toda la pandemia atendiendo a sus pacientes por teléfono, enviándoles las recetas por e-mail y derivándoles a otros facultativos con mensajes de SMS en el móvil. La única diferencia es que, quienes están realizando esas tareas de teletrabajosiguen siendo humanos. Pero de ellos a los programas de inteligencia artificial que sean capaces de hacer lo mismo, sólo hay un paso.

Si un médico, que ha tenido que invertir en su formación 6 años de universidad, al menos 1 año para conseguir su plaza como MIR y 4 más para especializarse como médico de familia, puede ver comprometida su continuidad laboral por la irrupción en el mercado de la inteligencia artificial, ¿quién nos puede garantizar que el resto de puestos de trabajo pueden estar a salvo?

A veces, algunos padres tienen la manía de inculcarles a sus hijos que cursen estudios de profesiones “que tengan futuro”. Hoy en día, ninguna profesión tiene el futuro asegurado, pero eso no es motivo suficiente ni convincente para quedarnos de brazos cruzados y darlo todo por perdido. El conocimiento nunca está de más y siempre nos abrirá muchas más puertas que la ignorancia.

Tenemos que estudiar aquello con lo que nos identificamos, independientemente de que después podamos dedicarnos profesionalmente a ello o no. La magia que lo mueve todo en la vida es la emoción. Si lo que elegimos estudiar no nos despierta emociones, es que no es para nosotros.

Una de las cosas buenas que tienen la globalización e internet es la facilidad con la que podemos llegar a estar conectados con personas muy diversas de cualquier parte del mundo y en tiempo real. Cada vez más, las empresas demandan que los candidatos que se interesan por sus vacantes de empleo tengan la competencia de saber trabajar en equipo. Unos equipos cada vez más multidisciplinares que hacen posible que en un tiempo record se puedan generar montones de ideas y soluciones para llevar a cabo proyectos cada vez más innovadores que las posicionen en los mejores puestos del ránking del sector al que representan. Incluso en los colegios, desde niveles de primaria, se está incentivando a los alumnos a trabajar por proyectos, a tener iniciativa propia, a liderar a sus equipos, a compartir conocimientos para seguir avanzando hacia un objetivo común.

Los jóvenes de hoy lo tienen complicado para acceder a un mercado laboral cada vez más cambiante y exigente, pero también parten de la base de que son la generación más formada de la historia de este país. Cierto es que tenemos un porcentaje muy preocupante de esos jóvenes que no han conseguido acabar sus estudios secundarios, bien porque los contenidos formativos no les han motivado lo suficiente o porque sus circunstancias personales y familiares no les han permitido concluir con éxito su formación. Tampoco podemos olvidarnos de la responsabilidad que tiene el sistema educativo de nuestro país en este índice de fracaso escolar. Si con cada cambio de gobierno, se implanta una nueva ley de educación, no da tiempo a que puedan verse los efectos de una cuando ya empiezan a instaurar la que la va a substituir. Pero esta circunstancia no es excusa para darnos por vencidos. Porque no hacer nada es allanarle el camino a la obsolencencia. Sentirnos obsoletos para el mundo actual y pretender vivir el resto de nuestra vida de ayudas no contributivas es el escenario más triste que podemos imaginar. Ningún joven se merece pensar que su futuro va a ser así de dramático.

Desde fundaciones privadas subvencionadas por gobiernos autonómicos y comarcales se están realizando muchos planes de inserción de estos jóvenes que no han concluido su formación para dotarlos de las competencias necesarias para acceder al mundo laboral. Gracias a estos planes, algunos de estos chicos han encontrado trabajo o han decidido volver a estudiar.

La suerte no se busca, sino que se la tiene que trabajar todos los días. Lo que seremos dentro de diez años empieza justo con lo que estamos pensando y haciendo hoy. Si pensamos que nada merece la pena y nos damos por vencidos, dentro de diez años estaremos tirados en el mismo sofá, bastante más deteriorados físicamente y con las ideas aún más grises que las que ahora nos rondan por la cabeza. En cambio, si pensamos que poniéndonos las pilas con los estudios y perseverando en lo que queremos, lo podemos conseguir, quizá no lleguemos a la cumbre más alta, pero saldremos adelante. Conoceremos personas interesantes que nos abrirán las puertas de realidades que ahora ignoramos y creceremos con ellas, haciéndonos todos un poco más sabios. Cometeremos miles de errores, pero cada uno de ellos nos enseñará lo que necesitamos aprender para seguir avanzando. Y un día nos daremos cuenta de que lo más importante en la vida no es tener éxito, sino saber aprender de los fracasos y de las caídas. Son ellos los que nos hacen más flexibles y nos ayudan a adaptarnos a realidades tan cambiantes. Como decía Darwin, “no sobreviven los más fuertes, sino los que se adaptan mejor a los cambios”.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749