Revista Arte

La impresión es lo que se da antes de la percepción, no es nada aún y lo es todo.

Por Artepoesia
La impresión es lo que se da antes de la percepción, no es nada aún y lo es todo. La impresión es lo que se da antes de la percepción, no es nada aún y lo es todo.
Es justo ese momento en que no percibiremos nada todavía, tan solo acude ahora a nuestros ojos una impresión efímera y desconsiderada visualmente. No nos dice nada, no podemos saber qué es lo que vemos ahora exactamente, pero esto dura tan poco tiempo que es imperceptible sentirlo, tanto lo que apenas veremos como lo que sentiremos incluso. Solo los impresionistas quisieron y supieron ofrecernos ese instante inexistente en la vida real. Por eso mismo su Arte es tan maravilloso como incomprensible... Porque no es natural, porque no corresponderá a nada de lo que percibamos cuando veamos las cosas reales de un modo igual a como aparecen en sus obras. Solo es esa impresión de sus obras una estela indivisa difuminada por la inconsistencia de un mundo ahora indiferente. No hay diferenciación por tanto en sus imágenes, y no la hay porque no existe un contraste real que nos permita distinguir unas cosas de otras claramente. Pero, sin embargo, sí están las cosas ahí... Sabemos que están porque solo debemos alejarnos con nuestra mirada un poco (cerrar apenas un poco los ojos) y nuestros juicios (prejuicios) un poco para recordar ahora qué son ellas y qué es lo que ellas parecen. El Impresionismo es una extraña filosofía sobre la forma de ver las cosas del mundo. Los impresionistas lo que hicieron fue buscar la belleza que encerraba esa forma de expresar las cosas antes de que éstas dejaran de ser desconocidas. La impresión, por su definición misma y la propia naturaleza de lo que es el concepto impresión, no puede durar mucho. Cualquier impresión, sea visual, estética, calamitosa o estimulante, no se mantiene en el tiempo. Pero, lo complicado en el Impresionismo fue plasmarla en una imagen iconográfica y que, además, tuviese belleza. El Romanticismo de Turner, por ejemplo, consiguió lo mismo un tiempo antes, pero hay una sutil diferencia entre ambas tendencias. Esa diferencia es la luz. Pero la luz solar, no la artificial ni la condicionada, nublada o filtrada por una atmósfera gris, difuminada o minimalista. Para Turner, por ejemplo, la luz solar debía fluir siempre entre las marañas deformadas de una composición sublime. Para los impresionistas, sin embargo, la luz dará igual cuál sea su origen o si existe o no siquiera. Esta es la grandiosidad del Impresionismo: no es necesaria la luz natural para destacar la luminosidad o las rutilantes formas coloreadas de un mundo vibrante. 
En la pintura Una mujer al piano de Renoir no sabremos qué luz hay en ese interior difuminado ahora, de dónde viene o de qué tipo es incluso. Da igual, los impresionistas crean los colores sin necesidad de luz. Realmente, ellos sacan o traen, por así decir, la luz de las propias cosas representadas en sus obras. No necesitan puntos de luz, ni destellos ni llamas (las velas del piano están eternamente apagadas en la obra de Renoir), ni de fuente de luz alguna poderosa que allane un instante sublime de color. En su obra Rocas en Port-Goulphar, Monet capta los colores imposibles de ver así en un paisaje nublado, gris o desolador. ¿Cómo es posible ese apagado verde turquesa entre los reflejos sosegados de un mar, sin embargo, tan arrollador? Porque el océano Atlántico en esos acantilados de la costa francesa no es tan sereno ni tan sosegado. Pero, es que en el Impresionismo no están los colores para representar las cosas sino para narrar, con ellos, las mismas cosas. Así, Monet dará forma al movimiento de las olas o a las rugosas rocas del duro acantilado persistente. Y seguirán siendo, como en Renoir, indiferentes las formas en Monet. ¿Por qué distinguir o diferenciar unas cosas de otras cuando lo que se expresa en ese instante momentáneo es algo que no veremos realmente nunca así? El Impresionismo es más tiempo que espacio. No interesa tanto el espacio como tal. A cambio, el tiempo es sublimado porque es utilizado infinitesimalmente en sus obras. La grandeza del Impresionismo (frente al Surrealismo, Simbolismo o Romanticismo, por ejemplo) es que lo que refleja es la realidad verosímil del mundo que vivimos, pero ahora, sin embargo, una realidad no percibida nunca así por la visión normal de un ser humano. El mundo para los impresionistas no difiere de lo banal o de lo normal o de lo cotidiano o de lo sencillo de la vida. Toda obra impresionista refleja la vida sin interferir filosóficamente (ni inmanente ni trascendentemente) en ella. Lo único que los impresionistas hacen (y no es poco) es destacar en sus obras el instante anterior a todo eso... 
Al hacerlo así, lo eternizan más el Arte. Hacen con él una cosa que otras tendencias realistas no consiguen: fijar la impresión de un instante real imposible de comparar con nada parecido que se le oponga. Una obra clásica, donde las formas son conformes a lo real siempre, es comparable de alguna forma con el mundo que refleja, por lo tanto posible de refrendar mañana (en un futuro muy lejano incluso) ante un deseo de conocimiento. En el Impresionismo el conocimiento iconográfico es imposible. ¿Cómo podemos distinguir nada en sus obras para aprender algo de lo que dice? No es conocimiento es impresión. Por eso dentro de mil siglos la obra de Monet seguirá siendo vigente. ¿No podrán ser así, o vistos así aparentemente, los paisajes futuristas de un mundo diferente? Precisamente, por ser un Arte indiferente. Esa indiferenciación de los límites de las cosas plasmada en sus obras, de sus reflejos tan irreales, de sus sombras imperfectas o de su luz inciertamente difuminada hacen del Impresionismo una tendencia genialmente muy singular. Sirve ahora para perderse en sus imágenes y no sentir nunca agotar las miradas diferentes (porque tiene formas indiferentes) que cualquier sentido perceptivo pueda disponer. ¿Qué deseamos sentir al ver a la mujer tocando ahora el piano? ¿Que lo toca? ¿Que medita? ¿Que descansa? ¿Que sueña? ¿Que está triste? ¿Que está absorta? ¿Que está perdida? ¿Sensible? ¿Esperanzada? Todo eso y mucho más que pensemos que sea lo que haga será... Al ser un instante indefinido, por su propia naturaleza momentánea no real, podremos decidir pensar lo que queramos pensar que pueda ser esa impresión congelada. Nada real es percibido en esa impresión vaga, no lo olvidemos. Porque para percibir algo es preciso corresponderlo, oponerlo, con formas conocidas. Lo desconocido debe estar situado entre lo conocido para poder percibirlo. Cuando lo desconocido está entre cosas desconocidas no percibiremos nada. Sin embargo, el Impresionismo, como se ha dicho antes, refleja siempre la realidad conocida, la normal y verosímil. Sabemos que la refleja, esto lo sabemos. Este es el vínculo o acuerdo tácito entre el pintor impresionista y nosotros los observadores de sus obras. Todo lo demás es igual que la imperceptibilidad de las cosas imposibles... ¿Cómo consigue, sin embargo, atraernos tan desinteresadamente el Impresionismo? Por una sutil percepción de esa impresión anterior a toda percepción real visible. La única sensible que se dará y que sostiene el instante desmerecedor de formas congruentes con la realidad: la belleza impresionista. Con ella, con esa belleza perceptiva tan especial, los impresionistas conseguirán nuestra aceptación tácita de aquel sutil acuerdo. Lo que significará aceptar que hay un instante de belleza anterior siempre a cualquier percepción banal de cualquier cosa.
(Óleo de Pierre-Auguste Renoir, Mujer al piano, 1876, Instituto de Arte de Chicago; Obra impresionista de Claude Monet, Rocas en Port Goulphar, 1886, Instituto de Arte de Chicago.)

Volver a la Portada de Logo Paperblog