Algunas acciones tienen un significado implícito que es incluso más grande que el hecho en sí.
Como cruzar de nuevo el continente para devolverte tu jersey favorito.
Me lo regalaste la primera vez en el río Pance: yo era prácticamente una desconocida entonces: “las chicas de las burbujas”. También me leíste la mano y auguraste 64 años de buena suerte.
No sé por qué ha sido tan importante venir hasta aquí para entregarte de nuevo el buso. Creo que ha quedado algo de todo este camino como impronta invisible y te va a llevar por lugares raros y maravillosos a ti también.
Porque lo llevaba puesto cuando lloré al bajarme de todos los camiones argentinos
—la sensación de dios entre nosotros—
lo vestía cuando las tomas de ayahuasca y san pedro
—todo lo inombrable se nombra—
lo usaba como almohada en la selva cuando hablé con los animales
—respondieron con señales de polvo y desapariciones—
me servía como círculo de protección cuando necesitaba vivir adentro de la música
—aún lo hago—
también lo llevaba en los días normales en los que no pasaba nada.
A todas las cosas que se usan por mucho tiempo le entregamos algo de nosotros: nuestra magia. La mía se queda en Cali (una pequeñísima parte de ella, pero suficiente para que sirva de atrapasueños).
00.22 de la última noche que podría estar viviendo la salsa caleña, como era mi intención, hasta el amanecer, y en cambio me encuentro en completa paz y a oscuras en la cama de una casa amarilla, escribiendo, cansada porque apenas dormimos ayer, y este calor, y los mosquitos, y también pensando en la conversación con L en la loma, que nos sirvió a ella y a mí como medicina, porque hablarse con corazón es sinónimo de curarse unos a otros. No hay miedo: se fluye como el agua a través del valle y eso significa que el agua rellena todos los huecos. Para mí, además, no hay expectativas: por eso no me duele no estar bebiendo Poker en la placita de lo de Heberth en estado de pirueta primordial, bailando con cualquiera que esté dispuesto a deslizarse conmigo con paso de salsa. Prefiero cuando bailábamos en la cocina, aunque no hubiera siquiera música.
Todos los días se entiende algo. Hoy: que siempre creemos que son otras personas las que llegan por azar o por sincronía a nuestras vidas y nos cambian el rumbo. A veces con una sola palabra. Por fin comprendo que yo también soy una herramienta. Relativizo mi propia vida para hacerle un hueco a la de los demás. Mi experiencia, mis vivencias no solo me han servido a mí, sino que son esa palabra que hacen que otro decida, cambie, reflexione o entienda. Soy un canal.
Cómo nunca hemos pensado en esto. También forma parte de quererse sin fisuras.
Y después los ojos rojos, la falta de zapatos y el día en vertical. Y después la intuición, como cuando descubrí las pistas para un camino ya trazado y llegué a un bosque en la montaña, pero al revés.
Sin tacha. Ventura.
Este texto forma parte del desafío 27 días de retorno.
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