Revista Arte

La incapacidad para entender el pasado, la ignorancia, el cinismo y su exención.

Por Artepoesia

La incapacidad para entender el pasado, la ignorancia, el cinismo y su exención.
La incapacidad para entender el pasado, la ignorancia, el cinismo y su exención.La incapacidad para entender el pasado, la ignorancia, el cinismo y su exención.
Las gestas europeas escritas medievales fueron unos relatos épicos de héroes y de sus pueblos. Éstos, los héroes, ofreciendo su propio valor y grandeza en las batallas, conseguían además así, sin querer,  llegar a influir a ese mismo pueblo que ellos, honestamente, habían tratado de defender.  Sin embargo, los poetas medievales utilizaron estos acontecimientos históricos, en medio verdades y medio leyendas, para glosar, en la literatura de los inicios de los primeros idiomas europeos -herederos del Latín romano-, la más exquisita belleza lírica que oídos algunos pudieran entonces sentir. De este modo, comenzaron dos cosas:  una literatura europea medieval precursora de la posterior novela; y una epopeya nacionalista que daría origen a los primeros estados europeos. Éstos iniciaban así, en una gestación de pocos siglos, una consolidación política que alcanzaría su cenit más elaborado en los momentos más álgidos del Renacimiento.
Una de las primeras y más hermosas gestas escritas en lengua romance anglonormanda (francés hablado en la Inglaterra del siglo XI) fue el Cantar de Roldán. En ese tiempo fue cuando los poetas comenzaron a destacar mucho más la belleza de sus versos que el relato veraz de los hechos. Esta gesta medieval glosó al emperador franco Carlomagno. En el relato escrito medieval se cuenta como este rey franco decide conquistar parte de su territorio a los musulmanes instalados ya -hacía unos sesenta años- en la Hispania visigoda de antes. Sigue contando el excelso poema cómo el emperador dedicó casi siete años a la campaña hispana, que logró vencer en algunas batallas y que se apoderó, incluso, de algún rey árabe. Pero, sobre todo, nos cuenta el Cantar que, cuando el emperador, ya satisfecho, regresa cruzando los Pirineos hacia su corte, su retaguardia padeció una traición. Traición que acabó con la vida de uno de sus mejores oficiales, Roldán. Éste, con la majestuosa y valerosa entrega que sólo los héroes más honrados puedan llegar a realizar, entregó además sin desfallecer en ello su mayor tesoro, su propia vida.
Sin embargo, la verdad histórica fue otra, muy diferente. Cuando el emir cordobés Abderramán I rompió con el Califato de Damasco -su máximo poder musulmán gobernante- en el año 773,  algunos otros altos funcionarios musulmanes hispanos no estuvieron de acuerdo con él. El gobernador de Zaragoza, por ejemplo, se mantuvo fiel a Damasco. Pero hubo otro, el gobernador musulmán de Barcelona, que se decidió incluso a visitar a Carlomagno en su corte francesa para conseguir su apoyo frente al rebelde Abderramán. El astuto rey Carlos de los francos vio, entonces así, una oportunidad además para establecer su poder real en algunas tierras hispanas al sur de sus fronteras. Para ello formó un gran ejército con el que se dirigió, salvando la cordillera pirenaica, hacia Zaragoza, la cual estaba ya siendo dominada por las huestes de Abderramán I. La ciudad no pudo ser tomada por Carlomagno.
Frustrado, y creyendo haber sido engañado por aquel gobernador llegó hasta hacerlo prisionero. Regresó por donde había venido, después de haber estado tan sólo siete días en tierras hispano-mulsulmanas.  En su camino de regreso el ejército franco tuvo un encuentro sangriento con mesnadas musulmanas en Navarra,  por el cual éstas lograron rescatar al gobernador musulmán. Luego, cuando el gran ejército de Carlomagno había cruzado ya la frontera hacia su reino, la retaguardia final del mismo, desperdigada y solitaria, sufrió un ataque de los nativos autóctonos vascos de aquellas tierras fronterizas. Murieron todos los francos, incluso el oficial de Carlomagno, y marqués de Bretaña, el distinguido Roland. Esta fue la historia. La otra es la leyenda. Pero, entonces daba igual. Tampoco se podían verificar para nada los hechos. Sólo éstos sirvieron, si acaso, para adornar una gesta que fue muy decisiva, sin embargo, para la cristalización de un poderoso e importante imperio cristiano europeo. Y para su Literatura.
Al parecer no fue Napoleón quién dijo: Quién olvida su historia, está condenado a repetirla; no, fue un filósofo norteamericano de origen español, Jorge Ruiz de Santayana y Borrás (1863-1952). Y bien lo dijo. Y así es. Si los seres humanos son incapaces de entender lo que les ha pasado, ¿cómo van a ser capaces de entender lo que hacen? La autoindulgencia propia del cinismo más elaborado e hipócrita, silencioso, escurridizo, ignorante, exculpador, complaciente y descarado es una de las actitudes que a veces algunos humanos suelen bastante disponer. Es de este modo como, creen, se protegen frente a los otros, los diferentes, los peligrosos para ellos; pero también se acercan a la ignorancia, al desconocimiento, que no se quiere admitir. Sólo afrontando los hechos, la realidad, lo que somos y lo que hemos hecho, podemos decir de verdad que somos personas. Por que no por nacer, llevar un apellido, mostrar un rostro sereno, disponer de crédito, haber pagado las cuotas y ser indemne a las calumnias, no significa que seamos personas. Se necesita algo más, se necesita aceptarse y reconocer al otro, comprender esta relación inevitable, y tratar de alcanzar la excelencia mínima (el conocimiento) que nos permita vivir a todos.
El pintor belga René Magritte (1898-1967) comenzó plasmando en sus lienzos trazos impresionistas  hasta que en los años veinte las tendencias más modernistas le atrajeron poderosamente (cubismo, futurismo). Sin embargo, hubo otra cosa que también le sedujo por entonces. El comunismo hacía su entrada en la ventana de la Historia por la senda, al parecer, de la revolución más inspirada, seductora, comprensible, necesitada y esperanzada de todas. En esos primeros años del siglo XX, años desesperados e insatisfechos, algunos artistas comenzaron a enfrentarse con los convencionalismos de la desarrolladísima sociedad burguesa. Ésta había alcanzado ya su máximo esplendor. Ya no se podía ir más allá. O se aceptaba, o se enfrentaba. Hubo varias opciones políticas y artísticas por entonces para encararla. Una de las artísticas más radicales fue el Dadaísmo, una opción drástica y resolutiva. Había que romper con todo lo anterior, ya no servía para nada; ahora la creación, la belleza más sublime y la vida se unían en un diferente, provocador, nuevo, original modo de hacerlo todo.
El racionalismo en todas sus formas era, ahora, el enemigo; todo lo demás que no fuese ni someramente aquéllo -el Dadaísmo- ya no servía a sus propósitos. El movimiento surrealista surgió pronto de ahí. En lo social y en lo político coincidió el comunismo en el tiempo con esta nueva tendencia surrealista. Los creadores de entonces -principios del siglo XX- entendieron que esta filosofía social radical era la solución, la única, para el Hombre y su Mundo. René Magritte encontró en el surrealismo la herramienta perfecta para describir las grandes contradicciones del mundo del ser humano y su sociedad burguesa, responsable y alienadora. Colaboró, como tantos otros, en aquellos años inocentes. Pero, tiempo después, en un momento de su vida, Magritte cambió de opinión hasta en tres ocasiones con respecto a abandonar el comunismo. La reflexión venció, y la ignorancia terminó de alimentar los auténticos criterios que inspirarían al artista. Comprendió el pintor belga la falsedad del mensaje de liberación que expresaba el comunismo. Y así vio que el Arte sería el único camino posible para entenderlo todo. Para salvar al Hombre de su propia contradicción. De este modo, sin saberlo exactamente entonces así, el autor surrealista acabó acertando claramente en su deseo.
(Óleo La venus del espejo, del gran pintor español Velázquez, ejemplo máximo de belleza, excelencia y modelo en la Historia del Arte, 1648, entregada esta obra, junto con otras del arte español, al duque de Wellington en 1813 por el desastroso rey Fernando VII como agradecimiento por devolverle el trono español, Museo National Gallery, Londres; Óleo del pintor francés Jean Fouquet, Muerte de Roldán, 1460; Cuadro del pintor Dadaísta Kurt Schwitters, El Alienista, 1919, ejemplo de desprecio por lo que había sido el Arte anteriormente, Museo Thyssen, Madrid; Cuadro del pintor surrealista belga René Magritte, Libertador.)


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