Revista Educación

La inclusión social y la identificación cultural se logra a partir de una educación inclusiva.

Por Jorge Prioretti @priotty

La inclusión social es crear condiciones para posibilitar que los ciudadanos en riesgo de pobreza (económica) o de exclusión social que generalmente alcanza a los ciudadanos en situación de precariedad (económica) como pertenecientes a un grupo particularmente estigmatizado; bien por su origen (pertenencia a un grupo étnico o religioso), de género (varón o mujer), por su condición física (discapacidades) u inclinación sexual, entre otras., y así puedan todos los ciudadanos, más allá de sus diferencias, poseer los mismos derechos y pertenencia social para una vida digna.

El objetivo de la inclusión social es la de ofrecer una estructura social (en su organización y en sus valores) para que todos los ciudadanos posean las mismas oportunidades educativas, de salud, laborales y económicas. Por tanto, todos puedan gozar plenamente de sus derechos, desarrollar sus potencialidades como individuos, y aprovechar al máximo las oportunidades para vivir en bienestar.

La inclusión social y la identificación cultural se logra a partir de una educación inclusiva.

Por otro lado, identidad cultural se refiere al conjunto de costumbres, modos o peculiaridades propias de los individuos que se identifican como miembros de una sociedad. El modo que poseen esos individuos de relacionarse entre sí, con la naturaleza y con el absoluto se llama cultura.

Por tanto, comprende aspectos como la lengua, la cosmovisión de valores y creencias, las tradiciones (música, vestimenta), los ritos, las costumbres o los comportamientos de una comunidad y está asociada a la historia y la memoria de los pueblos.

La identidad cultural sirve como un elemento de cohesión y de pertenencia dentro de un grupo social, por eso es importante para la consideración de una inclusión social.[1]

La inclusión social y la identificación cultural se logra a partir de una educación inclusiva.
    La inclusión en educación es un medio hacia el desarrollo de sociedades más inclusivas, equitativas y democráticas.

La escuela tiene un rol importante en sanear las diferencias de origen (étnicas, sociales, religiosas, entre otras) de los educandos y convertirlas en igualdades sociales, en respeto ciudadano. Hoy en día la escuela es todavía la única instancia que puede asegurar una convivencia equitativa de los educandos si se dan ciertas condiciones. Avanzar hacia una mayor equidad en educación sólo será posible si se asegura el principio de igualdad de oportunidades[2]; dando más a quién más lo necesita y proporcionando a cada quien lo que requiere, en función de sus características y necesidades individuales, para estar en igualdad de condiciones de aprovechar las oportunidades educativas.

No es suficiente ofrecer oportunidades educativas hay que crear las condiciones para que todos y todas puedan aprovecharlas. El principio de equidad significa tratar de forma diferenciada lo que es desigual en su origen para alcanzar una mayor igualdad entre los seres humanos.

Para esto es necesario:

  • la igualdad en el acceso, para lo cual es necesario que haya escuelas disponibles y accesibles para toda la población;
  • la igualdad en la calidad de la oferta educativa, lo cual requiere que todos los educandos tengan acceso a escuelas con similares recursos materiales, humanos y pedagógicos;
  • la igualdad en los resultados de aprendizaje, es decir que todos los educandos alcancen los aprendizajes establecidos en la educación básica, sea cual sea su origen social y cultural, desarrollando al mismo tiempo las capacidades y talentos específicos de cada uno; y
  • un equilibrio entre aprendizaje y participación, muchas veces las experiencias de integración han dado más importancia a la socialización que a los logros de aprendizaje; y otras, se excluían a los educandos de distintas maneras con el fin de lograr los resultados de aprendizaje esperados.

La educación inclusiva también es una vía esencial para superar la exclusión social que resulta de ciertas actitudes ante las diferencias socioeconómicas, culturales, o de género, entre otras, y que muchas veces se reproducen al interior de las escuelas. Por eso, las escuelas inclusivas representan un marco favorable para asegurar la igualdad de oportunidades y la completa participación, y desde allí el educando reeduca estas actitudes excluyentes, forjadas desde su casa o de su entorno social, contribuyen a una educación más personalizada, fomentan la solidaridad entre todos los educandos, la empatía y el compartir junto al otros que no es igual a mí ya que cada uno es único. Pero la educación por sí sola no puede educar para una inclusión social sino se tiene en cuenta el trípode: escuela-familia-estado[3]. Si el niño aprende a excluir desde la familia o fomentado por su entorno social habría que planificar trabajar con la familia los valores ciudadanos que conllevan a una inclusión social. Además, desde el Estado es necesario desarrollar en políticas económicas y sociales que aborden los factores que generan desigualdad y exclusión fuera del ámbito educativo.

    La educación inclusiva proporciona una educación de calidad para todos, en respuesta a la diversidad de necesidades educativas del educando.

Una educación no puede ser de calidad si no logra que todos los educandos adquieran las competencias necesarias para insertarse activamente y profesionalmente en la sociedad y desarrollar su proyecto de vida en relación con los otros. Es decir, no puede haber calidad sin equidad, pero el principio de equidad significa tratar de forma diferenciada lo que es desigual en su origen para alcanzar una mayor igualdad entre los seres humanos. Los buenos resultados no se deben medirse desde una excelencia que cobija algunos, sino desde la calidad, es decir, acorde al logro de buenos resultados por parte todos los educandos al alcance de sus capacidades y pertinencia[4].

    La educación inclusiva es un medio fundamental para "aprender a ser" y "aprender a vivir juntos".

La educación no sólo tiene la finalidad de socializar a los individuos a través de la apropiación de los contenidos de la cultura en la que están inmersos, sino que también ha de contribuir a la individuación de cada sujeto en la sociedad con su propia identidad, favoreciendo la autonomía, el autogobierno y la construcción del propio proyecto de vida.[5]

La inclusión social y la identificación cultural se logra a partir de una educación inclusiva.

Aprender a ser[6], es fundamental para conocerse y valorarse a sí mismo y construir la propia identidad, para actuar con creciente capacidad de autonomía, de juicio y de responsabilidad personal en las distintas situaciones de la vida. Aprender a ser demanda hacer efectivo el derecho a la propia identidad respetando a cada uno como es. Este derecho supone un conjunto de atributos, de cualidades, tanto de carácter biológico como los referidos a la personalidad, que permiten precisamente la individuación de un sujeto en la sociedad. Desde la educación se ha de promover de forma intencional la aceptación y valoración de las diferencias de cualquier tipo para "aprender a vivir juntos", lo que implica la comprensión y valoración del otro, "como un otro válido y legítimo".

La inclusión social y la identificación cultural se logra a partir de una educación inclusiva.

La educación en la diversidad es un medio fundamental para el desarrollo del entendimiento mutuo y las relaciones democráticas. La percepción y la vivencia de la diversidad nos permite construir y reafirmar la propia identidad y distinguirnos de los otros. El ser humano se realiza plenamente como miembro de una comunidad y una cultura, pero también en el respeto a su individualidad, por lo que otro aspecto fundamental de la educación ha de ser "aprender a ser".

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