Quise buscar lo esencial de Vanesa Duncan y seguí el rastro de perfume heroico que dejó, a su paso, Lisbeth Salander; al fin y al cabo —pensé— todas las heroínas se parecen, y entre ellas no debe haber más de veinte pasos de distancia. Incluso pensé que, para un hombre como yo, rodeado de ebriedad y de otras circunstancias semejantes, no podía ser muy difícil ir en la dirección de la razón. Pero, después de andar este camino juntos durante algún tiempo, ya sabrá usted que el sueño de la razón es un sueño inquieto y a veces genera monstruos de sinrazón.
A pesar de las coincidencias que hay entre Vanesa y Lisbeth, ellas son como el mito de Psyché y Eros: el alma de una joven bellísima y frágil también es el alma de una mujer abandonada, dibujada con un dragón y desdibujada detrás del humo del cigarrillo.
En ese ir y venir de perseguidores y de presas, de fuerzas contrarias, pero complementarias, oigo los pasos de un caminante y descubro que es Newton. Sé que es él, pero no pronuncio su nombre, porque está de incógnito y asumo que no quiere darse a conocer. Me dice que vive en un piso alquilado de Oxford y que su breve espacio está hecho una lástima. Lo ignoro, y me trago el humo de su eufemística presentación. Camina unos pasos en la dirección de mi frustración. Camina apurado porque, según dice, en breve sentirá hambre y sed, y no tolera sentir privaciones. Lo sigo. Me dice que mi sueño es muy raro, pero predecible. Dice que hago mal en intentar crear un puente entre Lisbeth y Vanesa, porque ellas no son la misma persona, pero tampoco son distintas. Demoré todo lo posible la vergüenza de mi respuesta incrédula —en realidad no tengo ninguna respuesta— aunque él lo descubre sin mi ayuda y, finalmente, afirma (en los sueños se pueden escribir cacofonías con f) que todo era un problema de perspectiva: si las acerca, se repelen, y si las aleja, se atraen.afo">
También pensé, influenciado por inercia newtoniana, que si me resultaba difícil establecer una relación de equilibrio entre las fuerzas de dos cuerpos dóciles como el de Vanesa y el de Lisbeth, me resultaría casi imposible establecer esa misma relación de equilibrio entre tres cuerpos. Lamentablemente, el mundo no piensa en mí ni le importa lo que yo pienso o sueño. El mundo es como es, señores, como el Nilo.
El hecho es que resulta cierto que en el mundo hay una relación de fuerzas en equilibrio entre Vanesa Duncan, el personaje de La incógnita Newton, de Catherine Shaw; Catherine Shaw, el seudónimo y alter ego literario de Leila Schneps y, por supuesto, Leila Schneps, la matemática capaz de transformar el sueño de la sinrazón en un pasatiempo lúdico.
«… De repente, no pude soportar un segundo más el ruido, la multitud y las decenas de miradas. Salí corriendo del tribunal y me perdí en la tranquila oscuridad de las calles, por las que deambulé largo rato antes de regresar a casa. Han sido demasiadas cosas, demasiado tiempo y demasiado esfuerzo, y esta noche me siento demasiado entumecida para celebrar el triunfo. ¡Mañana, sin embargo, empezaré una nueva aventura!
Vanessa
Cambridge, domingo, 11 de junio de 1888
[…] ».