Es difícil saber si somos miedosos o no. Hace algún tiempo alguien me dijo que era la persona menos miedosa que había conocido. Sinceramente, quedé un poco parada y eso me llevó a una reflexión.
Es posible que no sea miedosa, en términos generales. Es decir, no tengo miedo a la oscuridad (gran labor de mis padres cuando era un bebé), a las alturas, a la muerte, a las arañas o prácticamente ningún miedo, como decirlo, físico. Posiblemente ésto se deba en gran parte a mi naturaleza curiosa e investigadora.
¿Pero qué hay de esos miedos, esas fobias internas de cada uno? Ésas son las que realmente nos paralizan, las que nos permiten avanzar. Las que nos hacen dudar de quién somos, los que nos hace refugiarnos, excluirnos de nuestro entorno social, las que nos llevan a la incomunicación.
Pocas obras reflejan con tal perfección este torbellino emocional como Persona de Bergman. Rodeados de máscaras sociales, de redes sociales, la fragilidad de nuestro Yo se agudiza, se esconde. Momentos en los que se opta por el silencio ya que, hablar nos lleva a decir cosas que, es posible, no tengan una coherencia con lo que pensamos. El monólogo de la doctora en la película nos lo muestra así:
“¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca. ¿Suicidarse? ¡Oh, no! ¡Eso es horrible! Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar. Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elisabeth. Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil, que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te entiendo y te admiro. Creo que deberías mantener este papel hasta que se agote, hasta que deje de ser interesante. Entonces podrás dejarlo. Igual que poco a poco fuiste dejando los demás papeles”
La incomunicación del ser humano es una sociedad hiperconectada, que trata al resto con desprecio por no cumplir con los cánones establecidos. Que causa dolor, incomprensión, miedos y silencio.
¿Nos empezamos a liberar?