La indi­soluble unidad nacional

Publicado el 01 noviembre 2011 por Franky
El nacionalismo es un virus que corroe el ser nacional y el encuentro de los españoles. El Estado de las autonomías y la indi­soluble unidad de la nación españo­la no casan, han traído grave problemática; tras siglos de grandes discusiones y debates y hasta luchas y guerras, la cuestión permanece. Los nacionalistas, mientras no tengan una representación significativa, habían de tener un límite a su presencia política, de ahí la necesidad de reformar la Ley Electoral.

Aquí, hay varias regiones y muchas `nacionalida­des'. Aquí, la vivencia nacionalista tiene arraigo, es indudable; son unos grupúsculos muy determinados, que, convencidos de que pueden vivir por su cuenta, quieren la separación. Ese ansia de independencia y soberanía causa a España una gran inquietud, sumida en desencuentros continuos y en el desconcier­to nacional. Ante la posible desmembración de España, se vive un profun­do descontento social, la rebeldía e incomodidad nacionalis­tas crean, en la familia nacional graves conflictos. Se pone en entredicho el concepto de nación; la nación es un concepto polisémico que cada colectividad se forja. No obstante, según el derecho internacional en Estados históricamen­te constituidos, el res­peto a la unidad nacio­nal y a la integridad te­rritorial impone que la única vía posible de se­cesión sea la que se haga conforme a los procedimientos cons­titucionales internos.

La vida en medio de este des­barajuste nacionalista es bronca e hiriente; esa exigencia continua, ese irse y quedarse, ese diario tira y afloja de ni contigo ni sin ti se hace insoportable, a pesar de que España es una antigua nación con muchos lazos comunes y, sin duda, muchos intereses compartidos; esos grupos nacionalistas periféricos se cuestionan la idea de España y, so­bre todo, su entidad como Estado. La cuestionan los soberanistas no por una ideología de motivaciones éticas identitarias, sino monetarias e interesadas; el nacionalismo no es altruista, busca el tintín de los dineros.

Todos se amparan en la historia en apoyo de sus argumentaciones. En 1978, renunciando cada uno a sus particulares intereses, se estableció, mediante el consenso, la concordia y el acuerdo, un ámbito de comunión y avenencia que ha venido siendo, hasta el 2004, expresivo y asombroso logro. Parece que aquel convenio aglutinante y conciliador que, cerrando heridas, llegó al abrazo político y a la hermandad, en una Nación y un solo Estado ya seculares, ha perdido vigencia, ha dejado de entusiasmar a muchos que no han querido olvidar inquinas y desprenderse de odios pretéritos.

No es fácil hallar una solución ni cómo arreglar esta diáspora de pueblos, que amenaza la existencia de España; tiene que haber algún remedio por la simple razón de ser lo más conveniente para todos; no somos tan `diferentes, tan `extraños', unos de otros. Habrá que dibujar una España como una convivencia de pue­blos que convivan gentes que cantan sevi­llanas, jotas o sardanas que hablan lenguas distintas y que se aludan y rezan en español.

Es presiso borrar todas las diferencias y entablar y cerrar los lazos de unión fuertes y concluyentes. España, como la Unión Europea, exigen para su supervivencia la unidad política y monetaria, consistente y estable, lo contrario traerá su perdición.



C. Mudarra