La ineludible cita de los viernes

Publicado el 04 noviembre 2011 por Brisne @Brisne72

FECHADE CADUCIDAD
Todo sucedióporque tenía que suceder. La crisis del papel se superó con imaginación. Noconozco otro modo de superar las crisis. La falta de papel se notó enseguida.Todos escribían por las dos caras de los folios, utilizaban los espacios enblanco de la publicidad para escribir poemas y los diarios muy pronto dejaronde salir cada día a la calle para llegar a los móviles o a las tabletpuntualmente. No importaba, sólo era un formato nuevo y todos estábamosencantados con la modernidad. Ya saben, uno se hace moderno cuando lee en elipad y no en el vulgar papel. Pero pronto empezó a afectar a los libros. No podíaneditarse todos porque no había pasta dónde imprimirlos. Así que idearon grandestrituradoras de papel que destruían libros para poder hacerlos de nuevo. Elministerio de cultura fijó fecha de caducidad para los títulos. Bibliotecariosy lectores tenían que librarse de aquellos libros que no se deben leer más queuna vez. Pronto se llenaron los contenedores con títulos de todo tipo. Ademáspagaban por ellos. Algunos títulos desaparecieron por completo, creo que ya noqueda ni un “Código Da Vinci”, sólo podías quedarte con veinticinco libros encasa. Además te ofrecían vales para nuevos títulos. Con tres o cuatro librosviejos lograbas una novedad. Y las novedades pasaban por el tribunal de lafecha de caducidad. Tribunal del que yo formaba parte. Tuve suerte, ser unalectora empedernida me dio los conocimientos necesarios para lograr un puestode trabajo tan ventajoso. Leíamos manuscritos sólo que entonces ya no se escribíana mano sino que llegaban en forma de pdf. Porque los libros en su mayoría,entonces se consumían en formato electrónico. Ahí no había restricciones. Muchosarchivos se compartían, muchos se perdían en caídas de red y quemado de discosduros. Mas la mayor parte de lectores acogieron con cariño el ebook. Andabancolgados de uno en el tren o en el autobús. Pero la industria editorial se hundía.Los escritores no podían comer con lo que escribían y dejaron de hacerlo. Sólolo hacían para las editoriales que tenían limitado el número de ediciones y elde ejemplares por edición. Funcionaba el sistema. Leíamos los libros y decidíamossu fecha de caducidad. Siempre había alguien que compraba el libro y lodigitalizaba y así pasaba a la red. Claro que uno se encontraba con girosimposibles y faltas ortográficas. Los libros perdían calidad y sólo unos pocoslectores dispuestos a dejar parte de su sueldo en libros, leían lo que el autorhabía querido decir. Las fechas de caducidad variaban en función de lo buenoque era el libro, como máximo cinco años, y yo era en parte responsable deello. Incluíamos la fecha en un código Q que marcaba el lomo a fuego. Un códigocon GPS para localizar los ejemplares cuando llegase la fecha de la destrucción.Se trituraban y con ese papel se volvían a imprimir nuevos libros. Era un buensistema. Los pocos libros que había se leían todos, algunos varias veces,pasaban de mano a mano porque como sabíamos que pronto serían destruidos necesitábamosllenar nuestra mente con sus letras. Fueron unos años maravillosos, leyendonovedades noche tras noche. Era ahora o nunca y eso siempre me ha gustado.Lástimaque un día decidiesen destruirlos todos y pasarlos a digital. Dijeron que noera rentable el esfuerzo. Lástima. Ahora ando rebuscando todas las noches enlos basureros, buscando un trozo de papel que llevarme al lápiz. Un legajo que llevarme a la boca.  http://feedburner.google.com/fb/a/livefeed?id=ri6e1gq8734efuk7f5arnr56ic