El conjunto de retratos refleja diferentes interpretaciones de la infancia, tema que, durante el Romanticismo, se convirtió en asunto predilecto de los artistas conforme a los nuevos intereses de su clientela.
La idea iniciada en la Ilustración acerca de la infancia como edad con valor en sí misma, y no solo como proyecto de futuro, alcanzó su máxima expresión con el Romanticismo, ya que encarnaba cualidades muy apreciadas como la inocencia, la proximidad a la naturaleza y la sensibilidad no contaminada. Razones por las cuales, las pinturas de niños se convirtieron en encargos frecuentes de la clientela burguesa.
Durante este período, los mejores retratos se realizaron en la corte madrileña. Vicente López en su retrato de Luisa de Prat y Gandiola, luego marquesa de Barbançon reproduce aún el modelo clasicista representando a la niña como mujer a pequeña escala aunque la evocación de la naturaleza como lugar asociado a la niñez resulta moderna, lo mismo que en Rafael Tegeo. Sin embargo, este, en Niña sentada en un paisaje, se muestra más fiel a la condición infantil de la retratada. Federico de Madrazo, que alude a los modelos históricos de Velázquez en el retrato de Federico Flórez Márquez, y Luis Ferrant, que recoge la tradición española del Siglo de Oro en Isabel Aragón Rey, por su parte, adaptan este estilo con maestría a las fórmulas académicas del Romanticismo. En el caso de Carlos Luis de Ribera y de Joaquín Espalter la representación de sus modelos se realiza al modo burgués europeo, en parques, el primero en Retrato de niña en un paisaje, y el segundo en Manuel y Matilde Álvarez Amorós.
Otro núcleo importante del Romanticismo español fue Sevilla, donde se formaron artistas como Antonio María Esquivel y Valeriano Domínguez Bécquer influenciados por la tradición de Murillo y sus atmósferas doradas, sobre las que podían destacar las calidades de sus rostros y manos infantiles, y el retrato británico y su predilección por las actitudes graciosas y fondos naturales.
Se trata una obra apenas conocida que se presenta ahora por primera vez al público tras su adquisición en 2016.
Una obra singular en el panorama de la pintura romántica que encarna por sí sola los ideales liberales, de raíz rousseauniana, acerca de la educación libre -adjetivo que aparece inscrito en el collar del perro- defendida por el padre de los niños retratados, el escritor y periodista cubano José Güell (1818-1884), quien en su libro Lágrimas del corazón dedica a su hijo Raimundo un poema, algunas de cuyas estrofas podrían haber inspirado la composición de esta obra: "No te importe vivir en la pobreza./Si puedes aspirar al aire puro./Y ver la luz del sol y la grandeza/De la noche que llena el cielo oscuro/[...] Y no adornes tu frente con laureles./Ni que la luz del sol nunca te vea, /Ridículo, vestido de oropeles/Ni del poder llevando la librea."
Los protagonistas aparecen representados como pastores arcádicos, vestidos solo con pieles y convertidos en la proclama del liberalismo por su acción de poner en libertad a unos jilgueros.
Ejecutado con un claro sentido escultórico, propio de los últimos años de la trayectoria de Esquivel, este retrato fue elegido por el artista para tomar parte en 1856 en la primera de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.