Ciertamente, el cine ha actuado siempre, desde sus orígenes, como un modelo conformador de actitudes y estilos de vida, como un espejo en el que todos nos miramos para decidir nuestros modelos y nuestras pautas de comportamiento a partir de una determinada percepción de la realidad. Veamos algunos ejemplos.
Una película como Amadeus (1984) cambió por completo la imagen cultural que de Mozart tenía el gran público; lo convirtió en un genio infantil, creador de obras sublimes y, a la vez, inmaduro y zafio. Pero no sólo cambió su imagen, sino que convirtió a ese músico de otra época en un ídolo popular y tremendamente actual. Provocó una auténtica "Mozart-manía": sus CD se vendieron por decenas de millares y llegó a ser un fenómeno cultural importante a mediados de los años ochenta.
Está también el caso de Vacaciones en Roma (1953), dirigida por William Wyler y protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, que cambió por completo la imagen deteriorada y problemática que, durante los años cuarenta, había creado el Neorrealismo italiano en torno a la Ciudad Eterna. Las películas de Rossellini, Zavattini y Vittorio de Sica habían difundido un mito de decadencia; este filme, en cambio, hizo que los norteamericanos volvieran a ver Roma como "la ciudad del amor", un símbolo de la ilusión y del romanticismo.
Nadie pensaba que esta película pudiera influir en la conciencia de los jóvenes. Es más, por su temática de corte elevado (relaciones padres-hijos, libertad en la elección de la carrera, sistemas pedagógicos en conflicto) se pensó que a los chicos les aburriría, y que sólo podría interesar a padres y educadores. Bastaron unos pases previos para descubrir que la película despertaba un verdadero entusiasmo entre los adolescentes. Nuevos pases en institutos y colegios confirmaron esa tendencia, hasta el punto de que el filme era recibido como el abanderado de “la revolución docente” que los estudiantes de entonces ansiaban. Con estos datos a la vista, la productora del filme decidió cambiar por completo el marketing inicialmente previsto: se modificó el cartel, que iba a estar centrado en la figura del actor, para dar paso a los jóvenes protagonistas; se promocionó como símbolo de la rebeldía estudiantil y alcanzó un éxito entre la juventud como no se había imaginado ni de lejos.
Sí, el cine puede provocar auténticos movimientos de masas. Porque es una representación muy intensa: muy viva y muy dramática. Y puede conmover nuestras emociones y nuestros valores más íntimos. No en vano, los clásicos decían que una buena representación puede provocar una genuina “catarsis”. Y esto no debe tomarse a broma.
En los próximos post pretendo profundizar en este tema. Agradeceré vuestras sugerencias.