La leyenda y la historia dan respuestas diferentes.
SEFARAD
Una leyenda judía nos dice que Dios fundó su amada ciudad de Toledo antes de crear el mundo y que, al crear el sol, lo puso como una corona sobre la ciudad, haciendo de Adán su primer rey.
Evidente hincapié hicieron muchos hebreos en datar la fundación de Toledo a continuaciòn de la primera destrucción del Templo de Jerusalén (584 a. J.C.), asegurando que el pueblo judío llegó a este lugar con Nabucodonosor, rey de Babilonia, quien daría a la ciudad el nombre hebreo de Toledot -Generaciones-.
Con esta tradición los sefarditas o judíos de Sefarad -España- se declaraban descendientes de la tribu de Judá y, por otra parte, quedaban limpios de cualquier sospecha de colaboración en la pasión y muerte de Jesús. Pero, en contra de estas tradiciones, la historia sostiene que la presencia de judíos en España es posterior a la diáspora provocada por la victoria de Tito y la segunda destrucción del Templo.
Al frente de los judíos españoles estaban los rabinos de -rabbí-, -maestro-, conocedores e intérpretes de la Ley, que no eran propiamente sacerdotes aunque su misión fuera, además de enseñar, velar por la moral y el cumplimiento de la Ley. Esta era la Torá, nuestro Pentateuco Génesis, …Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio, al que incorporaron los comentarios de la misma, la Misna, y los estudios realizados sobre esta, completando el Talmud.
Importancia esencial tuvo también la Qabbalá o tradición, definida esta como doctrina y costumbre que hemos recibido de nuestros maestros -Suarez-. Se considera como el canon de la Qabbala la obra denominada Sefer ha-Zohar, el Libro del Esplendor, escrito en Castilla por Rabi Moses de León entre 1275 y 1285 y cuyo misticismo ejerció una gran influencia en la literatura cristiana contemporánea.
Dicho Zohar comprende doctrinas a veces contradictorias, gnósticas, platónicas y aristotélicas y en él laten las relaciones entre inmanencia y trascendencia, entre el mundo finito y Dios infinito, manifestado por un proceso creador consistente en diez emanaciones sucesivas. Esta doctrina tuvo grandes repercusiones en la sociedad judía que resultó dividida entre los judíos de corte, ricos y poderosos pero alejados de la Ley, y los discípulos del qabbalismo que, como los franciscanos de la época, predicaban la pobreza y el amor a la naturaleza.
Las primeras noticias sobre el recelo hacia el judaísmo por parte de los cristianos, por considerarlo doctrina peligrosa, datan del concilio de Elvira a comienzos del siglo IV, y las persecuciones de los judíos se iniciaron ya en tiempos visigodos tras el III Concilio de Toledo (589), donde se rechazó la doctrina herética de Arrio.
Tal vez estas persecuciones motivaron que los judíos españoles fueran favorables a la invasión musulmana. Lo cierto es que, basándose en este hecho e invocando las enseñanzas del Profeta, tolerante en principio tanto con los judíos como con los cristianos, por ser descendiente, como ellos, de Abraham, la población hebrea fue admitida en Al-Andalus y algunos judíos alcanzaron una situación privilegiada tanto durante el Califato como en el periodo de las Taifas.
Constituye un ejemplo Abu Joseph ibn Hasday ibn Shaprut, creador de la Escuela talmúdica espa- ñola y experto en idiomas, ya que hablaba, junto al hebreo, el latín y el árabe, siendo además afamado médico y farmacéutico, cuyos servicios fueron recabados, incluso, por un monarca cristiano, Sancho I el Craso de León. Otro respetado judío, ya del periodo taifa S XI fue Ibn Negrela que llegó a ser visir y nagid o prÌncipe con el rey taifa granadino Habus y asimismo ministro con Badis, su sucesor.
También en el periodo de las taifas destacó, en la corte zaragozana de los Banu Hud, el juez o dayan Ibn Pakuda, un gran místico. Otras grandes figuras del momento fueron el filósofo y poeta Salomon ibn Gabirol, el famoso Avicebrón, el polifacético Juda ha-Levi y el poeta Moses ibn Ezra. Pero bajo los almohades, fanáticos y rigoristas, la situación de los judíos de Al-Andalus resultó peligrosa. Por ello el rabbi Moses ibn Maimun -MaimÛnides- se vio obligado a emigrar, muriendo finalmente en Tiberíades tras recorrer diversos países del mundo islámico.
La forzada emigración de la población judÌa de Al-£ndalus, básicamente hacia Castilla, fue beneficiosa para la aljama de Toledo, la ciudad española especialmente amada por el pueblo hebreo. Papel importante desempeñaron también algunos judíos cultos y necesariamente políglotas, buenos conocedores del árabe y del romance, en la famosa Escuela de Traductores, desde el arzobispado de Raimundo de Sauvetat (1124-1152), de origen cluniacense, hasta el reinado de Alfonso el Sabio (1252-1287), a través de la cual Europa conoció las obras clásicas, contenidas en manuscritos árabes, de Aristóteles, Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, Hipócrates y Galeno. Tales obras se habían vertido al árabe previamente, labor en la que destacó, por ejemplo, Averroes.
El procedimiento seguido por iniciativa del citado arzobispo fue el siguiente. Un judío, conocedor del árabe, traducía estas obras del árabe al romance y posteriormente un clérigo pasaba los textos, del castellano al latín culto. En esta obra ingente destacaron el judío Ibn Dawud, luego convertido al cristianismo e identificado con Juan Hispalense, y Gerardo de Cremona, entre otros, formando un equipo compenetrado. El éxito de la empresa fue tan notorio que diversos sabios del resto de Europa acudieron a Toledo y, al parecer, hasta Pedro el Venerable sugirió la traducción del Corán al latín.
Pasado el tiempo, Alfonso X, comprendiendo la gran labor realizada por estos primeros traductores, potenció la famosa Escuela a través de la cual numerosas obras científicas, ya vertidas al árabe por sabios como Avicena -Ibn Sina-, Ibn Gabirol. Azarquiel o al Farabi- fueron traducidas al latín. Otros judíos de la época, como Abraham al-FaquÌ y Samuel Levi Abulafia fueron colaboradores esenciales en la empresa, traduciendo nuevamente del árabe al romance.
Tal vez la predilección sentida por los judíos hacia Toledo se deba en buena parte a las similitudes topográficas existentes entre este ciudad y Jerusalén, la ciudad santa del judaísmo, del cristianismo y del islam. En Jerusalén, de un lado, el Monte de los Olivos, del otro la explanada del Templo ñel monte Moria del sacrificio de Abraham con la Cúpula de la Roca y la mezquita al-Aksa, la Lejana, y, entre ambos, abajo, el torrente del Cedrón.
En Toledo, los cerros de los cigarrales, el cerro del Bu y la Piedra del Rey Moro, con el Tajo a sus pies y, al otro lado, el abigarrado caserío, presidido por la aguja de la Catedral y salpicado de iglesias mudéjares.
Un halo de espiritualidad emana de ambos escenarios. Es inevitable recordar Toledo cuando visitamos Jerusalén. Y desde Toledo nos sentimos más cerca de la Jerusalén bíblica y musulmana. Esta forzada emigración de los judíos desde Al-Andalus, como consecuencia del rigorismo almohade, coincidió con el reinado en Castilla de Alfonso VIII, quien abiertamente favoreció a los judíos porque la presencia de éstos en su reino le resultó beneficiosa.
Escalando actividades cada vez más elevadas en la sociedad castellana, los judíos, desde simples agricultores, se convirtieron por ejemplo en expertos médicos, pero sobre todo destacaron en el campo de las finanzas, ganándose la confianza del rey y, si bien es cierto que estaban obligados a pagar más impuestos que el resto de la población, supieron ejercer de prestamistas del propio monarca hasta el punto de que la victoria de las Navas de Tolosa sobre los almohades -1212- fue conseguida por Alfonso VIII, en buena parte, por el apoyo económico dispensado por la población judía.
Basta recordar que, al morir el monarca, adeudaba 18.000 mrs. de oro a Joseph ibn Salomón ibn Shoshan, constructor de una de las sinagogas de Toledo. Se sabe que provocó general descontento la abrumadora presencia judía en la Almunia regia, lugar de encuentro del ejército cristiano en vísperas de la citada batalla, del que formaban parte los cruzados del Poitou, del Languedoc, de la Provenza y de la Gascuña, Pedro II de Aragón, padre de Jaime I el Conquistador, los voluntarios de diversas ciudades castellanas, Sancho VII el Fuerte de Navarra y los voluntarios de León y Portugal, cuyos reyes no se sumaron directamente a la empresa.
La población judÌa ocupó en muchos casos puestos preeminentes en la sociedad y especialmente en la cercanía de los monarcas desde tiempos de Alfonso VI, preferentemente como médicos y almojarifes, gozando de una gran posición económica. Médico de este monarca fue Yosef ha-NasÌ Ferrusiel, llamado Cidelo por los cristianos. Almojarife de Alfonso VII fue Yehud· ibn YEzra. Almojarife de Alfonso VIII fue el célebre Abu ¥Amr Yosef ibn Sosan, llamado también Abuomar Abenxuxen, nasi o principe de los judíos.
Y nasi fue asimismo en este reinado el médico y diplomático Abraham ben Alfakhar. Algunos fueron rabinos o grandes pensadores, como los dos miembros de la familia Abulafia, Meir ben Todros ha-LevÌ y su sobrino Todros ben Yosef ha-LevÌ, de tiempos de Alfonso X. Almojarifes de este rey fueron Albulrebia Selomo ibn Sadoq , Meir ibn Sosan o Abenxuxen e Isaac ben Salomo ibn Sadoq, y como rabino de la época destacó Ya¥aqob ben Sosan.
Y médicos de Sancho IV fueron Abraham e Isaac ibn ibn Waqar -León Tello-. La expulsión de judÌos en Francia y Alemania, muy anterior a la decretada en España por los Reyes Católicos en 1492, favoreció las aljamas de Castilla, y entre ellas la toledana, que, a su vez, se vieron beneficiadas por la actitud favorable de los monarcas del siglo XIV y concretamente de Alfonso XI.
El hecho benefició a los judíos financieros que, por entonces, llegaron incluso a poseer grandes propiedades agrÌcolas ante el descontento de la población. Esta boyante situación es la que explica la construcción de tantas sinagogas. Sin embargo los judíos qabbalistas, más estrictos, clamaron contra estos excesos de los judíos de corte, llegando a afirmar que tantas y tan ricas sinagogas no se construían para honrar a Dios sino como alarde de su poder y riqueza
Pero el favor real nunca supuso la equiparación de los judíos con el resto de la población, la cual, por otra parte, sintió siempre una clara animadversión hacia los hebreos que pronto tendría consecuencias trágicas, culminando con la represión antijudaica de 1391 que motivó la ruina de tantas sinagogas.
Este periodo de esplendor de la judería toledana, que corresponde fundamentalmente al siglo XIII y parte del XIV, explica la construcción de hasta doce sinagogas, segun relatan las fuentes. De ellas solo dos, Santa María la Blanca y Nuestra Señora del Tránsito han llegado hasta nosotros. Su calidad estética pone de manifiesto que la judería toledana gozó no sólo de un elevado poder adquisitivo sino de un nivel cultural admirable. Pero revelan algo más, su preferencia hacia la estética oriental y su desprecio hacia Occidente en ese mismo campo.
Ante la disyuntiva arquitectura islámica o arquitectura gótica optaron por la primera. El hecho contrasta con la judería de Praga que, al construir su célebre sinagoga en el siglo XIII, hoy todavía subsistente, se inclinó por la arquitectura gótica.
Por el contrario, a lo largo de los siglos XIII y XIV, los judíos toledanos volvieron la espalda al gótico incipiente de la Catedral, sintiéndose más afines con la Qarawiyyin de Fez, la Qutubiyya de Marraquesh o la Alhambra granadina. En realidad compartieron el mismo sentimiento estético de Alfonso XI en Tordesillas y el rey don Pedro en Sevilla, manifestado igualmente por muchos de los grandes linajes toledanos de la época, tanto mozárabes como foráneos, que, al construir sus casas principales, se desentendieron del gótico a pesar de la inmediatez grandiosa de la obra catedralicia.
Así lo demostraron los GarcÌa de Toledo, los Toledo de San Antolín, los Alvarez de Toledo, los Meneses, los Palomeque y los Ayala, entre otros. Y así lo testimonian el Corral de Don Diego, las estancias palaciegas de Santa Clara y Santa Isabel, la Casa de Mesa, el Taller del Moro y el palacio de los señores de Higares, citando solamente los ejemplos más conocidos. Incluso algunos toledanos, como Fernando Gudiel, Fernán Pérez y Lupus Fernandi, quisieron reposar en sepulcros mudéjares. Y lo más sorprendente es que la Reconquista continuaba. Pero el Toledo bajomedieval seguía inmerso en el sueño oriental.
Balbina Caviró MartÌnez Correspondiente http://www.realacademiatoledo.es/files/toletum/0101/15.pdf