En los últimos tiempos se ha avivado la controversia en torno a las guerras religiosas. Aquí mismo, en este blog, han asomado varios comentarios a propósito de este peliagudo asunto, con el objeto de apoyar la tesis de que la religión es una institución cultural negativa para nuestra especie. Diversos blogs negacionistas (ateos beligerantes) han puesto en marcha, a su vez, un proyecto en red para elaborar a nivel mundial un catálogo minucioso de "masacres por religión"; y Tenan, la pasada semana, reclamaba aquí una comparativa con los asesinatos en masa cometidos por los regímenes materialistas. Este es un asunto que atañe de modo especial a la historiografía. Sin embargo, considero que debemos hacer una seria reflexión desde el ámbito cristiano, de modo que las cosas queden encajadas en su adecuado contexto con el propósito de que este debate se realice con un mínimo de rigor científico –si hay que hacerlo, que sea entre todos: ¡los cristianos tenemos mucho que decir!. En este sentido, avanzo que a partir de hoy, dedicaré mi post de los lunes a ir desgranando diversos aportes que considero enriquecedores para quien quiera aproximarse con honestidad intelectual a esta problemática. ***
La institución de la Inquisición, y de manera particular la española, ha provocado un río de tinta desde el siglo XVI. No exagero si digo que se podría completar una gran biblioteca sólo con la recopilación de los libros y estudios dedicados a ella. En 1982 el luxemburgués Emil van der Vekene publicó los tres volúmenes de su minuciosa Bibliotheca Bibliographica Historiae Sanctae Inquisitionis, un trabajo bibliográfico en donde referencia y documenta un listado de 4.808 obras relacionadas con la Inquisición. Desde luego, no todos estos trabajos tienen un valor científico equivalente. Sucede que un tema tan espinoso, que ha levantado tantas ampollas a lo largo del tiempo, ha superado en numerosas ocasiones el ámbito histórico para adentrarse en el lodazal propagandístico e ideológico. En efecto, la Inquisición se ha convertido en una leyenda. Y, como toda leyenda –diría Levy Strauss- tiene una parte de realidad pero… también una parte de mito. Por fortuna, en las tres últimas décadas, los estudiosos parecen haberse despojado de prejuicios y han comenzado a proliferar análisis más rigurosos y equilibrados. Los historiadores han comenzado a comprender aquella lección del gran profesor Arnold Toynbee, cuando advertía a sus discípulos que los juicios morales deben permanecer ajenos a la investigación científico-histórica, porque no cabe admitir con honestidad una interpretación "con nuestra óptica actual" (es decir, con nuestra cosmovisión) de hechos que se produjeron en un momento en el que los hombres pensaban y tenían valores diferentes. Todo eso, desde luego, está muy bien. La historiografía parece haberse movido a la hora de abordar este asunto. Pero… El problema sigue siendo el mismo: la leyenda persiste, porque es difícil que una idea preconcebida, que forma parte de nuestra "gestalt", pueda ser modificada sin un gran esfuerzo previo de divulgación. Sobre la inquisición española –como pasa tantas veces- hay quienes hablan mucho, pero saben poco. Abundan los lugares comunes: hogueras, asesinatos en masa, juicios sumarísimos, intransigencia eclesiástica, opresión del pueblo. Iconos que han quedado en el subconsciente colectivo. *** La primera cuestión que habría que responder es: ¿La Inquisición española fue una institución política o religiosa? Muchos dirán que no hay duda alguna: la Inquisición española fue una institución religiosa. ¿Qué pregunta tan absurda es esa? ¿Qué si no iba a ser? ¡La de veces que hemos visto los hábitos que gastaban los inquisidores en las películas! ¡Es que eso está fuera de toda duda! Pues si usted piensa eso, se equivoca. La Inquisición española fue una institución política, no eclesiástica.
La Inquisición española surge durante el reinado de los Reyes Católicos y se aplica por primera vez en la ciudad de Sevilla. Conviene, por tanto, recordar que el periodo histórico iniciado por Isabel y Fernando tiene una función eminentemente fundadora o, si se quiere, constituye un tiempo de cambios trascendentales. En toda Europa comienza a perfilarse el nacimiento de un tipo de Estado, que los politólogos denominan "Estado nación" o "moderno", cuya característica fundamental es la búsqueda de la cohesión poblacional dentro de unas determinadas fronteras, con una monarquía potente que reduce el poder que la nobleza había disfrutado durante la Edad Media. Haciéndonos eco del consejo de Toynbee que hemos referido más arriba, es preciso entender este contexto histórico. El catedrático Suárez Fernández (En Los Reyes Católicos. La expansión de la fe) dice a propósito:
Suárez Fermández
"En la maduración del estado moderno, comenzada en las postrimerías de la Edad Media, fue admitido como verdad absoluta el principio que identifica comunidad política con religión. (…) Ese principio fue formulado años más tarde por Martín Lutero con la fórmula cuius regio eius religio que daba a los príncipes poder para imponer a sus súbditos el sistema de creencias que le parecía preferible. Los Reyes Católicos –dice al respecto del caso español- lo hubieran enunciado de otro modo, cuius religio eius regio, porque entendían que el príncipe estaba al servicio de la religión del reino. En una u otra forma se entendía que sin esa identidad era imposible lograr el sometimiento de todos los súbditos a una misma norma objetiva de moral. De ese modo la convivencia entre religiones diferentes se consideraba un obstáculo insalvable para la garantía del orden político (…) A finales del siglo XV la identificación entre religión y comunidad política era presentada como un signo de progreso en todas las naciones". En España ese fenómeno fue más agudo que en buena parte de los países de Europa. La Monarquía hispana se sustentaba en dos pilares básicos: la condición supranacional (es decir, la agregación de varios reinos en una sola monarquía) y la centralidad nuclear del poder en el monarca. Como señala el profesor Fernández Álvarez en su obra Felipe II y su tiempo, "la Inquisición no fue un instrumento religioso al servicio de la clase dirigente (léase la nobleza), sino una herramienta política de aquella Monarquía autoritaria". La necesidad de garantizarse la cohesión era un hecho evidente. Por una parte, los españoles estaban completando la reconquista de su territorio histórico. Pero la población española era demasiado heterogénea para lo que se admitía en cualquier nación de aquella época. De otro lado, los diversos reinos que subsistían bajo el mando de los Reyes Católicos habían conservado sus respectivas instituciones y legislaciones previas. De alguna manera, el reino de los Reyes Católicos era como la Commonwealth: una misma cabeza que unía diversos miembros autónomos. ¿Cómo solucionar ambos problemas? Isabel, pero sobre todo Fernando, lo tuvieron claro: había que crear una institución de nueva planta, que tuviera dominio sobre todo el territorio de España (es decir, "por encima" de los diversos consejos reales que subsistían en cada reino); y que, además, sólo dependiera de ellos, de los Reyes. Esa institución era (no había otra) la Inquisición. Hay otras dos notas que clarifican la importancia política que, como instrumento de cohesión territorial y social, representaba la Inquisición española y de la que los monarcas eran plenamente conscientes. La primera son los testamentos políticos de los reyes. Si Carlos I confirmará, recién llegado a España, al Santo Oficio "pues así nos lo dejó encomendado en su Testamento el Rey Católico, mi señor, que en gloria esté", su hijo, Felipe II recibiría similar encargo en el Testamento del Emperador, advirtiéndole de que una de sus primeras obligaciones era cuidarse de la disidencia en sus dominios, por lo que debía apoyarse en todo a los inquisidores. A su vez, Felipe II hará lo propio con su heredero y así sucesivamente. Tal era la importancia de este aparato administrativo llamado Inquisición para la salvaguardia de la institución monárquica española. Y la segunda de estas circunstancias –nada casual, desde luego- es que de los cuatro regentes que tuvo el reino (Cisneros, Adriano de Utrecht, Tavera y Granvela), tres hubieran sido además inquisidores generales. Queda bien atado, pues, que la Inquisición era el brazo fuerte del nuevo Estado. Sus máximos dirigentes eran a su vez las personas de mayor confianza para los monarcas. Es cierto, tenemos que reconocer, que los Reyes Católicos dispusieron de una aprobación papal para fundar la Inquisición (Exigit Sincerae Devotionis). Pero no nos engañemos sobre esta cuestión: el nombramiento de los cargos de la Inquisición así como sus reglamentos de funcionamiento eran competencia exclusiva de los monarcas españoles. Y esto generó no pocas tensiones entre la Monarquía y el Santo Padre. A veces, algunos procesados elevaban su queja ante el Papa, en la seguridad de que iban a ser tratados con mayor benevolencia. Así, por ejemplo, sucedió con el mismo Sixto IV, quien en 1482 censuró el rigor de algunas sentencias, al tiempo que insistía en garantizar el derecho de apelación al ordinario o al mismo papa –insistía, claro es´ta, porque los Reyes Católicos no observaban este derecho-, de conformidad con el criterio establecido en el concilio de Viena de 1312. La pugna entre Roma y los monarcas españoles, no obstante, la ganaban siempre los segundos: en definitiva ¡eran los que tenían la soberanía en su territorio! *** Se ha hablado también mucho del proceso inquisitorial. Torturas, condenas sin juicio, sospecha generalizada sobre cualquiera.