Escucho desde un rincón. Es más un rincón mental que físico: es el rincón que uno se crea ensimismado mientras trata de concentrarse en algo mientras una conversación se produce a su alrededor. Tampoco es un rincón desagradable: el problema es como, después de un cierto tiempo, funciona mi cabeza. Pongamos el ejemplo de un péndulo, o pongamos el ejemplo del ojo pornográfico, que una vez leí de los hermanos Hartnoll. Estás alerta, evitando prestar a esa conversación ajena más atención de la educadamente debida (es decir, no levantas la vista de tu tarea y para dedicarte a observar interesado cómo esta se desarrolla y, eventualmente, prestarte a intervenir en ella), pero, a la vez, atento a la casi segura aparición de distintas palabras clave. Sería tan desconsiderado entonces no reaccionar al oírlas. Sería un síntoma de falta de sensibilidad humana, sería una señal inequívoca de la ausencia de ciertos sentimientos básicos que el sentido común presupone moran en los espíritus de cualquiera que quiera convivir en sociedad. Ay. La palabra cualquiera, y la palabra sentimientos básicos, sabedlo, quedan desactivadas ante la presencia de ciertos equipos de fútbol sobre el campo o de ciertos músicos sobre el escenario. Ahí hay entronización o destrucción del enemigo. En fin; dentro de una aparentemente relajada conversación de mediodía en un centro de trabajo (en ese indescriptible momento en que se hace la sobremesa previa a reincorporarse a la jornada de la tarde) sé, si hay una relación prolongada en el tiempo, que no se hablará del clima ni de las especies en peligro de extinción. Tampoco se hablará de David Foster Wallace, opción casi segura que me confina, otra vez, mentalmente y me recuerda conceptos como el cierre de etapas, los ciclos de la vida, y bla bla bla. Se mencionará a la familia, quien los tenga, a los hijos que crecen demasiado rápido, a las estancias en diversas ciudades europeas demasiado obvias como para enumerarlas, a los fines de semana pretéritos y futuros y, en algún momento, se reparará en la hora y se orientará el cuerpo hacia la mesa. Otra vez.Pero muy rara será la ocasión en que se mencione el prefijo ex, la palabra muerte y la palabra desgracia y las palabras libro de embrujos, y la búsqueda en Google, más que el hotelito con encanto o el restaurante al que fueron unos amigos y salieron encantados, contenga la palabra Walpurgis.