Si para los budistas la atención está centrada en el alimento como fuente de sanación, para los sufís está en la forma de cocinarlos, pero ambos son concluyentes en una cosa: si dirigimos nuestra atención de manera intencionada la forma de cocinar cambia, se hace consciente y esta consciencia se transmite al alimento y consecuentemente, a nosotros mismos cuando lo ingerimos.
Somos lo que comemos, como ya comenté en un post anterior, y comemos lo que pensamos.
Nada perdura, todo pasa, vivimos en el cambio y la transitoriedad permanente, y ese cambio lo podemos ver en los alimentos mismos, en como los manipulamos, cocinamos, comemos y desperdiciamos.
Esta transitoriedad, el cambio constante de los estados de la materia hace posible su manipulación en ambos sentidos: positivo y negativo. La falta de higiene en una cocina, el mal humor, el desorden afectan a lo que comemos pues influye en como cocinamos. Una encimera llena de estorbos y suciedad, no puede por menos que afectar en la forma en que estamos cocinando y alterar el resultado final.
Mantener limpio el espacio donde cocinamos, retirando los desperdicios, lavando lo que se ensucia durante el proceso; a la que vez nos ayuda a concentrarnos en la tarea de cocinar, nos permite comer con tranquilidad ya que al final tendremos muy pocas cosas que recoger.
Una actitud negativa, los pensamientos confusos y recurrentes, alteran el campo energético de los alimentos y sus cualidades, por ello es necesario la concentración en el momento presente, en la propia cocina.
Solo en el presente podemos parar el pensamiento y solo parando el pensamiento podemos estar Presentes en el ahora, el único momento Real, dónde Todo se puede manifestar si le dejamos espacio.
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