En el texto que vamos a leer se bosqueja la interesante distinción entre la intención del que habla y lo que entiende el que recibe el mensaje. El debate se centra en las ideas de Crisipo (s. III a.C.), filósofo de la escuela estoica después de Zenón, frente a Diodoro Crono, de la Escuela de Megara. Crisipo se adscribe, como buen seguidor de la escuela estoica, a la vertiente escéptica acerca del lenguaje. El lenguaje no es un fiable vehículo de comunicación. Diodoro, a su vez, tiene una idea bien distinta, y precisa una pertinente diferencia entre ambigüedad y obscuridad:
Crisipo el filósofo dice que todas las palabras son ambiguas, frente a Diodoro, que considera que ninguna palabra lo es (Aulo Gelio, Noches Áticas 11, 12)
Crisipo afirma que todas las palabras son ambiguas por naturaleza, dado que de un mismo término pueden entenderse dos o más sentidos. Diodoro, por su parte, que tenía el apodo de Crono, dice que “ninguna palabra es ambigua, ni nadie dice o quiere decir dos cosas, ni debe parecer que se dice otra cosa distinta de la intención de quien habla. Mas cuando yo”, nos dice, “quise decir algo distinto de lo que tú entendiste, esto puede atribuirse más a la poca claridad de la expresión que a la ambigüedad; en efecto, esa debería ser la naturaleza de una palabra ambigua, de forma que quien la utilice diga dos o más cosas a un tiempo. Sin embargo, nadie que pretenda decir una sola cosa dice dos o más.”
Por cierto, no puedo terminar este blog sin recordar una de las características esenciales de lo que sería una lengua perfecta: la falta de ambigüedad. Sin embargo, las ambigüedades (y las polisemias) forman parte de lo más íntimo de nosotros como seres humanos. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE