De forma sorprendente e inesperada, a pesar de su ideología radical, misógina, racista y antiautonómica, Vox supo aprovechar las pasadas elecciones autonómicas en la región para, con un ideario extremista contrario a la “ideología feminista”, la Memoria Histórica a la que tacha de “revanchista”, los flujos migratorios que percibe como invasiones y la “ruptura” de España por parte de los independentistas catalanes, ganarse el voto que tradicionalmente buscaba cobijo en el Partido Popular. Tal presencia social de la ultraderecha, como fenómeno con capacidad de competir electoralmente, ha alterado y complicado el escenario político en España, último país europeo que se adhiere a la estela de un movimiento que desde hace años avanza y se afianza en Occidente. Gracias al partido de extrema derecha español, ya formamos parte de esa especie de “Internacional Ultra” que gana posiciones en el tablero político, extiende su ideología filofascista por medio mundo y aspira ser una fuerza mayoritaria en las instituciones europeas, tras las próximas elecciones, para destruir la Unión Europea desde dentro.
Fuerza Nacional(FN) francesa de Marine Le Pen ya era euroescéptica antes que Donald Trump promoviera el aislacionismo en EE UU y se dedicara a desunir a los países miembros de la UE, apoyando sin disimulo el Brexit del Reino Unido. Incluso Amanecer Doradoya propugnaba el abandono de Grecia de la Unión Europea antes que Vox “cabalgara” por tierras españolas repitiendo lemas y soflamas reaccionarios que revitalizan a los nostálgicos de un franquismo camuflado entre los votantes de la derecha. Partidos minoritarios, como el UKIP del Reino Unido, que, aun siendo residual, forzó la realización del referéndum para que Inglaterra abandonara la Unión Europea. O no tan minoritarios, como el Fidesz de Viktor Orban en Hungría, la Liga del Norte de Matteo Salvini en Italia o el Partido Social Liberal de Jair Bolsonaro en Brasil, capaces de alcanzar el poder y gobernar con políticas de exclusión, aislacionismo e intolerancia que, al parecer, responden a las esperanzas de quienes se sienten ignorados o vapuleados por la complejidad del mundo contemporáneo y los problemas económico o los desafíos migratorios que periódicamente lo sacuden.
La Liga del Norteitaliana ha formado coaliciones de gobierno casi desde su fundación, en 1989, pero no había tenido tanto poder como hasta ahora, que controla el Ejecutivo en coalición con los antisistema del Movimiento Cinco Estrellas, permitiendo que Matteo Salvini, desde su puesto de ministro de Interior, dicte y domine la política antimigración, antieuropea, islamófoba y económica de Italia. O el Fidesz, de Viktor Orbán, de Hungría, quien desde que accedió al poder no ha dejado de promover “mano dura” contra distintos sectores progresistas de la sociedad civil y ha aprobado leyes que criminalizan a los inmigrantes, negándose incluso a aceptar la cuota correspondiente de refugiados con que Europa combatía la última crisis migratoria. En Polonia, por su parte, el partido nacionalista Ley y Justiciatampoco vacila en utilizar medios cada vez más autoritarios para imponer su ideario, socavando la independencia de los medios de comunicación y tratando de reformar los juzgados para “colocar” jueces fieles al partido y controlar la judicatura.
A tal objetivo se ha sumado, con gran virulencia, la extrema derecha de España, que se vale de Vox para asaltar las instituciones. Con tan fuerza ha irrumpido en la política nacional que su discurso ha impregnado al del Partido Popular y Ciudadanos, formaciones conservadoras que compiten por el mismo electorado, hasta el extremo de no renunciar a lograr acuerdos entre ellos, como han hecho en Andalucía, ni excluir el apoyo de quienes no comparten la Constitución, como Vox que rechaza el Estado Autonómico, aunque paradójicamente critiquen a los socialistas por hacer lo mismo con los apoyos independentistas. Vox es un partido reaccionario, pero tiene en común con el resto de la derecha tradicional una concepción sectaria de la Patria, el cuestionamiento del progresismo igualitario y un liberalismo en lo económico que no se conjuga con lo social, aparte de preservar la tutela religiosa de un Estado presuntamente aconfesional, cual es España. Por eso, por sus semejanzas, los tres participan en la guerra de banderas y lazos, se manifiestan juntos contra el Gobierno socialista, pretenden ilegalizar a los partidos independentistas como solución al conflicto catalán y no tienen reparos en marchar juntos tras las pancartas.