Ir a nuevas elecciones es una decisión que encierra un enorme riesgo para la derecha, que será penalizada por sus votantes, con toda seguridad, lo que implica el riesgo de que el PSOE continúe gobernando la región.
El fracaso de los pactos entre el PP y VOX para formar gobiernos beneficia al PSOE de Sánchez, al que proporciona oxígeno cuando se encontraba asfixiado y envuelto en la derrota.
Esa pugna entre la derecha suave y contaminada de socialdemocracia (PP) y la nueva derecha de VOX beneficia a Pedro Sánchez y constituye un riesgo enorme para el cambio de rumbo que España ha votado porque lo necesita.
Todo indica que se producirá una nueva votación en otoño, cuyo resultado es incierto porque no se sabe a quien penalizarán los extremeños por el fracaso, aunque lo más probable es que sea castigado el intransigente PP.
La decisión de María Guardiola cuenta con el aval de Feijóo, que muestra peligrosamente la misma debilidad y fragilidad de principios que exhibió el fracasado Rajoy en el pasado, comportamiento que mereció a su partido el calificativo de "derechita cobarde".
La clave de la ruptura no es la deferencia de criterio entre VOX y el PP sobre la violencia de género, sino el sueño del PP de acaparar en toda España los votos de la izquierda descontentos con el sanchismo. Los populares creen que su alianza con VOX le aleja de esa bolsa de votantes de izquierda y, en consecuencia, traiciona a sus votantes situados más a la derecha.
Lo que el PP ignora es que por cada voto que gane por la izquierda, pierde al menos dos por su derecha, sobre todo cuando el electorado, de manera masiva, quiere que la expulsión del poder de Pedro Sánchez sea la prioridad absoluta.
Rajoy se reencarna en el también gallego Feijóo, al que las cosas le iban bien, pero al que empieza a envolverle el olor a derrota por su incapacidad para pactar y para anteponer a su electoralismo lo que constituye la gran demanda de la sociedad española: el fin del sanchismo.
Francisco Rubiales