La introspección (II)

Publicado el 11 agosto 2015 por Habitalia

Identificado dentro de la iconografía cristiana con la imagen del cáliz, el Santo Grial es la copa que contiene la sangre de Cristo. Idea doblemente reforzada si tenemos en cuenta que PARACELSO, EL MAESTRO ROSACRUZ :

LA ALQUIMIA COMO GUÍA PARA EL DESARROLLO ESPIRITUAL.

Los Rosacruces (véase capítulo correspondiente) adoptan esta rica simbología alquímica en su significado místico, es decir, como guía de los pasos a seguir para el desenvolvimiento espiritual y lograr así transformarse en un ser humano completamente renovado, incluso más que humano podríamos decir. Esta es la llamada Alquimia Mística, la cual interpreta todos los elementos de la alquimia, así como sus procedimientos como pasos y elementos a obtener en la realidad interna y superior, para alcanzar así la Gran Obra: El Ser espiritual; al
adeptado.

De esta forma la Quinta Essentia, corresponde a aquella parte inmaterial y trascendente, que es necesario despertar en nuestro ser. El Atanor es nuestro propio ente, con todas sus potencialidades y expresiones, desde el físico hasta lo más sutil, es el laboratorio del Los tres planos de la realidad. Tanto para Agrippa como para Paracelso, nuestro Universo consta de tres planos:

1. El espiritual/lo divino.
2. El cosmos/lo sideral.
3. El de los elementos/lo terrestre.

El ser humano pertenece a los tres, simultáneamente, porque está compuesto de elementos; es parte del cosmos, y pertenece, por su alma, al mundo espiritual, al mundo invisible e intangible formado por todo aquello que se llama divino. El ser humano debe siempre saber que está unido a los tres planos y que la armonía entre los tres es la perfección para su vida física y para su equilibrio espiritual.

Lo más valioso, el verdadero hallazgo de esta formulación está en la definición del ser humano como una producción realizada a partir de los elementos que también forman la materia inanimada o la animada, pero no racional, la meramente animal. La doble pertenencia a la Tierra y a los planetas y estrellas, hoy en día superflua, es un punto muy significativo para la época, porque implica también que Tierra y resto de los cuerpos celestes son la misma cosa con distinta forma o composición, pero parte de un mismo Universo material. En cuanto a la espiritualidad, a la dependencia de almas y dioses, la sabiduría aceptada de la época, la tradición teológica, es la única culpable del desenfoque, que, por otra parte, todavía se mantiene con fuerza, ya a cientos de años de distancia de esos días tan azarosos para el descubrimiento de las grandes leyes físicas.

Si se sustituyera, en la misma construcción, el apartado alma por el de psique, nos encontraríamos a muy corta distancia de los pioneros del comienzo de este siglo, cuando se da al mundo de lo intangible una nueva composición, y se busca en la profundidad de la mente humana la clave para el reajuste de su personalidad.

Con los dos nuevos sectores, con la reducción a elementos (sean terrestres o siderales) y a mente, la unidad del ser humano sí que se sitúa en su verdadero terreno; pero no debemos tratar de hacer encajar las definiciones del siglo XVI con las de principios del XX o finales del XIX, porque se trata de una ucronía voluntariosa, de un hecho que nosotros, desde aquí, sí podemos desear cambiar para reconstruir la realidad, pero desde el tiempo de Agrippa y Paracelso, simplemente no existía.

Un concepto trascendental en la filosofía alquimista paracélsica es el de la "luz de la naturaleza" ("lumen naturae"), concepción que Jung retrotrae a la obra Filosofía Oculta de Agrippa von Nettesheim, en 1510. Agrippa hablaba aquí, en efecto, de la luminositas sensus naturae, que permitía incluso a los animales augurar. Igualmente es un concepto primordial en Meister Eckhart.

Ahora bien, la "luz natural" es, en verdad, concepción muy antigua en el seno de la alquimia. Se encuentra ya en la Carta de Aristóteles, Tractatus Aureus, Dicta Belini.., y hasta aparece en el más antiguo alquimista chino, Wei-Po-Yang.

"La idea de esta luz -resume Jung- coincide en Paracelso, como en los alquimistas, con el concepto de 'sapientia' y 'scientia'. La luz puede ser caracterizada sin vacilación, como el misterio central de la filosofía de la alquimia. Casi siempre es personificada como 'filius', o por lo menos citada como una de las propiedades sobresalientes del mismo." (p.57).

Tal luz de la naturaleza proviene del astro: "Nada hay en el hombre que no le sea dado por la luz de la naturaleza y lo que está en la luz de la naturaleza es obra del astro", aseguraba Paracelso (p.41).

Esta luz de la naturaleza es, en la alquimia paracélsica, la quinta essentia que Dios extrajo de los cuatro elementos y que yace "en nuestro corazón", intuición paracélsica que coincide en este ámbito con el sufismo de Ibn al´ Arabî, en mio pinión. Tal luz la enciende el Espíritu Santo y ella consiste en una especie de "captación intuitiva de las circunstancias, una forma de iluminación", estima Jung.

Su fuente es duplex: mortal e inmortal, y esto es así porque el hombre, según Paracelso, "es también un ángel, con todas sus propiedades", de ahí que pueda penetrar las cosas sobrenaturales (p.42). Para responder a la segunda parte de esta cuestión, diremos que la solución está contenida en el sentido original y etimológico de la palabra "filosofía", que habría sido, se dice, empleada por primera vez por . La palabra filosofía expresa propiamente el hecho de amar a Sophia, la sabiduría, la aspiración a ésta o la disposición requerida para adquirirla.

Esta palabra siempre ha sido empleada para calificar una preparación a esa adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios que podían ayudar al phi-losophos, o a aquel que experimentaba por ella alguna tendencia, a convertirse en sophos, es decir, en sabio.

Así, como el medio no podría ser tomado por un fin, el amor a la sabiduría no podría constituir la sabiduría misma. Y debido a que la sabiduría es en sí idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede decir que el conocimiento filosófico no es sino un conocimiento superficial y exterior. No posee en sí mismo, ni por sí mismo, un valor propio. Solamente constituye un grado preliminar en la vía del conocimiento superior y verdadero, que es la sabiduría.

Es muy conocido por quienes han estudiado a los filósofos antiguos que éstos tenían dos clases de enseñanza, una exotérica y otra esotérica. Todo lo que estaba escrito pertenecía solamente a la primera. En cuanto a la segunda, nos es imposible conocer exactamente su naturaleza, ya que por un lado estaba reservada a unos pocos, y, por otro, tenía un carácter secreto. Ambas cualidades no hubieran tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido allí algo superior a la simple filosofía.

Puede al menos pensarse que esta enseñanza esotérica estaba en estrecha y directa relación con la sabiduría y que no apelaba tan sólo a la razón o a la lógica, como es el caso para la filosofía, que por ello ha sido llamada "el conocimiento racional". Los filósofos de la Antigüedad admitían que el conocimiento racional, es decir, la filosofía, no era el más alto grado del conocimiento, no era la sabiduría. ¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del mismo modo que el conocimiento exterior, por la palabra o mediante libros? Ello es realmente imposible, y veremos la razón. Lo que podemos afirmar desde ahora es que la preparación filosófica no es suficiente, ni siquiera como preparación, pues no concierne más que a una facultad limitada, que es la razón, mientras que la sabiduría concierne a la realidad del ser al completo.

De modo que existe una preparación a la sabiduría más elevada que la filosofía, que no se dirige a la razón, sino al alma y al espíritu, y a la que podemos llamar preparación interior; éste parece haber sido el carácter de los más altos grados de la escuela de Pitágoras. Ha ejercido su influencia a través de la escuela de Platón y hasta el neo-platonismo de la escuela de Alejandría, donde apareció de nuevo claramente, así como entre los neo-pitagóricos de la misma época.

Si para esta preparación interior se empleaban también palabras, éstas no podían ser ya tomadas sino como símbolos destinados a fijar la contemplación interior. Mediante esta preparación, el hombre es llevado a ciertos estados que le permiten superar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente, y como todo esto está muy por encima de la razón, está también muy por encima de la filosofía, puesto que la palabra filosofía siempre es empleada de hecho para designar algo que sólo pertenece a la razón.

No obstante, es asombroso que los modernos hayan llegado a considerar a la filosofía, así definida, como si fuera completa en sí misma, y olvidan así lo más elevado y superior.

Sin esta comprensión, ninguna enseñanza puede desembocar en un resultado eficaz, y la enseñanza que no despierta en quien la recibe una resonancia personal no puede procurar ninguna clase de conocimiento. Es la razón de que Platón dijera que "todo lo que el hombre aprende está ya en él". Todas las experiencias, todas las cosas exteriores que le rodean no son más que una ocasión para ayudarle a tomar conocimiento de lo que hay en sí mismo. Este despertar es lo que se llama anámnesis, que significa "reminiscencia". Si esto es cierto para todo conocimiento, lo es mucho más para un conocimiento más elevado y más profundo, y, cuando el hombre avanza hacia este conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles se hacen cada vez más insuficientes, hasta finalmente perder toda utilidad. Si bien pueden ayudar a aproximarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes para adquirirla realmente, y se dice corrientemente en la India que el verdadero gurú o maestro se encuentra en el propio hombre y no en el mundo exterior, aunque una ayuda exterior pueda ser útil al principio, para preparar al hombre a encontrar en sí y por sí mismo lo que no puede encontrar en otra parte, y particularmente lo que está por encima del nivel de la conciencia racional.

Es necesario, para lograrlo, realizar ciertos estados que avanzan siempre más profundamente hacia el ser, hacia el centro, simbolizado por el corazón y donde la conciencia del hombre debe ser transferida para hacerle capaz de alcanzar el conocimiento real. Estos estados, que eran realizados en los misterios antiguos, eran grados en la vía de esta transposición de la mente al corazón.

Había, hemos dicho, una piedra en el templo de Delfos llamada omphalos, que representaba el centro del ser humano, así como el centro del mundo, según la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir, el hombre, de tal manera que todo lo que está en uno está en relación directa con lo que está en el otro. Avicena dijo: "Tú te crees una nada, y sin embargo el mundo reside en ti".

Es curioso señalar la creencia extendida en la Antigüedad según la cual el omphalos había caído del cielo, y se tendrá una idea exacta del sentimiento de los griegos con respecto a esta piedra diciendo que tenía cierta similitud con el que experimentamos con respecto a la piedra negra sagrada de la Kaabah.

La similitud que existe entre el macrocosmos y el microcosmos hace que cada uno de ellos sea la imagen del otro, y la correspondencia entre los elementos que los componen demuestra que el hombre debe conocerse a sí mismo primero para poder conocer después todas las cosas, pues, en verdad, puede encontrarlo todo en él. Es por esta razón que algunas ciencias -especialmente las que forman parte del conocimiento antiguo y que son casi ignoradas por nuestros contemporáneos- poseen un doble sentido. Por su apariencia exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y pueden ser consideradas justamente desde este punto de vista. Pero al mismo tiempo también poseen un sentido más profundo, el que se refiere al propio hombre y a la vía interior por la cual puede realizar el conocimiento en sí mismo, realización que no es otra que la de su propio ser. Aristóteles dijo: "el ser es todo lo que conoce", de tal modo que, allí donde existe conocimiento real -y no su apariencia o su sombra- el conocimiento y el ser son una y la misma cosa.

La sombra, según Platón, es el conocimiento por los sentidos e incluso el conocimiento racional que, aunque más elevado, tiene su origen en los sentidos. En cuanto al conocimiento real, está por encima del nivel de la razón; y su realización, o la realización del ser, es semejante a la formación del mundo, según la correspondencia de la que hemos hablado. Es ésta la razón de que algunas ciencias puedan describirse bajo la apariencia de esta forma. Este doble sentido estaba incluido en los antiguos misterios, del mismo modo que en todas las enseñanzas que apuntan al mismo fin entre los pueblos de oriente.

Parece que igualmente en occidente esta enseñanza ha existido durante toda la Edad Media, aunque hoy haya desaparecido completamente, hasta el punto que la mayoría de los occidentales no tiene idea alguna de su naturaleza o siquiera de su existencia.

Artículo publicado en la revista Zenit nº39 del Supremo Consejo de Grado 33º y último para España