Estimados cuentistas:
"Seguramente todos os hayáis sentido mal alguna vez por no estar haciendo lo que sentíais que debíais estar haciendo. A mí de pequeño me pasaba a menudo con los deberes. Nunca quería hacer los deberes salvo que se tratara de escribir algún relato, de algún ejercicio de filosofía o de aprenderme esas historias tan interesantes de la mitología griega. Me interesaban muchísimo todos esos dioses violentos, vengativos, envidiosos y enamoradizos porque veía a la raza humana escandalosamente reflejada en ellos. Sin embargo, el resto de asignaturas me importaban un bledo y no les dedicaba tiempo. Pero aun así, siempre que bajaba a la calle a jugar para no hacer los deberes de matemáticas o cualquiera de esas asignaturas que no me gustaban, me perseguía mi conciencia, como una apisonadora empeñada en destruir todos mis planes de evadirme de los estudios y pasármelo bien. Reconozco, no con orgullo, que desarrollé con el tiempo la habilidad de escapar de esa apisonadora para así disfrutar del tiempo de ocio que no me correspondía. Sin embargo, siempre que subía a casa y mis padres me preguntaban por los deberes, sentía un agudo pinchazo en el estómago que me recordaba que no había hecho lo que debía hacer.
Ahora podría continuar este discurso criticando al sistema educativo y rascando en las causas de por qué sí me interesaba la filosofía y no las matemáticas. Podría quejarme de que nadie me explicó lo importante que son las matemáticas más allá de sumar manzanas. Pero no lo voy a hacer. He utilizado este ejemplo para ilustrar una sensación tremendamente incómoda que todos tenemos o hemos tenido alguna vez: la de no poder disfrutar de lo que hacemos, porque sentimos que deberíamos estar haciendo otra cosa. Ante esta sensación hay tres formas de responder. Podemos seguir sufriendo y dejar que la apisonadora nos haga sentir mal porque sabemos que hay algo que no estamos haciendo bien, podemos aprender a esquivar esta apisonadora, o dicho de otro modo, extirpar nuestra conciencia. O podemos pensar que quizá haya algo que efectivamente estemos haciendo mal y tomar las riendas para empezar a hacerlo bien. Pero tampoco quiero centrarme en los procedimientos de cómo creo que se deben romper los obstáculos mentales que nos hacen huir de lo que sabemos que tenemos que hacer y no hacemos. Os he hablado de esta sensación para contaros la última que me ha asaltado días atrás.
Si de pequeño me llegué a sentir mal por estar en la calle jugando (o haciendo botellón no tan pequeño), en lugar de estar estudiando para sacar mejores notas, hace unas semanas llegué a sentirme incómodo por sociabilizarme demasiado. Los que me conocéis quizá os extrañe leer esto porque tengo una etiqueta de chaval extremadamente extrovertido, pero he de deciros que mis mayores momentos de lucidez vienen precisamente de momentos de introversión. Que no deben ser confundidos con la timidez. Susan Cain los distingue muy bien: “La timidez es sobre el miedo al juicio social. La introversión está más relacionada con cómo se responde a la estimulación social.” En mi opinión la estimulación social es necesaria para saber en qué mundo vivimos, pero sobre-exponerse a ella anula el individuo y nubla la creatividad. Por eso he decidido entrar de nuevo en una etapa de introversión. Y es importante que lo haya decidido, porque si no se toman decisiones nos dejamos llevar por la corriente, y la corriente no para de decirnos lo importante que es salir los viernes hasta las tantas de la madrugada, o lo necesario que es el networking, que en mi caso se convertiría en NOTworking, porque lo que tengo que hacer (y ya llevo haciendo varios días) es encerrarme a pensar y prever como un loco cómo hacer frente a posibles contratiempos de mi empresa. Pienso que hoy en día se premian los comienzos en exceso. Se habla de emprender como si esto fuera un valor en sí mismo. Desde luego es el primer paso para materializar un proyecto y no se le debe negar la importancia que merece, pero después de empezar viene lo más difícil: continuar y en algunos casos, terminar. Siento que el término “emprendedor” arrastra una aureola de elogios inmerecidos. Por lo que quiero aprovechar la ocasión para felicitar a Australian Way por triunfar con su empresa, a Daniel de Vicente por publicar su libro y a Fernando Carruesco por locutar el programa de radio más largo de la historia. Vosotros sois el máximo orgullo de este grupo que ha formado Pedro. Y el resto aquí estamos, intentándolo, que no es poco, pero tampoco suficiente. Debemos culminar algún proyecto para escalar la siguiente montaña y sentirnos de verdad orgullosos por pertenecer a este grupo.
Gracias Pedro!"
Imagen tomada de: codigovenezuela.com