Decenas de millares de pescadores, de metalúrgicos o millones de campesinos tuvieron que cambiar de actividad al transformarse los medios de producción, pero los últimos 5.000 mineros del carbón españoles, de los alrededor de 70.000 que hubo, exigen que sigamos manteniendo una ficción productiva que incrementa abusivamente el recibo de la luz en varios euros mensuales.
La izquierda que predicaba contra el calentamiento global y el CO2 se rebela ahora contra la UE por prohibir que se subvencione a partir de 1918 el déficit provocado por el carbón español, el más contaminante y caloríficamente más pobre de Europa. Prohibición aprobada por el gobierno Zapatero que el de Rajoy sólo se limita a aplicar.
Los mineros apelan al sentimentalismo: no deben morir los pueblos en los que viven “desde siempre”. Que empezaron a construirse en el siglo XIX tras aparecer la máquina de vapor, cuando el carbón era el único combustible industrial.
Al haber ahora otras energías, y carbones mejores mucho más baratos, esos pueblos terminarán abandonándose, como tantos en España.
Sus habitantes deberán buscar otros medios de vida para sus descendientes y olvidar la tradición minera de que hijos y nietos sigan viviendo de explotaciones insostenibles.
Y debe recordarse que quienes protestan ahora entraron en las minas cuando ya eran fraudulentas, mantenidas porque si un gobierno proponía cerrarlas sus sindicalistas más activos organizaban motines que, a costa de algunos muertos, rindieron incluso a Franco.
Si abandonan ahora tendrán la fortuna de unirse a los alrededor de 65.000 mineros anteriores a los que el Estado jubiló más que dignamente, a veces a los 44 años de edad.
Pero como el mundo exterior de “las cuencas” es hostil, luchan para que sus hijos sigan viviendo de las subvenciones.
Apoyados ahora por una izquierda oportunista, los mineros luchan violentamente contra los elementos, como la Armada Invencible, en una guerra perdida.
------
SALAS