La ira y la lujuria son vertientes de la misma pulsión: la que nos inclina a pretender saciar la sed de infinito con lo finito y a juzgar lo espiritual con categorías sensibles. En esto consiste el engaño del diablo.
La soberbia nos lleva a preferir lo aparente a lo verdadero; la avaricia, lo caduco a lo eterno; la pereza, lo pequeño a lo grande; la gula, lo agradable a lo conveniente; la envidia, lo malo a lo bueno.
Los pecados, antes de convertirse en desviaciones morales, nacen como extravíos metafísicos.