“Yo sólo creo en los cuentos/nunca apuesto por la verdad,sé que la vida es un sueño/pero el libro es real. Yo no confío en los hechos/no me pone la realidades más fuerte un solo poeta/que una tropa vulgar.”(Conde. El último de los creyentes)
No hace mucho, leyendo La educación sentimental de Flaubert, volví a comprobar que las novelas están escritas para cada uno de nosotros, para decirnos algo que nos hace falta o nos conviene saber.En esta ocasión en particular, al leer determinados pasajes de la novela he comprendido lo que una persona allegada a mí me decía hace unos meses y que yo no llegaba a entender. Y en general, leyendo las vicisitudes de los protagonistas de la historia he visto reproducidas actitudes ajenas y propias y he comprendido con claridad el porqué de unas ylas repercusiones de otras. Estos efectos que tienen las novelas, las historias en general, los constatamos en muchas ocasiones. Cualquier persona que tenga el hábito de leer ficción, especialmente lo que solemos llamar “gran literatura”, habrá tenido esa sensación de que la historia parece escrita expresamente para quien la lee; de que el autor, con lo que le cuenta, le da pistas para entender mejor las relaciones humanas y por lo tanto le ayuda a vivir mejor. Que un escritor nos hable a nosotros personalmente, a través del tiempo, de los siglos incluso, puede parecer cosa esotérica o ensoñación de mentes románticas. Y puede que incluso nos guste considerar que así es. Pero lo cierto es que esto tiene fundamento científico.