Ayer, precipitadamente, según llegaba de la playa y casi sin tiempo para peinarme un poco, me llamó un amigo para ir a la presentación de un libro. Me apunté sin dudarlo, que en esta ciudad no ando sobrada ni de amigos ni de eventos, y en 10 minutos estaba lista para irnos a la Orotava, donde tenía lugar el acto.
Habría ido de cualquier manera pero confieso que el hecho de que en el periódico dijeran que Saramago iba a estar en la presentación ayudó para que no me lo pensara demasiado.
Al final, de Saramago ni rastro -más allá de unas fotos-, pero fue un acto interesante, con espectáculo de magia y música incluidos. Y lo más importante, descubrí la Isla de San Borondón, un lugar mítico, presente en el imaginario colectivo del pueblo canario a través de cuentos y leyendas, y del que no había oído hablar en toda mi vida.
Se trata de una isla que los cartógrafos y navegantes de épocas pasadas llegaron incluso a situar en los mapas y de la que, aseguran, llegaron en su día barcos y marineros. Otros afirman incluso que llegaron a pisar su orilla, y que San Borondón se trataba de un vergel inmenso, lo más parecido al paraíso; muchos dicen que han visto su costa mirando al horizonte y algunos la han llamado la Octava isla de las Canarias.
La profusión de historias y la falta de datos reales han hecho de San Borondón un lugar mágico envuelto en olas tenebrosas y mares inalcanzables, un lugar al que uno puede ir a relajarse cuando le agobia el día a día; a descansar cuando se acumulan los problemas y olvidarse de la realidad. Es por eso que, como dijo uno de los ponentes, "lo importante de la Isla de San Borondón no es encontrarla, sino seguir buscándola".