La isla mínima es un magnífico thriller que decide fijar su ambientación en la España de los 80. Una época en la que sentíamos haber dejado atrás un mundo de tinieblas aun sabiendo que la herida estaba abierta y muy lejos de cicatrizar. Suena cursi, pero es uno de los mayores logros del equipo de la película, más preocupados en la radiografía de personajes de un momento fascinante que en la historia de un asesinato. El contexto no es fortuito, y ayuda enormemente no sólo a endurecer la imagen con un retrato de un pueblo remoto de la España profunda si no a hablar de errores que cometimos en el pasado e iremos arrastrando hasta el día de hoy, algo de agradecer visto el nivel de debate y el escaso deseo de diálogo.
La mentira, doble punto de partida para explicar un crimen y a la vez la naturaleza de nuestra historia, se convierte así en piedra angular del funcionamiento de una obra narrada con pulso, densa y en ocasiones árida dadas sus pretensiones trudetectivescas. A la verdad podemos llegar traspasando lodazales, corriendo y conduciendo bajo trombas de agua y también cruzando desiertos sin nada alrededor, cayendo en cientos de pistas falsas y conociendo de primera mano el sentimiento de frustración. En ese sentido, el mejor cumplido que podemos otorgar a la hasta ahora mejor película de Alberto Rodríguez es ser hermana de Zodiac en cuanto a ritmo narrativo y excelente empaque técnico.
La Isla Mínima ha sido seleccionada en el Festiva de cine de San Sebastian, y le auguramos un largo periplo de festivales y recogida de premios. Sin duda, una sorpresa y un éxito para la historia del cine de nuestro país.