Cuarto día de viaje. Hemos encontrado el paraíso en la Tierra. Sus coordenadas son latitud 0.15° norte, longitud 130.05° este.
Se trata de una isla, y tiene nombre, Pulau Wayag. Una asombrosa maravilla de la naturaleza prácticamente desconocida hasta la fecha. Perdida en medio del océano, casi inexpugnable, alejada de todos los circuitos turísticos del mundo. Las guías y revistas de viajes están aún por descubrir este sitio y dar a conocer su gran potencial. Hablamos de un lugar tan mágico y fascinante como la Bahía de Ha Long en Vietnam, pero mucho más exótico e irreal; tan virgen y puro como El Nido en Palawan, Filipinas, pero con menos visitantes aún; tan frágil y delicado como la isla de Ko Phi Phi en Krabi, Tailandia pero mucho más grande en términos de superficie.
Este era el destino de nuestra expedición al norte de Raja Ampat. La razón única y suficiente para cruzarnos Indonesia de oeste a este hasta llegar a Nueva Guinea, y a continuación hacer una travesía de tres días por mar.
Y es que, por el momento, la única forma de llegar a este rincón apartado del mundo es en barco, ya que se encuentra a 200 km del aeropuerto más cercano, en Sorong. Lo habitual es hacerlo a bordo de un lujoso crucero liveaboard que hace un recorrido por las islas de Raja Ampat. Nuestros bolsillos no podían sorportar los 100€-200€ que cuestan por noche, así que nos preguntamos si había otras alternativas. Encontramos una vía, complicada pero no imposible. Consistía en ir a la aventura al puerto de Sorong y contratar allí los servicios de un patrón de embarcación dedicada al transporte de personas y mercancías entre las islas. Pero no era nada trivial, sin chapurrear indonesio en Papúa Occidental no se llega a ninguna parte. Fue gracias a Dani que pudimos superar esta dificultad, eso y su habilidad para regatear.
Todo el esfuerzo para conseguir una mísera embarcación a motor que a duras penas soportaba el envite de las olas bajo una tempestad y con la que atravesar cualquier espacio de mar abierto suponía echarle una partida a la muerte. Pero cualquier viajero adicto a la aventura te diría lo mismo: si el destino lo merece, adelante. Afortunadamente salimos sanos y salvos y no tuvimos que pagar ningún precio, simplemente fuimos lo suficientemente temerarios como para intentarlo.
Fue nuestro particular homenaje a los grandes viajes, en estos tiempos que corren en los que uno puede disfrutar del National Geographic en la pantalla de alta definición del salón de su casa. Pero no es lo mismo ver esto con sus propios ojos, señores. No se engañen.
Pasamos nuestra primera noche en Wayag en el único punto habitado, el centro de Conservación Internacional de Raja Ampat. Ellos se encargan de garantizar la conservación de una de las siete áreas marinas protegidas declaradas por el gobierno de Indonesia. A cambio de un modesto donativo nos acogieron en su campamento un par de noches y serían ellos mismos los que nos prestarían el servicio de guía durante nuestra estancia. Nadie conoce mejor los misterios y rincones secretos que esconde este archipiélago. Y estábamos a punto de descubrirlos nosotros también.
A primera hora de la mañana pusimos rumbo a la principal de las lagunas interiores de Wayag, la que en el mapa del satélite aparece en color más oscuro y a la que se accede desde el oeste. Por la tarde llegaría el turno de navegar por una segunda laguna interior, al noroeste, en color más claro.
Estábamos excitados, con los nervios a flor de piel. ¿Había merecido la pena hacer un viaje tan largo? Estábamos a punto de averiguarlo. Nuestros ojos estaban ya listos para grabar en la retina cada uno de los detalles de ese largo día. Hasta el cielo se había aliado con nosotros brindándonos un día de sol casi despejado.
Dimos la vuelta a la isla hasta acceder a la laguna interior por el oeste. Nada más girar la curva nos dijeron que íbamos a deternernos en una playa y ascender una de las colinas de piedra caliza. Hasta alcanzar uno de los puntos más elevados de Wayag, para tener una buena perspectiva del paisaje de karsts.
Llegamos a la playa y desembarcamos. Miramos hacia arriba por última vez antes de escalar la montaña y nos adentramos en la vegetación.
Para nuestra sorpresa no había ningún camino marcado, podíamos estar subiendo esta montaña como cualquiera de las otras de alrededor. Supusimos que nuestros guías conocían ese camino y sabían que era accesible hasta la cumbre.
El ascenso no estuvo exento de dificultades. Al llegar arriba tuvimos que escalar algunas paredes de roca. No íbamos con el equipo más adecuado, pero si nuestros guías eran capaces de hacerlo con los pies descalzos no íbamos a quejarnos.
Sin echar la mirada atrás cuando ascendíamos, no veíamos el momento de coronar la cima y darnos la vuelta para admirar las vistas. Una vistas increibles. Puede que las más impresionantes que haya contemplado jamás.
Faltan las palabras para describir aquello, así que además de las fotos aquí tenéis una bonita panorámica en vídeo.
Tachán, ¡misión cumplida! Habíamos conseguido llegar los tres juntos ahí arriba. Nos felicitamos por la victoria lograda. Cada uno de nosotros puede grabar este momento en su recuerdo para siempre.
Nos tiramos un buen rato haciendo fotos, seguro que Javi pudo sacarle el mejor partido a su cámara. Luego descendimos de las nubes para continuar la excursión.
Dimos la vuelta a una cadena de karsts y nuestros guías nos preguntaron si queríamos subir otra montaña para contemplar otra magnífica vista. Estábamos de suerte, íbamos a disfrutar no de una sino de dos panorámicas.
Aceptamos, pero no sabíamos que escalar esta montaña iba a resultar tan complicado. Con mucha paciencia, sufrimos más que subiendo la primera montaña. Las paredes eran más inclinadas. La verdad, fuimos un poco inconscientes, de habernos caído por las rocas no creo que hubiéramos regresado para contarlo.
Pero una vez arriba, nos dijimos a nosotros mismos que había merecido la pena correr el riesgo. Las vistas nos dejaban otra vez sin respiración, igual de increibles.
No creo que exista otro lugar como Pulau Wayag en Asia, os lo digo porque he estado años buscándolo. Mi fascinación por los paisajes de karst me ha llevado a visitar muchos países, nunca pensé que encontraría el más perfecto de ellos en Indonesia. Y es que contemplar esos minúsculos terrones de piedra salpicando el mar te hace pensar que quizás hayan sido colocados así por la misma mano de Dios.
Desde lo alto comprobamos que la laguna no tenía fin y se perdía de nuestra vista serpenteando por el interior de la isla. Nos propusimos aprovechar el día al máximo y llegar hasta los últimos rincones.
Bajamos la montaña y con el calor apetecía pegarse un baño en esas maravillosas aguas turquesas. En un momento se me pasó el cansancio de haber subido las dos colinas.
Nos montamos en el barco y continuamos hacia una de las playas de arena que habíamos divisado desde arriba.
Dani grabó un vídeo mientras navegábamos por la laguna interior. Lo comparto para que podáis sentir lo mismo que nosotros. Estábamos sólos, sin nadie más alrededor, y con el único sonido de la naturaleza interrumpido por el ruido de nuestro motor fuera borda.
Intentamos llegar a la playa pero el acceso en barco resultó imposible por la escasa profundidad del fondo de coral.
A riesgo de quedarnos encallados desistimos y simplemente nos dejamos llevar a la deriva disfrutando de aquello.
Se respiraba una profunda paz y tranquilidad, no existían las preocupaciones ni nos importaba nada más en el mundo.
No queríamos marcharnos de allí, pero tuvimos que dar por terminada la mañana y volver al centro de Conservación Internacional para almorzar. Ya por la tarde, nos subimos otra vez en el barco para navegar por la segunda laguna interior. En la vista de satélite se apreciaba un color muy claro en el noreste de la isla y queríamos descubrir porqué.
Cuando llegamos allí vimos que en el fondo apenas había coral, sino arena blanca y sedimentos.
El agua estaba completamente en calma, como si se tratara de un lago de agua dulce. El fondo tenía muy poca profundidad así que a partir de cierto punto tuvimos que subir las hélices del motor para no encallar en la arena y mover el barco con ayuda de un palo.
Era un ecosistema único, una ciénaga compuesta por agua de mar prácticamente estancada donde crecían árboles (manglares).
Vimos pájaros tropicales y criaturas marinas en su hábitat natural, como una tortuga que pasaba por allí y apenas se inmutó con nuestra presencia.
Más adelante vimos alguna raya látigo (stingray) de forma redondeada arrastrándose por el fondo.
La ciénaga conectaba con el mar por el norte de la isla. Era curioso ver a lo lejos cómo las olas rompían contra el agua de la laguna.
Estuvimos dando una vuelta y exploramos hasta el último rincón de la laguna. Al volver sobre nuestros pasos nos encontramos que no podíamos salir de la isla por el norte, pues la costa estaba expuesta directamente al océano y la corriente era muy fuerte. Terminamos saliendo por el sur y regresamos al campamento.
Había sido un día muy largo cargado de emociones. Sentirnos felices y contentos es decir poco. Aquel estaba resultando uno de los mejores viajes de nuestras vidas. Concluímos que había merecido la pena muchísimo viajar tan lejos para descubrir un lugar tan excepcional. Todavía nos quedaban tres días de viaje para hacer la ruta de regreso hasta Sorong, pero ya nos daba igual lo que fuéramos a encontrarnos. Habíamos sido testigos de lo mejor de Raja Ampat y podíamos descansar tranquilos.
Ojalá este tesoro de la naturaleza permanezca así de intacto durante mucho tiempo, y evite sucumbir al turismo insostenible y a la masificación que afectan a este tipo de atracciones en Tailandia y Vietnam. Papúa es una de las regiones de Indonesia que recibe menor inversión turística y por tanto pueden pasar años hasta que exista una infraestructura mínima que permita llegar cómodamente hasta aquí. El alojamiento también está complicado, por el momento existen únicamente cuatro resorts de lujo que no todo el mundo puede permitirse, a una distancia mínima de 100 km. Pasará un tiempo también hasta que este destino sea incluido en las guías de viaje. Hasta entonces, vivir esta experiencia no estará más que al alcance de unos pocos privilegiados, valientes aventureros dispuestos a seguir el mismo camino que hicimos nosotros.
El destino lo merece.