Alejado de la fama más turística de Madrid y del alboroto del centro vive uno de los edificios más bonitos de la ciudad, o al menos es lo que a mí me parece. Una joya arquitectónica, protegida, que me temo hoy muchos madrileños conocerán por primera vez, a pesar de que lleva desde el siglo XIX con nosotros. Sorprendente, bonito, desubicado. Así es el protagonista de este secreto de Madrid.
A pocos metros de la Puerta de Toledo, donde la calle del mismo nombre se ensancha, se torna más residencial y afronta sus metros finales antes de llegar al puente homónimo, habita un edificio extraño, diferente. Una construcción que pasa casi inadvertida para quienes caminan a sus pies, incluso para quienes se toman un refrigerio en las terrazas que nacen a sendos lados de su portal. No obstante, quien repara en su presencia, no tarda mucho en darse cuenta de que estamos ante una de las casas más bellas de Madrid.
Su dirección exacta es Calle Toledo 122. Ahí aguarda este bloque de viviendas que data del año 1885 y cuyos creadores fueron los arquitectos Lucas Raboso López y Luis Sanz Trompeta. Estos fueron los encargados de ejecutar el encargo que salió de la cabeza del constructor Francisco Lebrero y cuyas iniciales podemos ver en la veleta de hierro que corona el edificio.
Lo que más destaca de esta casa de estilo neomudejar son las filigranas y adornos que vemos en la fachada. Un cuerpo que llama la atención gracias a la combinación de estilos y colores. Con un claro protagonismo del estridente ladrillo de tono rojizo que combina y juega con los elementos grises del hierro y forjado. Sus dibujos simétricos, formas geométricas y, sobre todo su torreón central con reloj y veleta incluida, le dan un aspecto decimonónico con altas dosis de encanto. Tan bonito, como desconocido para el gran público es uno de los muchísimos ejemplos de bella arquitectura con los que cuenta Madrid y que, a pesar de su longevidad en el tiempo continúan siendo secretos.