En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, los Nazis llevaron a cabo una serie de violentos ataques antisemitas (con el beneplácito del Tercer Reich) contra las comunidades judías de Alemania, Austria y los Sudetes.
Este episodio histórico pasaría a la posteridad como la Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos, en alusión a los cristales hechos añicos tras el saqueo de sinagogas, tiendas, centros comunitarios y domicilios de judíos en aquella oscura noche de noviembre de hace ya 75 años.
Los alborotadores y vándalos, jaleados por el propio régimen nazi, quemaron y destrozaron la friolera de 267 sinagogas, saquearon 7 500 negocios judíos y mataron a 91 judíos. También se dedicaron a profanar cementerios judíos y a arrasar hospitales, colegios y casas particulares ante la impasible mirada de la policía y de las brigadas de bomberos (con orden solo de intervenir en caso de que las llamas de propagasen a edificios contiguos).
La Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos marcó un punto de inflexión en la política antisemita del Tercer Reich y marcó la hoja de ruta hacia el Holocausto: el genocidio sistemático de los judíos en Europa orquestado por el gobierno de Adolf Hitler.
La Noche de los Cristales Rotos: un pogromo en la antesala de la Segunda Guerra Mundial
¿Por qué la locura de unas masas enardecidas? La explicación de las autoridades germanas fue la siguiente: la Noche de los Cristales Rotos habría estallado como legítima respuesta popular al asesinato de Ernst vom Rath, diplomático alemán destinado en París. Herschel Grynszpan, un joven judío polaco de 17 años había abatido al diplomático el 7 de noviembre de 1938.
Tan solo unos días antes, las autoridades alemanas habían deportado a miles de judíos de nacionalidad polaca residentes en Alemania y Grynszpan se había enterado de la suerte que habían corrido sus padres, residentes en Alemania desde 1911.
En un principio, a los padres del joven se les impidió acceder a su Polonia natal, al igual que a otros muchos deportados judíos que terminaron abandonados en un campo de refugiados próximo a la localidad de Zbaszyn, en la región fronteriza entre Polonia y Alemania.
Grynszpan, residente ilegal en París, presa de la desesperación y con ánimos de venganza por la precaria situación de su familia, decidió presentarse en la embajada alemana y descerrajarle cinco tiros al diplomático encargado de atenderle.
Vom Rath, el joven secretario del embajador, fue la víctima del atentado y falleció el 9 de noviembre de 1938, dos días después del ataque. La fecha coincidió casualmente con el aniversario del Putsch de Múnich, señalado día en el calendario nacionalsocialista. La jerarquía del partido nazi, reunida en Múnich para la conmemoración, decidió aprovechar la ocasión como pretexto para iniciar una noche de "castigo" contra los judíos.
Joseph Goebbels, ministro de Propaganda e instigador de la Noche de los Cristales Rotos, convenció a la plana mayor del partido de que el "judaísmo internacional" había conspirado para cometer el atentado de París y procedió a anunciar que el Führer había decidido que las respuestas populares no deberían parecer orquestadas ni preparadas por el propio partido, sino que deberían surgir espontáneamente y no ser obstaculizadas por parte de las autoridades. Las palabras de Goebbels se tomaron como la orden de inicio de las agresiones contra los judíos. Tras su discurso, los líderes regionales del partido hicieron llegar instrucciones a sus delegaciones locales.
La violencia comenzó en varias partes del Reich a lo largo de la madrugada del 9 al 10 de diciembre de 1938. A las 1:20 de la mañana del 10 de noviembre, Reinhard Heydrich, en calidad de jefe de la Policía de Seguridad (SiPo - Sicherheitpolizei) envió un telegrama urgente a las sedes y delegaciones de las "camisas pardas" (SA - Sturmabteilung), con ordenes para manejar los disturbios.
Unidades de las SA y de las Juventudes Hitlerianas (HJ - Hitlerjugend) a lo largo y ancho de Alemania y en los territorios anexionados se afanaron en la destrucción de hogares y negocios judíos. Muchos de los miembros de dichas unidades iban con ropas de civil para dar la impresión de que los disturbios eran expresiones espontáneas fruto del malestar general del pueblo alemán.
Lo cierto es que a pesar de la aparente naturaleza espontánea de la Noche de los Cristales Rotos, las órdenes directas de Heydrich eran muy concisas: los agitadores "espontáneos" no deberían llevar a cabo acciones que pusieran en peligro la vida o propiedad de los arios, ni tampoco de ciudadanos extranjeros (incluso en el caso de que estos fueran judíos).
Asimismo, tendrían que sacar toda la documentación presente en los archivos de las sinagogas antes de proceder a su quema para que el Servicio de Seguridad (SD - Sicherheitsdienst) pudiera proceder a su análisis posterior.
Por último, las órdenes indicaban a los agentes de policía que deberían arrestar a tantos judíos como pudieran hacinarse en las cárceles locales, preferentemente hombres jóvenes que gozaran de buena salud.
La Noche de los Cristales Rotos fue especialmente destructiva en Berlín y en Viena, capitales que acogían a las dos comunidades judías más grandes del Tercer Reich. Una turba de hombres de las SA "patrulló" las calles, atacando a los judíos que estaban en sus casas y obligando a los que se iban encontrando por la calle a realizar actos de humillación pública. Aunque el asesinato no figuraba en las directivas superiores, la Noche de los Cristales Rotos se cobró la vida de como mínimo 91 judíos.
Los informes de la policía de la Kristallnacht documentaron un número considerable de suicidios en los días posteriores. Por su parte, unidades de las SS y de la Gestapo (Policía Secreta del Estado), siguiendo las directivas de Heydrich, arrestaron a 30 000 varones judíos aproximadamente y los transfirieron de las diversas prisiones locales a los campos de concentración de Sachsenhausen, Dachau y Buchenwald.
Cabe destacar que la Noche de los Cristales Rotos marcó un punto de inflexión: fue la primera vez en la que el régimen nazi encarcelaba judíos a gran escala simplemente por su origen étnico. Cientos fallecieron en los campos como resultado del brutal trato recibido, aunque la mayoría de ellos lograron la libertad tres meses después con la condición de que iniciaran el proceso de emigración de Alemania.
Lo cierto es que la Noche de los Cristales Rojos sirvió como acicate para que los judíos abandonaran las fronteras del Reich en la antesala de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la Kristallnacht, varios líderes alemanes, como Göring, criticaron duramente el gran alcance de los daños materiales producidos durante los disturbios antisemitas, indicando que salvo intervención gubernamental, las compañías aseguradoras alemanas (y no los judíos propietarios) tendrían que correr con los gastos de los destrozos. El propio Göring y otros jerarcas nazis decidieron aprovechar la ocasión para introducir medidas para eliminar la participación de los judíos en la vida económica del Tercer Reich.
El gobierno alemán decidió pronunciarse inmediatamente y afirmó que los culpables de los disturbios habían sido los propios judíos y que serían por tanto ellos los que correrían con los gastos derivados: deberían pagar una abultada (e irónica) multa de mil millones de Reichsmarks en concepto de "compensación económica".
En las semanas sucesivas, el gobierno del Reich promulgó multitud de decretos y leyes orientadas a desproveer a los judíos de sus propiedades y de sus medios de vida. Con estas leyes se hacía especial hincapié en la arianización: la transferencia de propiedades y empresas judías a propietarios arios, generalmente a precios de saldo.
También se prohibió que los judíos pudieran acceder a ofertas de empleo público, así como la práctica de la mayoría de las profesiones en el sector privado (los judíos terminaron viéndose lógicamente en graves apuros financieros en la Alemania nazi).
Los acontecimientos de la Noche de los Cristales Rojos marcaron un punto de inflexión importante en la política antisemita nacionalsocialista. Los historiadores destacan que tras los disturbios, las políticas contra los judíos fueron concentrándose cada vez en manos de las SS.
Asimismo, la pasividad con la que la mayoría de los alemanes respondieron a la violencia antisemita fue una señal para el gobierno de Hitler que sugería una aceptación velada de medidas más radicales contra los judíos.
A partir de esta fecha, el gobierno alemán aumentó y adoptó medidas más extremas que terminaron por apartar totalmente a los judíos de la vida económica y social de Alemania durante los años posteriores.
De las políticas antisemitas se pasó a las de emigración forzada y se llegó al culmen de la barbarie con la declaración de Alemania como judenrein (libre de judíos), con la deportación en los infames trenes de la muerte rumbo a Auschwitz o Treblinka.