Rascafría 1405Todavía hacía frio, un frío intenso que penetraba en los huesos; no hacía ni quince días que había caído la última nevada. Si Dios era benevolente sería la última de la temporada. El invierno había sido de los más duros que habían vivido en los últimos años y los inicios de la primavera arrastraban los coletazos de los temporales pasados.
—Quiero que me traigas a ese niño inmediatamente. Si esta inútil no es capaz de engendrar un hijo tendré que conformarme con un bastardo. No será el único desde luego, pero este me pilla más cerca y además recién nacido. Con un poco de suerte le educaré desde el principio para que sea un heredero digno de su padre.***Tomás y Jacobo corrían todo lo que les daban de sí sus piernas. Habían prometido cuidar al pequeño mientras su hermana trabajaba y no lo cumplieron. Los niños habían recibido la visita de aquel hombre siniestro, ese bizco de los demonios; el esbirro de Orduño.Había entrado espada en mano y, atemorizando a los dos críos, se había llevado al bebé.Cuando reaccionaron corrieron tras él gritando. Darío sabía que no le darían alcance. Ellos no tenían más medio de transporte que sus dos piernas flacuchas, pero él era dueño de un poderoso corcel. Pero aquellos dos mocosos chillaban como posesos.No le interesaba que le mezclasen en ciertos asuntos, una cosa era lo que hacía el amo, a quien todos temían, y otra muy distinta él. Aquellas gentes eran sumisas con quien les mantenía pero con él sería distinto. Quién sabe si algún alma justiciera aprovechaba el descuido de la noche y le segaba el cuello. Era consciente que su presencia despertaba los más bajos instintos de aquellas sencillas gentes.Mejor era no dejar ningún cabo suelto. Paró la cabalgadura y llamó a los muchachos.— Venid conmigo a la laguna allí os daré al niño, pero no gritéis más.Los chiquillos siguieron en silencio al hombre, que ya a paso lento sobre su magnífico caballo, les permitía seguirlo con facilidad. Su objetivo era ese, recuperar a su sobrino y, a ser posible, ya que su hermana no se enterase de aquel suceso. No querían que se preocupase, bastante había sufrido ya.Lucinda estaba ensimismada en sus pensamientos comiendo lentamente el frugal almuerzo que se había preparado y pensando en sus tres pequeños. Un ruido la sobresaltó. Era un ruido muy débil casi imperceptible, el de unas finas ramas al troncharse. Desde el asalto de Ordoño sus sentidos se habían agudizado. Lo mismo podía ser un animal que una persona. Asió fuertemente el cayado, del que ya no se separaba nunca, y se escondió entre los arbustos. Esta vez no la sorprendería. Pero lo que vio la hirió como si un puñal afilado la arrancase el corazón.Allí estaban sus hermanos maniatados. Un hombre, al que reconoció por ser el perro guardián de Ordoño, les mostraba un cuchillo. Los muchachos estaban amordazados y no podían gritar. La daga realizó un baile ágil y rápido y terminó en sus, aún, frágiles cuellos.
Rascafría 2005La vieja casona de sus antepasados. A Julián no le gustaba ir. Hacía muchos años que nadie iba allí a pasar los veranos. Sus padres habían cerrado la casa y no habían vuelto. Él ya ni se acordaba de como eran aquellas vetustas paredes, era demasiado pequeño cuando dejaron de visitarla. Sí, lo que nunca había podido olvidar era el escudo familiar de los Ordoño, ese castillo al pie de un lago que, grabado en piedra, adornaba el portón de la entrada.
FIN