La larga disputa entre Grecia y Macedonia

Publicado el 09 septiembre 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

“Y, como demuestran las guerras fratricidas por atribuirse dónde se creó el alfabeto cirílico, los eslavos llevamos pisando estas tierras siglos y somos igual de partícipes en el éxito de los imperios que por aquí han pasado que sus líderes, sean de dónde hayan dicho que sean”. Con este alegato repleto de lógica y cierta melancolía abordaba un antiguo general de Yugoslavia —actual guía turístico en Skopie— la pregunta del posible cambio de nombre de la República de Macedonia —como se denomina a sí misma en su Constitución— a República de Macedonia del Norte tras el referéndum de septiembre de 2018.

El óbice de las relaciones greco-macedonias es, precisamente, el nombre. Macedonia, para los griegos, solo puede ser utilizado por ellos porque hace referencia a una región antigua de cultura helena, con gente étnicamente griega, partícipe en las mismas dinámicas regionales, que hablaba el mismo idioma —con sus variantes— y competía en los Juegos Olímpicos. Para la República de Macedonia, sin embargo, Macedonia fue poblada por más tribus que griegos —aunque estos fueran demográficamente dominantes—: peonios o eslavos que vinieron del este a partir del siglo VI. Los habitantes de lo que hoy conocemos como Macedonia reclaman continuidad de la mezcla resultante y se quejan a menudo de la identificación de los macedonios únicamente con eslavos

La incapacidad de acordar la definición de una identidad macedonia —concepto moderno ligado al surgimiento del Estado nación que no existía milenios atrás—; el hecho de que el territorio de la Macedonia antigua sean hoy pedazos repartidos también entre otros países, como Bulgaria o Albania; el miedo de los griegos a que la aceptación del nombre de Macedonia traiga reclamos sobre las provincias septentrionales del Estado heleno también llamadas así, y, sobre todo, la apropiación por unos y otros de un relato clave para la gloria nacional subyacen a uno de los conflictos más longevos del mundo actual. No se trata, por tanto, de una historia sobre un nombre o unos símbolos, sino del acomodamiento de dos narrativas —ambas con su parte de verdad— al relato histórico-nacional de ambos países. Alejandro Magno ha trascendido al personaje y ahora es la interpretación política de la esencia de Macedonia.

De héroes y sociedades

La región de Macedonia corresponde al antiguo reino de Macedonia con su centro en lo que hoy sería el norte de Grecia —las unidades regionales de Macedonia central y oriental— y que en su época de máximo esplendor, bajo Filipo II, llegó a expandirse hasta la actual Albania. Tradicionalmente politeísta, siguiendo el panteón griego, participaba en los Juegos Olímpicos, reservados únicamente a los territorios griegos, pero tenía una forma de gobierno singular que la separaba del resto. Su monarquía —considerada “constitucional” por algunos académicos— inició la expansión territorial tras la guerra del Peloponeso, durante el siglo V a. C., hasta crear la Gran Macedonia, que heredaría Alejandro III, también conocido por su sobrenombre: el Magno.

La figura de Alejandro Magno, entre mito y realidad, es clave para la construcción de la idea europea y las identidades macedonia y griega. Su dominio de la estrategia le supuso el título de “mejor general de la Historia” y, entre las leyendas, que nunca fue derrotado. Su imperio extendió el helenismo hasta las puertas de la India y por ello conquistadores como Napoleón emularían sus victorias y buscarían lecciones en la vida del líder macedonio.

Alejandro Magno heredó una Gran Macedonia repartida entre lo que hoy serían Albania, Bulgaria, Grecia y la República de Macedonia. Fuente: Bloomberg

El historiador británico Nicholas Hammond —amado por griegos y odiado por macedonios— hablaba de tribus griegas que se comunicaban en su propio dialecto como los principales componentes de Macedonia, pero también de peonios —un pueblo tracio—, entre otros; de hecho, en su opinión, el nombre Peonia hace más justicia a la república. Pero es imposible obviar el actual carácter eslavo del territorio después de la peregrinación de estos desde el este —junto con otras tribus eslavas que después compondrían las poblaciones de Serbia, Croacia o Bosnia y Herzegovina, entre otros países actuales— alrededor del siglo VII d. C., esto es, casi un milenio después de Alejandro Magno.

Los imperios, por extensión geográfica, eran multiétnicos, y la idea de imponer una identidad homogénea —una nación, en términos modernos— no aparecería hasta el siglo XIX. Los romanos, que conquistaron la región en el 146 a. C., y los otomanos, que se quedarían hasta principios del siglo XX, no hicieron sino sumar más complejidad a la ya diversa realidad étnica y cultural de la región. Los macedonios de Alejandro III, los macedonios posalejandrinos —con el factor eslavo añadido ya a la ecuación étnica— y los macedonios actuales son, como resultado, diferentes étnica y culturalmente entre sí.

La Macedonia de Tito

En 1912 las guerras de los Balcanes enfrentaron a las poblaciones locales contra el imperio que las contenía, el otomano. Tras la firma del Tratado de Bucarest en 1913, la región de la Macedonia antigua se repartió entre Bulgaria, Serbia y Grecia, y así se mantuvo hasta 1944, cuando Tito creó la República Socialista de Macedonia. Dos años más tarde estallaba la guerra civil en Grecia, que enfrentaría a monárquicos y conservadores —apoyados por Estados Unidos y Reino Unido— contra comunistas.

La creación del nuevo Estado resultó para Tito un perfecto instrumento de gobernabilidad interna y de expansión de sus intereses. Internamente, la nueva Macedonia nacía como resultado de la partición de Serbia —precursora de Yugoslavia en forma de reino antes de convertirse en un país socialista en 1945—, uno de los países donde una larga Historia y un imperio habían generado un nacionalismo muy intenso que amenazaba con desestabilizar la federación yugoslava. Macedonia servía, por lo tanto, como forma de disminuir el poder de los nacionalistas serbios y ayudar al equilibrio intrafederacional.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria conquistó partes importantes de Macedonia y el norte de Grecia; tras la guerra, una parte de Macedonia quedó al amparo búlgaro. Desde la perspectiva de que los eslavos macedonios eran parientes de los búlgaros, Bulgaria se negó a reconocer a los macedonios que vivían dentro de sus fronteras como minoría étnica. La idea de una Gran Bulgaria sonaba plausible en los oídos de Tito, por lo que alimentar la creación de una idea nacional fuerte en la que los macedonios eran descendientes de Alejandro Magno y no de Bulgaria podría crear la resistencia popular necesaria en contra de una anexión búlgara.

Para ampliar: “The Bulgarian-Yugoslav Dispute over the Macedonian Question as a Reflection of the Soviet-Yugoslav Controversy”, Spyridon Sfetas, 2012

Externamente, Yugoslavia apoyó al bando comunista durante la guerra civil griega (1946-1949). Siguiendo la retórica enseñada en las escuelas basada en el revisionismo histórico, Macedonia era una nación injustamente divida en las guerras balcánicas y debía ser “liberada”. Así, Tito trató de expandir los límites geográficos de Yugoslavia y de la República Socialista de Macedonia anexionando partes del norte de Grecia. Ello no solo le daría ventaja en la región de los Balcanes, sino una salida al mar Egeo, con lo que ampliaba su capacidad estratégica. Esta nueva Gran Macedonia tomaría la ciudad portuaria de Salónica como su nueva capital.

Bandera de la República de Macedonia entre 1992 y 1995 —arriba— y de la región griega de Macedonia desde los 80 hasta la actualidad —abajo—. Fuente: Wikimedia

Para ampliar: “Incompatible Allies: Greek Communism and Macedonian Nationalism in the Civil War in Greece, 1943-1949”, Andrew Rossos, 1997

La campaña no consiguió sus objetivos y, tras la desintegración de Yugoslavia en 1991, nacería un nuevo Estado que buscaría su acceso a la Organización de las Naciones Unidas bajo el nombre de República de Macedonia, pero debido a la controversia ingresaría como Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM). A pesar de que en su Constitución se rechaza explícitamente cualquier aspiración a la expansión territorial, Macedonia como república sigue siendo un nombre impronunciable para los nacionalistas griegos e inaccesible para los macedonios.

La alejandrización que comenzó Tito, con su visión pragmática de la Historia, para acallar a serbios y búlgaros y justificar la ampliación de territorio de Yugoslavia se acentuó tras la caída de la federación. En 1992 la nueva República de Macedonia independiente adoptaba como bandera el sol de Vergina, una estrella de dieciséis brazos que se considera un símbolo de la Macedonia antigua y llamado también estrella argéada, ya que para Herodoto la dinastía de los reyes macedonios procedía de Argos, una ciudad en el Peloponeso. El sol adorna la tumba de Filipo II, encontrada en 1977 en el norte de Grecia, así como numerosos objetos de la vida cotidiana, suelos y el supuesto escudo de Alejandro Magno.

Bandera macedonia actual. Fuente: Wikimedia

El mismo sol adorna la bandera de la provincia de Macedonia, en el norte de Grecia, pero con fondo azul. Por el gran parecido y por la simbología, Grecia se negó a reconocer a Macedonia en 1991 y sometió al país, sin salida natural al mar, a un embargo comercial que creó la presión suficiente para que cuatro años después representantes de los dos países acordaran cambiar ciertos aspectos técnicos, como la bandera, para estabilizar las relaciones vecinales. Por ello, a pesar de que desde 1995 la bandera macedonia conserva solamente la mitad de los rayos, se trata de un diseño aumentado que conserva los mismos colores y en el que se aprecia la misma disposición de los rayos.

El proyecto Skopie 2014, de embellecimiento de la capital, previó la creación de estatuas y edificios neogóticos en el centro para potenciar el sentimiento de pertenencia. En 2011, para celebrar las dos décadas de la república, se inauguró en la plaza principal una gran estatua con un guerrero con la espada en alto. La construcción, de 24 metros de altura, costó cerca de ocho millones de euros y, a pesar de tener cierto parecido con Alejandro Magno, fue nombrada simplemente “Guerrero a caballo”. Otra estatua de dimensiones similares no muy lejos de allí, la “Estatua del guerrero”, se asemeja a Filipo II; entre ambas, una fuente representa a la misma mujer —Olimpia, la esposa de Filipo y madre de Alejandro— en tres etapas de su vida: “La madre de Macedonia”.

Vista de la plaza central de Skopie. Una gran estatua representa a Alejandro Magno a caballo mirando hacia el Puente de Piedra, en la zona vieja de la ciudad. Fuente: Andrea G. Rodríguez

La república de las mil Macedonias

La constelación étnica que constituyen los Balcanes también se plasma en la configuración de la Macedonia actual. De acuerdo con el último censo, un 64% de la población se declara macedonia y un 25% es de procedencia albanesa; otras minorías importantes son turcos —3,85%— y romaníes —2,66%—. Esta diversidad se puede palpar especialmente en la capital del país, donde uno de cada tres habitantes es albanés y la población se encuentra concentrada en barrios diferenciados.

Las diferencias en la convivencia llevaron en 2001 a una nueva situación de alarma que casi se resuelve en forma de guerra civil; dejó docenas de heridos y varios muertos de ambas partes. El Ejército de Liberación Nacional albanés protagonizó la insurgencia, que comenzó al norte del país. La frustración de esta minoría por la prohibición de usar en espacios públicos la bandera albanesa y las restricciones en el uso de su lengua amenazaban con poner en pie de guerra a un cuarto del país

Grupo nacional predominante por municipio (2002). La población albanesa en Macedonia representa, según el último censo realizado, el 25% del total de la población del Estado. Fuente: Wikimedia

Gracias a la mediación internacional, en noviembre de 2001, cuatro días después del cese de las hostilidades, el Parlamento introdujo varias enmiendas en la Constitución por las que declaraba a albaneses, turcos, romaníes, serbios y otros grupos étnicos como ciudadanos del mismo nivel que los denominados “macedonios”. También declaraba oficial el idioma de grupos que representen más de un 20% de la población en unidades locales y administrativas y se aprobó la utilización de símbolos y banderas ajenos a los macedonios en lugares de mayoría no macedonia. Asimismo, acordó otorgar mayor protagonismo a las diferentes instituciones religiosas en la Constitución.

Sin embargo, la búsqueda del equilibrio es, por definición, un esfuerzo constante que exige aguantar la respiración en muchas ocasiones. Cualquier pequeña modificación puede ser fatal e inclinar la balanza hacia un lado, lo que puede desencadenar una serie de consecuencias imprevisibles.

Para ampliar: “Macedonia, el nuevo caldero balcánico”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial, 2015

Septiembre de apoteosis

La disputa del nombre y los símbolos —y, en concreto, de la importancia de la figura de Alejandro Magno— obstaculiza el acceso de la ARYM a la Unión Europea y a la OTAN, puesto que en ambas organizaciones un nuevo miembro necesita la aprobación unánime de todos sus miembros para adherirse y, mientras Macedonia siga autodenominándose así, Grecia la seguirá vetando.

Controversia nominal mediante, Grecia necesita que siga existiendo Macedonia como país. En ningún momento, la cuestión va más allá de la denominación y el revisionismo histórico. La desaparición de Macedonia como vecina sería impensable, porque podría suponer el preludio de una Gran Albania o una Gran Bulgaria —aunque una Gran Serbia sería más probable—, lo que desestabilizaría el frágil statu quo regional con corrientes de refugiados entrando por sus fronteras. Por todo ello, la ARYM es el noveno socio comercial europeo más importante de Grecia y esta es, a su vez, la cuarta del país balcánico.

Para ampliar: “El futuro europeo de la república macedonia”, Diego Mourelle en El Orden Mundial, 2018

La Macedonia de hoy y la Macedonia de hace milenios coinciden en la localización geográfica en gran parte, pero la herencia de la segunda no trasciende mucho más allá. Étnicamente, las piezas del mosaico han cambiado y la Historia ha querido que la realidad que hoy se refleja en Skopie sea la de los Balcanes del siglo XXI: eslavos, albaneses y turcos. La creación de Macedonia como Estado nación corresponde al equilibrismo político de Tito para mantener el statu quo regional. Las oportunidades que el inicio de la Guerra Fría propició para la recreación de una Gran Macedonia que se uniera dentro de una Gran Yugoslavia necesitaron de la creación de un pueblo eterno listo para “liberar” su tierra frente a opresores.

Pero un nombre significa más que una identificación. Es una etiqueta que recoge una interpretación de la realidad que pone en el centro de todo a unas personas frente a otras. Romperla implica considerar innecesaria esa identidad porque existe otra que la reemplaza —por ejemplo, europeo— o reconocer que la narrativa sobre la que fue construida no existe. En junio de 2018, los líderes griego y macedonio propusieron cambiar el nombre —y, consecuentemente, la Constitución— a “República de Macedonia del Norte”. La decisión necesita la aprobación de los Parlamentos y un referéndum en Macedonia, programado para el 30 de septiembre. Sin embargo, en el carácter balcánico ninguna decisión es sencilla. El voto está polarizado étnicamente y amenaza con volver a descuadrar el equilibrio.

Manifestaciones en Skopie en contra del cambio de nombre (julio de 2018): “No a cambiar el nombre constitucional de Macedonia. No a cambiar la Constitución de la República de Macedonia. No al referéndum sobre el cambio de nombre. ¡No, no, no!”. Fuente: Andrea G. Rodríguez

Siempre que la República de Macedonia siga existiendo como país, el reloj seguirá parado en 1946, pero el tiempo congelado es otro tipo equilibrio que, aunque no lleve a ningún avance, mantiene lo actual. Mientras, tanto Skopie como Salónica seguirán siendo capitales de Macedonia, aunque macedonios solo habrá a un lado de la frontera —nadie parece ponerse de acuerdo en cuál—.

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