La lectura ofrece cobijo, Juan Marsé

Publicado el 15 febrero 2016 por Kim Nguyen

No sé qué suerte de inclemencia está cayendo a plomo sobre el paisaje. La carretera, con trazas y mañas de río, simula apacibles aguas cristalinas y se aleja bajo la llovizna. El esplendor de la hierba todavía no es más que una promesa bajo el cielo de mármol uniforme, sin mácula, sin una grieta de luz. Más allá de semejante atmósfera atribulada se esconden auroras radiantes y rosadas nubes de algodón. La lluvia impalpable pudo haber caído hace muchos días, o tal vez meses, y hasta podría ser que aún no hubiese caído: podría estar parada en el aire, en suspenso, acechando la mansedumbre de la llanura, abrumando la senda que reluce y serpentea alejándose. En los pentagramas casi invisibles que sostienen los postes del telégrafo no se posan pájaros, ni corcheas ni palabras, y el asfalto espejea con tal porfía y pulcritud que no me extrañaría que no llevara a parte alguna. Solamente la escritura abierta como una casita al borde del camino, y el velomotor parado ante ella, expectante y dócil, sugieren un vínculo afectivo, al compartir respectivamente una presencia y una ausencia: el fantasma de una voluntad ilustrada, doméstica e itinerante. Consustanciados libro y vehículo, refugio y sendero. Bajo este cielo desleído, en medio de tanto esplendor aplazado, la lectura ofrece cobijo.

Juan Marsé
El libro de los libros. Historias sobre imágenes

Foto: Miquel Barceló
Juan Marsé a finales de 1960 en su habitación de la casa familiar de la calle Martí
Fuente: Cadena Ser