La lectura y el qué dirán

Publicado el 28 junio 2013 por Rusta @RustaDevoradora

Sobre avergonzarse de leer algunos libros
Hace unos meses una lectora me propuso que planteara esta pregunta en el blog: ¿te avergüenzas de haber leído ciertos libros? Por lo general, esta vergüenza se relaciona con los libros de escasa calidad literaria, como Cincuenta sombras de Grey y la mayoría de best-sellers, aunque también puede referirse a un género en conjunto cuando este se asocia a temas un tanto frívolos, ejecutados sin pretensiones de conseguir un gran nivel literario, como la novela romántica o los thrillers del estilo de Dan Brown; y por supuesto a los libros de los llamados autores mediáticos. Cuando nos relacionamos con gente aficionada a las actividades culturales existe una especie de presión que nos lleva a querer mejorar intelectualmente, y este tipo de obras, al tener un planteamiento sencillo y no requerir mucho esfuerzo por parte del lector, se suelen considerar poco más que cultura popular, los valores consumistas aplicados a la literatura. Lo mismo sucede con el cine y la música más comerciales, con los programas de televisión de entretenimiento y muchas propuestas de ocio. La cultura «baja» de las masas se asocia a una menor capacidad intelectiva, al desinterés por conocer el «arte verdadero», mientras que quienes siguen las propuestas más ambiciosas consiguen una mejor reputación. No seré yo quien niegue esta situación: aunque a veces me gusta leer libros que serían menospreciados por la élite intelectual, reconozco que es cierto que son productos de consumo fácil, mucho más accesibles para el gran público que buena parte de la alta literatura. No obstante, una cosa es asumir que no son grandes obras y otra muy distinta avergonzarse de leerlas. Ya he hablado alguna vez de mi forma de ver el mundo literario, esa convivencia de la buena literatura con la literatura de puro entretenimiento. Hay lectores de la primera que menosprecian la segunda —por eso mucha gente no se atreve a reconocer que disfrutó de ciertas novelas—, pero no es mi caso: me gusta leer ambas y confieso sin ningún tipo de rubor que me lo pasé muy bien leyendo Crepúsculo y El Código Da Vinci. No me aportan lo mismo que Irène Némirovsky o Jeanette Winterson, evidentemente, pero me distraen. Esa es la clave: distraer, entretener, ayudarnos a desconectar de las preocupaciones. ¿Por qué se infravalora tanto la capacidad para proporcionar un rato de evasión? Creo que cada estilo debe ser valorado según sus propias características; al comparar la literatura comercial con la literatura culta solo se consigue que la imagen de la primera quede perjudicada. Sobra decir que no me considero ni más tonta ni peor lectora por alternar ambos registros, por eso mi respuesta a la pregunta inicial está muy clara: no, no me avergüenzo de haber leído ningún libro. Ni siquiera de aquellos que, además de tener mala fama, no me gustaron nada, porque al menos me han servido para aumentar mi experiencia lectora y aprender a discernir la calidad (o la ausencia de ella) en un texto. Si alguien quiere intentar ofenderme por esto, adelante; el que quedará retratado es él, no yo. Hay que tener personalidad para no dejarse llevar por el qué dirán y reconocer sin tapujos qué es lo que nos gusta de verdad, en todos los ámbitos de la vida (nadie ve Gran Hermano, pero luego todo el mundo sabe lo que ha pasado en la casa). Cambiando de tercio, me gustaría dar un giro a la reflexión: ¿te avergüenzas de NO haber leído ciertos libros? Aunque el menosprecio por desconocer determinadas obras importantes no llega a ser tan grande como el dirigido a quienes leen literatura de entretenimiento —probablemente porque incluso los lectores más cultos y exigentes son conscientes de la dificultad de abarcarlo todo—, en ocasiones uno puede sentirse inferior en el terreno de la cultura literaria por aquello que todavía no ha leído, en especial clásicos y autores contemporáneos que gozan de buena reputación. Los motivos por los que se experimenta esta sensación son parecidos a los de antes: la impresión de que no se lee en la dirección adecuada para cultivarse, o de que se hace demasiado despacio. No deja de resultar sorprendente que el desarrollo intelectual pueda condicionar (en mayor o menor medida) la percepción que tenemos de nosotros mismos como lectores. Al igual que en la primera situación, no me avergüenzo de no haber leído ciertos libros (porque pienso que hay que encontrar el momento, porque creo que tendré tiempo para ello, porque voy a mi ritmo, porque lo importante es el partido que se sabe sacar a cada lectura y no tanto el hecho de haber devorado muchas), aunque reconozco que me he sentido pequeñita al charlar con gente con mucha más experiencia lectora que yo, no porque me ridiculizaran ni me menospreciaran por haber leído menos (por fortuna, la gente suele ser educada que lo que se ve en la red), sino por mí misma, por mis deseos de aprender, ampliar conocimientos literarios y poder conversar sobre libros a su altura. No siento vergüenza de lo que me falta por leer, pero alguna vez he lamentado haber dedicado tanto tiempo a novelas de usar y tirar en lugar de centrarme más en aquellas que pueden llegar a marcarme como lectora. Parece una contradicción, pero no lo es: se puede disfrutar de ciertas obras y al mismo tiempo ser consciente de que hay otras que me darían mucho más. El hecho de necesitar lecturas ligeras durante algunas etapas de la vida me influye bastante en la decisión de leer las primeras. De todas formas, sé que esto depende de lo que se proponga cada uno como lector. Quienes leen para entretenerse, sin ningún interés particular por descubrir la «buena literatura», no se sentirán mal por no haber leído ciertas obras y es probable que ignoren por completo los comentarios de las personas que hablan mal por sistema de la literatura comercial que leen. En cambio, los que tengan la aspiración de conocer lo mejor de la literatura estarán en el lado opuesto, huirán como de la peste de la literatura de simple evasión e insistirán en la importancia de conocer los clásicos. Los que estamos en el medio, los que disfrutamos de la buena literatura pero sin hacerle ascos a una novela más facilita, nadamos entre dos aguas y por eso tal vez nuestros argumentos no son tan contundentes como los que se encuentran en los dos extremos. Aun así, me parece que una idea debe sobresalir por encima de todo: seas quien seas, leas lo que leas, no tienes que avergonzarte nunca de haber leído libros que has elegido tú. Aunque luego no te gusten, aunque haya gente que los critique. Cada uno decide cómo quiere encaminar sus lecturas; el sentimiento de vergüenza no debe tener cabida en relación con esta maravillosa afición.