Segunda entrada en su “trilogía de la caballería” (nunca he comprendido muy bien por qué se habla de trilogía cuando en realidad Ford dedico cinco títulos al cuerpo: Fort Apache en 1948 esta La legión invencible en 1949, Río Grande en 1950, Misión de audaces en 1959 y El sargento negro en 1960. Pero bueno, no es la cuestión) y mi preferida entre todas pese al antológico personaje que compone Henry Fonda en la primera de ellas. Esta debilidad bien principalmente por razones sentimentales, el film desborda, compasión, lucidez sin amargura y un entendimiento profundo del hombre representado
Pero más allá de este componente emocional (y es muy alto en lo que respecta a un film que acumula algunas de las escenas que más profundamente tocan del cine del autor) también tengo a esta obra maestra por una de las formalmente más bellas de todo su cine y aquella en la que sus influencias y referentes pictóricos más palpables resultan: desde los interiores tenebristas, hasta el enérgico naturalismo de las cabalgadas y desfiles con mención especial para el asombro que provoca la pura belleza de sus nocturnos. En todos ellos se puede tocar la pátina de los grandes pintores del oeste americano, de Frederic Remington a Charles Schreyvogel, de Eanger Irving Couse o Charles Wimar a William Tylee Ranney por nombrar solo los que aparecen en el artículo, artistas poco o
Un texto un poco sentimental (y tanto, dentro va uno de mis momentos de la historia del cine. El que cierra esta entrada para más señas) y un poco reivindicativo en su pretensión de descartar la idea de Ford como paradigma de clasicismo en lugar de cómo ejemplo de modernidad.
El artículo AQUÍ: La legión invencible
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