[ Esta reseña se publicó en Aceprensa el 4.IV.16 ]
Conviene leer la última entrega de la saga sobre Trajano magnis itineribus, al ritmo de marchas forzadas de las legiones de emperador. Si no, el riesgo de perder la visión de conjunto es alto. La estructura del libro tiene dos niveles de complejidad. Por un lado se cuenta el episodio de la legión de Craso cuyo rastro se perdió en Partia en el 53 adC y, por otro, en capítulos intercalados, se van narrando los diez años finales de Trajano a partir del 107 ddC, tiempo dominado por su campaña en Asia. Además de esos continuos saltos temporales, hay un segundo nivel de complejidad espacial: las cosas suceden principalmente en Roma o en Persia pero también en el imperio chino y en el del norte de la India. Posteguillo es consciente de la exigente arquitectura narrativa y se esfuerza en que el lector sepa en todo momento donde está, cuándo y con quién. El esquema de continuas interrupciones en momentos de clímax es un recurso habitual de las novelas de suspense, pero en un libro tan extenso como este obliga a un esfuerzo adicional por lo reiterativo.
El buen trabajo del escritor es evidente y seguramente es la mejor de sus tres novelas sobre Trajano. Un emperador audaz y prudente, que consigue más de los suyos apoyándose en su lealtad antes que en el miedo. Su figura queda definitivamente engrandecida e incluso, sin omitir sus defectos, presenta a un personaje por encima de lo que Roma estaba ya en condiciones de asimilar. La visión y la valentía del emperador embarcaron a un tercio del ejército imperial en una campaña cuyo mayor enemigo era el fantasma de uno de las más duros reveses militares de la historia romana.
La historia de Craso es clave para entender la proeza de Trajano. El César aprendió de los errores del cónsul del triunvirato (por otro lado, un líder militar bastante incapaz). Conviene no confundir el episodio de Craso en Persia (tocado también en novelas de Ben Kane y Manfredi, entre otras) con el de la otra legión perdida en Britania en el 117 ddC, más allá del muro de Adriano, que aparece novelado, por ejemplo, el El águila de la IX Legión, de Sutcliff.
Posteguillo ensaya una explicación coherente con la documentación disponible. Las batallas y estrategias militares están contadas con rigor y emoción, y hay episodios vibrantes (como el de la muerte de Lucio Quieto) que ejemplifican qué fue Roma y explican, de paso, por qué seguimos leyendo todavía, tantos siglos después, libros sobre ellos. El libro termina con el advenimiento de Adriano, un personaje cruel muy diferente aquí del que nos presentó Yourcenar en su célebre novela.
Como en otras novelas del autor, aparecen los cristianos perseguidos, escritores de la época (Salustio, Dion Casio, Plutarco), y detalladas descripciones de la vida romana (como naumaquias, triunfos y combates de gladiadores). Y, naturalmente, romances. Se cierran historias de personajes aparecidos en las dos entregas anteriores. Dentro de la extensa recreación del mundo antiguo que se nos propone, lo más novedoso del libro es lo que aporta sobre el imperio chino, la India y los hunos. Se tocan asuntos como la Gran Muralla, la invención del papel y el budismo. Se emplean abundantes palabras en numerosos idiomas, glosadas al final junto a listas de personajes, cuadros genealógicos, mapas, ilustraciones, notas, bibliografía y nota histórica. La valoración final de la trilogía (iniciada con Los Asesinos del Emperador y Circo Máximo) sigue situándola por debajo de la que dedicó a Escipión, aunque el autor valenciano tiene el mérito de haber ido de menos a más.