"LA LEY DEL MENOR" de Ian McEwan, un tremendo dilema ético y moral

Publicado el 19 febrero 2016 por Marianleemaslibros

“Señor Henry, explique al tribunal por qué Adam se niega a recibir una transfusión.
-Tiene que comprender -dijo- que la sangre es la esencia de lo humano. Es el alma, la vida misma. Y así como la vida es sagrada, también lo es la sangre.
Enunció estas frases no como si fueran convicciones valiosas, sino hechos probados.
 -Entonces, si la sangre es un don, ¿por qué su hijo rechaza la que quieren darle los médicos?
 -Mezclar tu sangre con la de un animal o la de otro ser humano es una infección, una contaminación. Es un rechazo del maravilloso don del Creador. Por eso Dios lo prohíbe específicamente en el Génesis, en el Levítico y en los Hechos”  La protagonista de esta historia, es la jueza de familia Fiona Maye, una mujer que siempre ha ejercido su profesión al margen de los altercados que juzga a diario, pero que ahora, en la infancia de la vejez, los está sufriendo en sus propias carnes.
Maridos rapaces contra mujeres codiciosas que maniobran ambos como países al final de una guerra, llevándose de las ruinas los despojos que podían antes de la retirada definitiva. Madres que impiden a sus hijos ver a su padre, a pesar de las órdenes judiciales; maridos que pegan a su mujer y a sus hijos, un cónyuge o el otro, o los dos, borrachos, o drogadictos, o psicóticos; niños, forzados a cuidar de padres incompetentes, niños que han sufrido auténticos abusos, sexuales, mentales o ambos

Su matrimonio entra en crisis cuando su marido Jack, de repente, decide que quiere vivir otras experiencias, otras aventuras, porque se encuentran en un punto, en el que más que una pareja, parecen ser hermanos.
Fiona. Me he convertido en tu hermano. Es agradable y bonito y te quiero, pero antes de caerme muerto quiero vivir una gran relación apasionada

Para complicarlo todo aún más, le encargan la resolución del caso de Adam, un chico que padece leucemia y necesita una transfusión urgente, pero que debido a las prohibiciones de sus creencias religiosas, se niega a recibir la sangre. Porque Adam Henry y sus padres, son miembros de los testigos de Jehová y él está dispuesto a poner en riesgo su propia vida. A la jueza le tocará decidir si los médicos deben inyectarle los medicamentos en contra de su voluntad.
No se cuestionaba la inteligencia de Adam. Sus conocimientos sobre las Escrituras, tal como las entendía y propagaba su secta, eran rigurosos. Era importante tener en cuenta que casi tenía dieciocho años, pero aun así seguía siendo un menor. Por consiguiente, correspondía a su señoría decidir el peso que concedía a la voluntad del chico

Hundida en sus propios problemas, la profunda tristeza, la inevitable rabia, y la oscura sensación de vacío que produce el abandono, deberá lidiar también con el conflicto moral de lo que tiene entre manos.
Porque,
¿Qué es más importante, el derecho de cualquier persona, menor o adulta a decidir vivir o morir por sus convicciones, o seguir a rajatabla las leyes y recomendaciones de la medicina tradicional? He ahí el dilema...
Ian McEwan nació el 21 de mayo de 1948 en Aldershot (Reino Unido). Estudió escritura creativa en la Universidad de East Anglia y a mediados de los años 70 debutó con un libro de relatos “Primer Amor, Últimos Ritos (First Love, Last Rites)”, con el que ganó el premio "Somerset Maugham". Tres años más tarde publicó otra colección de textos cortos titulada “Entre Las Sábanas (In Between the Sheets)” (1978).
Después de la publicación de su primera novela “Jardín Del Cemento (The cement garden)” (1978), McEwan se convirtió en uno de los más importantes novelistas británicos gracias a títulos como “El Placer Del Viajero (The comfort of strangers)” (1981), “Niños En El Tiempo (The child in time)” (1987), “El Inocente (The innocent)” (1990), “Perros Negros (Black Dogs)” (1992), “The Daydreamer” (1994), “Amor Perdurable (Enduring Love)” (1997), “Amsterdam (Amsterdam)” (1998), novela por la que obtuvo el premio Booker, y “Expiación (Atonement)” (2001).
Después ha seguido publicando con éxito hasta hoy en día, siendo “La ley del menor” la última en su haber (2015)
Desde que Ian McEwan empezó a escribir sus novelas en los 70, siempre se le ha considerado un “rebelde sin causa”, un escritor que expresa su rebeldía en sus textos morbosos y lascivos. Y en “La ley del menor”, vuelve a tocar temas escabrosos y complicados, enfrentando la Religión y la Razón como si de dos puntos contrapuestos se tratase.
Un tema controvertido, el del poder de la fe, que llevado al extremismo, puede volverse incluso en contra del propio creyente, convirtiéndolo en mártir de sus estrictas creencias, en perjuicio de él mismo.
Mi primer contacto con McEwan, fue al leer “Chesil beach”. Hace ya un tiempo de eso, pero aún así, recuerdo bien el maravilloso sabor de boca que la novela me dejó en su día y sobre todo lo que disfruté con su prosa, con su rica narrativa y la acertada elección de su vocabulario.
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
"La ley del menor", me ha gustado mucho, quizás no tanto como “Chesil beach”, pero he vuelto a disfrutar con su peculiar forma de escribir y con un argumento y una historia curiosa, el de una jueza enfrentándose a un caso que más que médico, es sobre todo un conflicto moral y ético: un adolescente con una enfermedad grave, a la que ni sus padres ni él mismo quieren poner remedio, debido a que su religión se lo impide. Parece increíble pensar como unos padres pueden aceptar que su hijo muera por seguir a rajatabla los designios de su fe ¿verdad?
Adam no había cumplido dieciocho años, no comprendía la terrible experiencia que le esperaba si no recibía una transfusión, había sido fuertemente influenciado por la particular secta en la que se había criado y era consciente de las repercusiones adversas si quebrantaba sus directrices

Además también toca temas como la falta de autoestima que algunas mujeres padecen al ir cumpliendo años.
De pie en el cuarto de baño, cuando se despojó del pijama, su cuerpo tenía un aspecto ridículo en el espejo de cuerpo entero. Milagrosamente hundido en algunas partes, abotargado en otras. El trasero pesado. Un fardo irrisorio. De ahí para arriba, frágil. ¿Cómo no iba a abandonarla alguien?
En resumidas cuentas, si no conocéis a Ian McEwan ¿que estáis esperando para haceros con alguno de sus libros? No lo dudéis, no os váis a arrepentir, ya me contaréis...
 Yo, por mi parte, seguro que volveré a saborearle, seguro que sí. Mi puntuación hoy es de: