Uno de los dichos más recurrentes -y más ahora que arrecian temporales en cada esquina- es ese que afirma que quien hizo la ley, hizo la trampa. La sabiduría popular, como el algodón, no engaña. De hecho, el adagio viene de lejos. Ya los cínicos griegos desconfiaban de las leyes porque, decían, eran una mera estrategia del trepa, del avezado alpinista institucional. Para el cínico, la cultura humana es un recurso de supervivencia, un mecanismo de defensa contra las inclemencias del devenir.
Hoy leía en la prensa dos noticias que aparentemente parecen no tener mucha relación, pero que al juntarlas arrojan una semejanza muy a tono con lo dicho en el párrafo anterior. El primer titular reza: "Lagarde cobrará 467.940 dólares al año en el FMI", sin contar las dietas. El sueldo viene a representar unos 6 millones de las antiguas pesetas al mes, más sus primas y demás detalles VIP que acompañan al cargo. Este sueldo es un 11% mayor al de su defenestrado predecesor. El cargo durará -si nadie la acusa por violar camareros- cinco años como mínimo. El FMI decide mantener su política laboral como si el mundo siguiera siendo la tierra de pastos fértiles y vacas orondas de hace una década. Ser el FMI tiene estas licencias, mientras fuera, en el mundanal ruido, al ciudadano le toca buscar trabajo entre las piedras y comer de las migajas que le tire al aire su majestad monetaria.
La segunda noticia es, por ventura, más prosaica, aunque con mucho más potencial literario. "Un preso plegable", reza el titular. Se refiere a Juan Ramírez Tejerina, un presidiario de la cárcel de Chetumal, en México, que recibió una mañana la venturosa visita de su joven esposa, María del Carmen, para traerle ropa limpia en una maleta. Hasta aquí, el relato no posee ninguna singularidad, salvo por el detalle de que al salir la diligente esposa de la celda, los funcionarios cayeron en la cuenta de que la maleta andaba un tanto entrada en kilos y decidieron investigar las causas de tan prodigioso engorde. Con tan mala suerte para la fiel pareja que descubrieron al recluso Juan Ramírez en cueros y posición fetal, embutido en la elástica maleta, convencido quizá a esas alturas de estar ya más libre que preso.
Lo cierto es que por un instante la vida de la insigne Christine Lagarde y la del infeliz Juan Ramírez se me antojaron unidas por un misterioso nexo: cada cual se busca la vida como puede con el único propósito de medrar, unos poniéndose a tiro del viento que más brisa procura, los otros haciendo lo que se les va ocurriendo sobre la marcha, esperando que la fortuna les bese en la boca. En cualquier caso, la historia siempre se repite; los venturosos juegan con las cartas marcadas y el desgraciado espera la mano crucial que le saque de pobre. Perdonen ustedes el tono triste y escéptico de mi relato; un día malo lo tiene cualquiera.
Ramón Besonías Román