El beduino estaba sentado en la arena con el rostro escondido entre sus manos. Cuando Dios le preguntó, el beduino sin mirarle, contestó:
-He andado mucho en mi vida. Y he visto que a otros pueblos les has concedido riquezas. Has dado fértiles valles para que puedan alimentarse y frescos prados para que el ganado engorde y pueda llegar a ser un gran festín. Hay pueblos que están al lado de grandes caminos por los que, en pocos días, llegan a otros lugares para realizar sus negocios o ver a sus amigos y familia. O para buscar otros parajes nuevos para establecerse y subsistir. Pero… ¿y a mi pueblo? ¿Qué le has otorgado? Estamos rodeados de arena, de extensas llanuras donde no existe vegetación. Tenemos que andar días enteros para encontrar agua que calme nuestra sed y algo de sombra que nos alivie del calor intenso del sol. Nuestros pies descalzos se abrasan y se desangran.Dios se dio cuenta que en verdad no había sido del todo equitativo en el reparto de su creación. No había sido justo y debía otorgar algún presente para ayudar a vivir a los menos favorecidos.
-Deja de llorar beduino, porque os voy a conceder un tesoro como el que ninguno tiene hasta ahora. Y cerrando los ojos y extendiendo sus brazos hacia el cielo Dios llamó al viento del sur. Y el viento acudió veloz a la llamada de su señor.-¡Quiero que te condenses, viento del sur!- ordenó Dios.Y al instante, el viento del sur se condensó.Dios se acercó y tomó una porción en su mano, otorgó su calor y la lanzó al aire.Y entonces, Dios colocó un lucero brillante sobre su frente y dijo:
-Y por último, te concedo la vida para que seas tan hermoso como el sol cuando nace desde la mar y como la luna cuando se refleja en el océano. Tu presencia irradiará luz, brillo y calor. Vas a ser mi creación perfecta porque darás ventura y fuerza a aquel que monte sobre ti. Serás su amigo fiel y llegarás a dar tu vida por él. Podrás casi volar sin alas y transmitirás confianza y cariño a tu jinete. Te espera una vida muy dura pero tendrás suficiente tesón para afrontarla.Y cerrando los ojos y acariciando su frente, Dios gritó:-¡Y nunca olvides, caballo, que del viento eres y con el viento galoparás…!