“No he seguido el ejemplo de mi padre el César, que jalonó con su pluma los momentos más importantes de su vida; y que por eso habré de contentarme con que, al no haber permitido tampoco las crónicas de Corte, sean mis enemigos –Pérez, Orange- quienes desde su traición expliquen al mundo mi historia.” Confesiones de Felipe II doce días antes de morir. La Leyenda Negra empezó a difundirse en el siglo XVI a raíz de la Reforma, que convirtió en guerras religiosas discordias que antes eran sólo políticas, y que representa el triunfo del materialismo frente a la idea espiritual y moral del catolicismo que abandera España. Pero los personajes que inventan la infamante y monstruosa Leyenda Negra son tres españoles que dan inicio a la campaña contra España, que brota en un plazo reducido, inferior a medio siglo, entre 1550 y 1600: Fray Bartolomé de las Casas, Guillermo de Orange y Antonio Pérez. “Un obispo repleto de amargura, un heterodoxo aventurero y un funcionario desleal, españoles los tres, ponían en marcha el inmenso proceso histórico de la acusación contra España” (Julián Juderías).
Holanda, Gran Bretaña, Alemania y Francia, los creadores de opinión en Europa, en lucha abierta contra nuestra monarquía por diversas razones (políticas, geográficas y religiosas), recogen las calumnias iniciales lanzadas por nuestros compatriotas, aumentándolas con su odio, envidia y malicia. Colonización de América, Inquisición y Felipe II fueron la diana de su inquina, paranoias y mentiras. A sus vociferaciones contestó España con el silencio, con desdén hacia nuestra historia y el prejuicio con que hemos visto siempre determinados periodos de ella, teniendo los españoles la culpa principalísima de la formación de la ominosa leyenda negra que se tejió en torno a aquellos días de nuestra grandeza, aceptando las infamias extranjeras. Quevedo y su “España defendida”, Menéndez Pelayo y Forner fueron de los pocos que defendieron la verdad ante la catarata de iniquidades que nos arrojaban. “En España resultaba más provechoso hablar mal de la patria que defenderla”, decía Forner. Pero la intolerancia religiosa fue mucho mayor en la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII que en España, donde no hubo guerras religiosas. Lutero y Calvino desencadenaron la manía de las discusiones teológicas y el horror de las guerras de religión, convirtiendo a Europa en campo de batalla, iluminada por los incendios y por las piras vengadoras. Mientras en España trabaja la Inquisición, en el extranjero hay cien Inquisiciones. La Iglesia anglicana masacró a decenas de miles de católicos y protestantes. Sólo la insurrección de Irlanda a fines del XVIII dejó más de 70.000 muertos; por no hablar de Cromwell y sus tres mil irlandeses católicos pasados a cuchillo por sus soldados en el asalto de Drogheda, vanagloriándose de no dejar un fraile con vida.
La leyenda negra se mantiene por factores políticos, psicológicos y culturales; por una admiración irreflexiva de lo extranjero y desprecio de lo propio; por aceptar el vilipendio extranjero y poco instruirse en la realidad de la Historia. La leyenda antiespañola en nuestros días se basa en la omisión de lo que puede favorecernos y en la exageración de cuanto puede perjudicarnos. La clave está en comparar las demás naciones que nos injurian y entonces surge admirable y admirada la figura grandiosa de España: “La nación que cerró el camino a los árabes; que salvó a la Cristiandad en Lepanto; que descubrió un Nuevo Mundo y llevó a él nuestra civilización; que formó y organizó la bella infantería, que sólo pudimos vencer imitando sus Ordenanzas; que creó en el arte una pintura del realismo más poderoso; en teología, un misticismo que elevó las almas a prodigiosa altura; en las letras, una novela social, el Quijote, cuyo alcance filosófico iguala, si no supera, al encanto de la invención y del estilo; la nación que supo dar al sentimiento del honor su expresión más refinada y soberbia, merece, a no dudarlo, que se le tenga en cierta estima y que se intente estudiarla seriamente, sin necio entusiasmo y sin injustas prevenciones”, bellas palabras de un extranjero sobre España que todos debemos decir con él.