En el colegio de las niñas, el Ekirayá Montessori, Sonia Bernal-Carrascomamá del colegio, ha liderado un espacio de Meditación en el que los niños que quieran pueden ir un rato en la mañana al iniciar el día, a experimentar un rato de silencio, quietud y contacto con ellos.
Es un espacio voluntario en el que mis hijas han participado cuando sienten ganas y curiosidad y es bonito verlas acercarse a la meditación formal naturalmente y sin esfuerzos o expectativas por parte de los adultos, que podemos caer en el riesgo de hacer de la meditación una tarea más de la vida que pierde su espontaneidad, aspecto tan propio de la niñez.
Este año Sonia me pidió contar de mi práctica para la Asamblea, para compartir estas experiencias con las mamás y papás, abriendo espacio a diversas practicas, porque al final la meditación no es una sola, ni puede encasillarse en formas y doctrinas.
Fue un gran reto resumirlo en 2 minutos, pero eso también me permitió centrarme en lo esencial.
Esto fue lo que resultó de ese ejercicio, que terminó aún más resumido en un corto video, suficiente tal vez para transmitir el corazón de la practica, aunque haya quedado tanto sin decir.
La meditación que yo practico es el Dzogchen Radical, que la enseña Juan Sebastián Restrepo, papá del colegio.
Es una meditación que hacemos con los ojos abiertos, relajando el foco, relajando todas nuestras tensiones, mentales, emocionales y físicas .
De alguna manera es un entrenamiento en el que reconocemos y experimentamos que la iluminación no es algo que alcanzar , sino más bien es nuestra naturaleza y la naturaleza de todo lo que existe.
La práctica nos enseña a ver la realidad más allá de las apariencias. Es un encuentro intimo con la existencia, para familiarizarnos con nuestra naturaleza esencial y vivir desde allí.
Abrir el camino a la no-meditación, que es la verdadera práctica, que no ocurre solo sentados en el cojín, sino ocurre siempre. La meta es el camino, no nos sentamos para alcanzar ningún estado, sino para reconocer que el nirvana ya danza entre nosotros y en nosotros. En todo lo que existe.
Con mis hijas esto me ha permitido verlas, y aceptarlas radicalmente, confiar en ellas y en la vida que ocurre sin mi esfuerzo, más allá de mis planes y pretensiones, y simplemente relajarnos en el gozo de la existencia, comprendiendo que ese gozo no depende de que las cosas salgan bien o mal, sino de llevar la práctica de relajarse y de llevar esta visión a cada instante.
Es tomar la vida completa, navegando sus olas, inseparables del océano.
Abrir el corazón a todo, independientemente de si me gusta o no.
Entonces toda esa energía invertida en el esfuerzo de tratar de hacer que la vida sea una cosa, de obtener experiencias y objetos, persiguiendo estados de felicidad y plenitud, alcanzando metas, y mejorando,
toda la energía invertida en educarlas según mis ideas y planes, de controlar lo incontrolable y de pelearme con cada cosa que no me gusta, o intentar aferrarme y mantener lo que si,
toda esa es energía que queda disponible para amar.
Y esa es en últimas la libertad.
La libertad de amarlo todo.