La existencia de opiniones diferentes es la base de la democracia. Si no hubiese disenso, no necesitaríamos de la democracia para ponernos de acuerdo. El mandatario que quita libertad de opinión a su opositor o enardece a las masas con discursos violentos contra éste, se descalifica a sí mismo como demócrata, se deslegitima como servidor público, se revela como un adicto al poder con miedo a perderlo, se muestra como fiel representante de la tiranía de las masas y de los intereses egoístas que lo apoyan, se convierte en responsable del aumento de la violencia y la delincuencia entre sus gobernados. Sin excepción tal gobernante, tú, yo o quien sea, siempre somos responsables de lo que decimos y de lo que nace de nuestro discurso. Y lo que decimos vale por su contenido y por su intención, no por quien lo dice. El individuo que no comprende esto, no está capacitado aún para disfrutar de la libre expresión, porque ignora que su libertad termina donde comienza la de los demás, y que imponer por la fuerza la propia ideología o enfrentar a unos contra otros es un crimen capital contra la humanidad. Un crimen que a lo largo de la historia ha costado ríos de sangre a causa del abuso de poder por parte de unos pocos y al miedo que esos pocos alimentan en la mayoría. Las dictaduras encabezadas por un político demagogo o los discursos nacidos del fanatismo ideológico o religioso siguen siendo triste ejemplo de ello, aún en pleno siglo XXI.
La tragedia de nuestra especie parte del hecho de no ser omnisciente, de no poder conocer la totalidad de la información respecto a cualquier asunto, de ahí la intolerancia, la incomprensión, los juicios de valor, los ataques y el miedo a lo diferente. Por otro lado, el egoísmo del ser humano generalmente le impide usar la información que sí conoce en pro del bien común. Paradójicamente, en ciertos casos este bien común puede salir de una restricción puntual o temporal de la libertad de expresión: recientemente la plataforma de blogs TUMBLR anunció que no seguirá apoyando contenidos que transmitan información o consejos sobre suicidio, autolesiones o trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia. Pero también está la situación de que muchos países limitan el derecho de su población a expresarse o a estar informada, por motivos religiosos, políticos, históricos o económicos. Actualmente China es uno de los países donde más peligra el derecho a la libertad de expresión y de información, seguido de otras naciones sujetas a regímenes dictatoriales en Africa del Norte, Oriente Próximo y Latinoamérica. En el resto del mundo, si bien menos afectado en este sentido, algunos consideran los derechos de autor como una medida contraria a la instrucción pública. Internet, nacida como la autopista gratuita de comunicación para todos, actualmente equilibra la libertad de acceso a la información con la conveniencia de los negociantes que la surten y dirigen. Twitter adecúa su censura a cada país y otros sitios de la red vetan contenidos concretos por considerarlos peligrosos o molestos. Por todo esto puede verse que la censura, vista como represión de la libertad para expresarse o para estar informado, es un tema muy complejo, sujeto a los intereses en juego y a la mentalidad de cada época. Por ello la población mundial tardó tanto en conocer que la tierra es redonda y que no es el centro del universo, entre otros hechos que hoy día son parte de la cultura básica.
Por definición, la libertad de información consiste en difundir un hecho conocido y seguro, de manera objetiva y completa. En cambio, la libertad de expresión se basa en transmitir públicamente una visión personal y, por tanto, subjetiva. Según Rafael Meyssan, “la crítica subjetiva es conveniente siempre que aclare desde donde se hace, porque todo depende del punto de vista utilizado y de los fines que se persiguen. Para acercarnos a la verdad objetiva, hay que entrecruzar puntos de vista diferentes”. Ninguna comunicación es totalmente objetiva, a menos que se limite a transmitir datos comprobados. Por ende, nuestra interacción con los demás está llena de contenidos subjetivos y es esa necesidad personal de comunicarlos la parte en nosotros que defiende la libre expresión. Pero dado que cada quien actúa desde sus necesidades y que compartimos un mismo entorno, éste necesita de un conjunto de normas que regulen los contenidos de nuestras interacciones. Si mi necesidad exige que me exprese de una forma que daña a otros, debo encontrar otra manera más ética, adecuada y responsable de comunicarme. Si mi libre expresión está acorde con el bien común, pero alguien se siente amenazado por ella, ese alguien debe revisarse antes de atacarme desde su miedo. A medida que crecemos como individuos sociales, vamos perfeccionando un código de lenguaje más adecuado para el desarrollo de nuestra mejor identidad, y creando espacios donde podemos entendernos, aceptarnos, respetarnos y sumar aportes desde nuestras diferencias. Al menos esto es lo deseable en el avance personal.
Escrito por: Gustavo Löbig