La linterna mágica - el cabo del miedo

Publicado el 17 junio 2009 por Antonioparrasanz

EL CABO DEL MIEDO

Para dar más miedo del que habitualmente da por sí solo, Robert de Niro se tatuaba medio cuerpo en esta cinta, adornando su espalda con un crucifijo y una balanza en cuyos platos se oponían la verdad y la justicia. Como para no temerle. Desde luego, el tío aterrorizaba lo suyo, por no decir otra cosa, a la familia del abogado Nick Nolte, y emplearía sus buenas horas en la trena esculpiendo así su piel.

Así que no me lo imagino reclamando al tatuador de turno por unas tintas mal puestas, como ha hecho la criaturita belga Kimberley Vlaminck después de pedir tres estrellitas bajo el ojo izquierdo y encontrarse con una constelación de medio centenar cubriendo su cara. Un papelón, vamos, porque al parecer el tipo que la tatuaba, un rumano de mirada inteligentísima, como se puede apreciar al verle, llamado Rouslan Toumamiantz, no entendía mucho ni el francés ni el inglés, y ahí llegó el problema, menos mal que no le encargó un piercing en un pezón o en otra zona menos confesable. El hecho de que la jovencita hubiera bebido lo suyo y que se quedara dormida, parece no tener demasiada importancia, y todo ello en el corazón de nuestra querida y vieja Europa.

Ahora, claro, llegan los lamentos, el artista (joder, si esa cara es arte yo me declaro iconoclasta pero ya mismo) alega que ella veía de vez en cuando su obra en el espejo, y que sólo reclamó cuando el padre y el novio vieron la jeta estrellada; la víctima exige una indemnización de 13.000 dólares por el destrozo vital, aunque yo creo que ya iba destrozada mentalmente desde casa. Hasta han surgido ya psicólogos, ¡cómo no!, alegando que Kimberley es ahora un monstruo circense, como el artista, vamos, para que luego digan que los circos no asustan.

Qué manía con añadirse cosas al cuerpo, y conste que yo defiendo desde hace años el piercing cerebral, aunque nadie me haga caso. Si la gente quiere retocarse, allá cada cual, pero primero que se hagan una ITV encefálica, porque permitir que semejante tipo te toque un pelo roza el delirio más tremendo. Si Kimberley llega a pedir un implante mamario, la veo desarmando a Yola Berrocal del podium de los tetámenes, y suerte que nuestra princesa de Asturias no se puso en manos del rumano de marras, nos la habría devuelto peor que María Bárbola, ya saben, la menina más fea. Vaya mundo tenemos.